¿Y por qué nos miraron así?
En un programa de radio algunos
de nosotros pretendimos ser sinceros y postulamos que el mejor poeta peruano
era Juan Ramírez Ruiz. De inmediato fuimos tildados como locos o ignorantes.
Los primeros que dieron el grito al cielo fueron “los Vallejos”. Luego también
lo hicieron algunos otros disque entendidos, pero a ellos —hasta el día de hoy—
no los hemos tomado en cuenta (sin ánimo de ofender, por supuesto).
Por lo general, aquellos que
llevan estampado en su polo una foto de Vallejo, poco han leído de él. Quizá
nada. Pero seamos positivos y supongamos que en realidad nuestra opinión sí los
ofendió. Entonces corregimos: Vallejo es el patriarca, el mejor en nuestra
lengua (hasta me atrevo a decir que como él nadie), pero más allá de ver quién es el mejor,
sentíamos que era necesario soltar la bomba. Expectorarla. Vallejo se hace
inalcanzable en Poemas humanos. Lo sabemos y hemos crecido con esa consigna.
Pero no es el único, no era el único capaz de hacer de lo cotidiano y recontra
peruano una aventura poética perdurable y feliz. Pocos como Vallejo y Juanra se
atrevieron a tanto. Pocos como ellos conocieron de tan cerca la miseria: uno en París con aguacero y el
otro con una agonía anhelada que nunca
cumplió: “Y tengo además un deseo:
quiero recorrer el mundo”.
Juan Ramírez Ruiz, desbordó y se
derramó como una vertiente borrascosa o un huayco a través de sus poemas. Quiso
ir —como Vallejo— más allá de toda postura convencional e hizo de la teoría un
arma más (no un escudo para esconder las limitaciones, como hace la mayoría).
Fue inalcanzable en Un par de vueltas por la realidad y explorador en Las armas
molidas. Chiclayano de nacimiento y luego
arrojado por la vida a una Lima que nunca comprendió. Pero que igual supo
hacer suya en cada verso que recorre a través de su obra y, ¿por qué no?,
también de su vida.
Una vida: Un Júbilo
Dónde nació exactamente importa
poco. Nos basta con saber que era provinciano, campechano y solidario. A pesar
de que hay quienes se desviven pintándolo como huraño y violento. Por el
contrario, los que fueron sus más cercanos amigos se refieren a él como alguien
que “si tenía dos soles en los bolsillos compraba emoliente, bizcochos… y comías a su lado tranquilo, protegido,
risueño, hablando de poesía…”. Entonces, ¿a qué se debe este mito que tilda a
Juan Ramírez Ruiz como un ermitaño desagradable?
Probablemente todo se origina en
Hora Zero, movimiento que funda con Pimentel (otro grande). El resto es
historia conocida. Pero el desprestigio que sufre Juan está más bien acuñado
por los opositores de la pandilla. Se sabe que existieron dos etapas en el
proceso del grupo: un antes y un después de Ramírez Ruiz. No se trata de hablar
de él como el mesías de la poesía peruana (aunque confieso que esta idea me
seduce), hablamos de lo que se sabe y lo que se ha investigado hasta el
momento. Por ejemplo, el día de la presentación de la segunda fase de Hora
Zero, con Tulio Mora estrenando camiseta y un manifiesto (Contragolpe al
viento) escrito —inusualmente— desde el extranjero, a la par también se reparte
una hoja, de seguro maltratada y reproducida con mimeógrafo, que contenía el
Palabras urgentes 2 escrito por Juanra.
Documento que Tulio Mora obvia en
Los broches mayores del sonido (2010) —vaya usted a saber por qué—, pero que
denuncia, sin pelos en la lengua, la convalecencia de un grupo que se
caracterizó por sus ansias de ruptura, y que ahora buscaba “llegar a través de
otras vías al establishmen cultural”. De esta manera la segunda etapa de Hora
Zero quedaba bien acolchada, hasta nuestros días.
Es probable que uno de los pocos
que luchaban, con fervor, por los primeros objetivos de HZ, y de paso el más
influyente, haya sido Juan. Esto obliga a pensar que aquellos que se
resistieron a aceptar como tal la poesía integral, o por lo menos a tomarla en
cuenta, se han desvivido hasta el día de hoy para apagar su voz.
Jorge Pimentel, amigo y
congénere, ha dejado guardados bajo siete llaves aquellas luces y esa propuesta
integral y magistral en Ave soul, libro que se publica dos años después de Un
par de vueltas por la realidad, pero que de hecho fue escrito a la par entre
conversaciