Un muchacho y una muchacha en las esquinas de Seremsa
-Pues tantas cosas,
tantas… Vivir, conocer, ser, sentir, amar y otra vez viajar y salir… ¡Tantas,
tantas cosas, quiero tantas cosas con la vida! –exclamo Marcos, arrobado,
abriendo sus manos.
-La idea esta en
atreverse- replicó también emocionada Rossy, con los ojitos así de inmensos- y
no sólo hablar por hablar.
Todo radica en la
acción.
Marcos y Ros eran
dueños de las esquinas, del asfalto, de su humedad. Tomaditos de la mano,
último asiento en el bus, canciones de Fito Páez cantadas entre besos, apapachos
y ebrios, en fiestas de amigos y en la playa. Y la belleza sinvergüenza de
compartir un puchito creyéndose muy comunistas, muy socialistas, muy progres.
Hablando de libros raros, de música ultra oculta, de conciertos que se
proyectaban en los postes del centro y a los que vamos sin permiso de papá.
Verano del ochenta y tres pasando por sus ojos como un tubo de escape: todo
eso, claro, y caminar y caminar. Y chocolate de tres centavos entre los dientes
amarillentos sin caries, limpísimos, antes de los besos. O no eran dueños de
nada. La felicidad era eso… una vereda de a dos.
Y un pedazo de cemento
era todo su mundo.
Y aquella primera vez que hablaron nada exigía hambre, cama caliente, preguntas, colchas. Ni
adioses. Ella escucha atentamente. Él habla encendido, jubiloso.
Rossy, o Ross (como te llamare de cariño), era extraña, tan sensible, tan de nadie… extrañaba como algunas canciones inexplicables ¿Qué significa el unicornio azul? Nadie lo sabe bobo, y esa canción es una de mis preferidas.
Él era un grandísimo
idiota y quizá quería ser un grandísimo idiota. O tal vez no, sólo un pequeño
idiota feliz. Tan feliz e iracundo. Y para colmo flaco y pelucón. Y ansioso. Muy
ansioso.
-Eres un soñador, pero más que eso: un ansioso. Me recuerdas a mí hace años. Yo también pensaba así. Y me deje tragar por los escrúpulos.
-¿Enserio? Entonces
¿piensas que todo esto es una cuestión de edad? ¿Qué sólo es producto de
nuestras hormonas?
-Si y no –le dijo Ros.
Aprovechó el silencio
para lanzar una bocanada de humo.
-No es qué todo sea
relativo, pero tiene que ver “algo” con eso. Mira yo te calculo –lo miro fijo,
muy fijo, agudizando incluso los ojos- te calculo unos 18 años ¿Me equivoco?
-No, exacto. Tengo esa
edad. Ni más ni menos.
-¿Vez? No es que sea
cuestión de edad, pero cuando tenemos 18 vemos el mundo de otra manera. Yo
tengo 20 años y todavía sigo pensando en esto.
-Ros, sabes –le contesto-, yo no quiero crecer. Tampoco quiero ser un muchacho grande y de pelo largo. Quiero tantas cosas y algunas veces nada. Todo el tiempo me desbordo… o sea, me dan mis ataques de depresión, amor, odio y de nuevo amor y todo me sale por el cuerpo y tengo ganas de correr.
-¡No seas cobarde
Marcos, me dan cólera los cobardes!
-No soy cobarde Ros,
no soy cobarde. Soy… puedo… es decir… puedo ser tuyo… ¿darte un beso?
Seremsa: barrio del Agustino. A la espalda de la Tecno, tiene dos entradas, cruzado por un tren, de gente que nunca se pregunta si es feliz, gente que ríe, llorar y deambula cerca de los puestos de fritanga, a la luz de los parquecitos. De amantes y amigos.
Por Matías Aznar
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