En Tajo seguimos difundiendo a escritores en ciernes.
Esta vez presentamos a Abraham Abad, jovencito de 18 años, lector apasionado de Faulkner y Sartre; escribe cuentos mientras se prepara para ingresar a la universidad.
Y dejamos uno de sus relatos:
Y dejamos uno de sus relatos:
Un presente oculto
Por: Abraham Abad Calderón
<<
El hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido, pero no
derrotado >>.
Ernest
Hemingway.
El
reloj marcaba las seis de la mañana. Qué voy a hacer, se dijo. Se dirigió a la cocina
a prepararse su desayuno. No encontró nada para comer. Cucarachas
merodeaban por los platos, las moscas volaban formando círculos. Se dirigió a
su cuarto y se tiró a la cama. Era invierno y las paredes helaban. No era
difícil dejarse atrapar por el sueño, pues el frío ayudaba. Cerró los ojos
pensando en algo divertido. Se imaginó viajando por su país, el mar, paisajes
hermosos. Luego lo atrapó el sueño.
Se
despertó al medio día, aunque pareciera de mañana. El hambre lo acechaba. Ahora
solo pensaba en comida. En su mente se imaginaba grandes platos sabrosos,
postres exquisitos. Buscó por todas partes dinero, desde sus bolsillos hasta
los bolsillos de la ropa amontonada que estaba en el piso. Encontró dos monedas
y un desarmador. Con esto si me alcanza para el almuerzo, se dijo.
Hace
dos semanas que no se aseaba. Se mojó la cabeza en el caño, y se secó con su
mismo polo que traía puesto. Más vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra, se
dijo. Salió a la calle donde todo le era indiferente, porque solo pensaba en
él. Pensaba que el mundo giraba a su entorno. Si él no tenía que comer, era
porque todos planeaban en su contra. Se formó esa teoría desde niño, aunque él
solo se engreía, pues, su madre trabajaba y lo dejaba en casa solo.
Caminando
lento sin apuro se dirigía a un comedor popular, pues la comida en ese lugar
estaba barata. El único requisito era llevar su cuchara. Parecía el comedor de
una cárcel. Todos comían en silencio, en sus ojos se notaba la nostalgia.
Estaba lleno de traperos, vagabundos,
señores sin empleo. La puerta se abre al medio día, pero las personas casi
siempre estaban esperando desde dos horas antes. Las puedes ver sentados
estirando la mano, pidiendo para su comida. Algunos llegan acompañados con sus
perros, que los esperaban en la puerta cuando ellos entran, esperando que
le guarden algo para comer.
Arturo
llegó a la cola con sus dos monedas en su bolsillo, y el desarmador en el otro.
Miraba el tablero donde decía lo que tocaba. Ya iba llegar su turno, cuando se acordó que no tenía cuchara, ni un recipiente
en donde le servirían. Corrió como un maratonista, el hambre ayudaba a correr más rápido. Que imbécil, cómo
me voy a olvidar lo más importante, se dijo mientras corría cada vez más
rápido.
Llegó
a su casa cansado. Se dirigió al caño, lo abrió y tomó agua. Se sentía
miserable y fuerte a la vez. Recordó cuando jugaba con una pelota de trapo con
sus compañeros de escuela, él era el jugador estrella. En ese tiempo corría para meter goles, ahora lo
hacía para comer. Entro a la cocina
donde los platos estaban amontonados, un olor nauseabundo se filtraba por todos
los rincones. Sacó una cuchara sucia, lo mojó y lo metió en su bolsillo. Miró
el reloj que marcaban las doce y media. Miró a su alrededor dando vueltas, con
una mano cogiéndose la mandíbula en señal de incertidumbre. Recordó que también tenía
que llevar un plato o algo parecido. Se acercó al lavaplatos, y extrajo un
plato de metal, lo metió en una bolsa junto con su cuchara. Salió de la casa
apresurando el paso. No pensaba nada más que en comer. Imaginaba todos los
tipos de sabores en su boca.
Llegó
al comedor y no encontró cola, solo estaban un par de perros esperando a sus
amos. Entró. Se acercó a la ventanilla donde se tiene que pagar, y preguntó si
había cupo. Le dijeron que si. Pagó y fue a recibir su comida. Con la comida
servida en su plato de metal, no aguantaba la hora de llegar a la mesa y
devorárselo todo. Se sentó. Estaba a punto de dar el primer bocado, y se fijó en
el hombre que estaba en frente de él mirándolo. El viejo lo miraba con
curiosidad, colocó a un lado su plato y le dijo:
- Mucha
hambre joven.
- Ah...
Si -. Dijo Arturo demorando el pedazo de carne.
- Una
vez pasé un mes sin comer -. Dijo el viejo-. Me encontraba en la selva. Tiempos
difíciles.
Arturo
se le quedó mirando un instante como recordando algo, pero luego siguió comiendo.
- Me
pareces conocido -. Dijo el viejo, mirando hacia arriba, para que los recuerdos
se le vengan a la mente -. No me acuerdo.
- Ahora
ya estoy satisfecho -. Dijo Arturo.- Yo lo veo sentado en las mañanas en la
vereda.
- Seguramente.
Da igual.
- ¿Cómo
te llamas? -. Le preguntó Arturo.
- Danilo
Quispe Guardamino -. Dijo el viejo.
- Bueno
a levantarse, ya se terminó la hora del almuerzo.- dijo Arturo incorporándose.
El
viejo lo miraba y terminó diciéndole:
- Me
haces recordar cuando yo era joven.
- Que
cosas dices -. Dijo Arturo riéndose.
Se
pararon y salieron a la calle. El viento soplaba fuerte. Arturo sentía frío, se
sobaba los brazos. Camino tres pasos y miró hacia atrás. Vio a Danilo recostado
contra la pared. En las arrugas de su rostro se veía la melancolía, como si tan
solo bastase con verlo, para saber todo lo que había sufrido. Se acercó,
mientras lo hacía, pateaba pelotas invisibles. Sentándose a su costado le dijo:
- Mucho frío.
- Uno
termina acostumbrándose -. Dijo el Danilo cerrando los ojos.
- Eso
sí, la costumbre mata -. Dijo Arturo pensativo.
- El
tiempo pasa volando -. Dijo Danilo.-, yo soy prueba viviente de ese caso.
Cuando cumplí los quince años, quería ir a otros lugares. Ir de aquí para allá era con lo
que soñaba. Me la pasaba mirando tierra y más tierra. Un día decidí caminar sin
mirar atrás. Me subía a los camiones. Trepaba como gato. Estaba de pueblo en
pueblo.
- ¿Y
no le daba miedo? -. Interrumpió Arturo.
- Qué
cosa -. Dijo Danilo.
- Viajar
solo, y a esa edad.
- Uno
tiene que aprender a controlar su miedo -. Dijo Danilo.- Tengo setenta y tantos
años y sigo teniendo miedo. Me acuerdo cuando me dijeron que estaba en Lima, me
sorprendí. Creí que me iría mejor. Pero ya me vez. Esperando todos los días en
la puerta del comedor popular. Una vida de holgazán es la que llevo yo. No me
quejo, pero si puedo retroceder el tiempo, creo que lo haría mejor.
- ¿Qué
haría?-. Preguntó Arturo.
- Muchas
cosas que no hice -. Dijo Danilo mirando el suelo como signo de lamentación.
Arturo se paró, hizo un gesto como si
se acordara de algo. Dio media vuelta y corrió. Después de haber estado
corriendo por más de diez minutos paró. Si hubiera estudiado de verdad cuando
tenía la oportunidad no estaría pasando esto, se dijo. Se encontraba en la Av. Prolongación Tacna. El tráfico de carros era como todas las tardes. Malabarista
aprovechaban la luz roja de los semáforos, y hacían sus maromas. Arturo los miraba desde
lejos con envidia. Sé que soy mejor que ellos, se dijo, pero si sabría hacer
algo sería distinto. Se quedó parado por largo rato en el paradero, esperando ese
carro que no llegaría, pero él estaba dispuesto a esperar. Miró al cielo y
pensó, << algunos aman a Lima, otras la odian. A mi me gusta así como
está, con su cielo color gris, como la panza de un asno>>.
Lima, Octubre 2012.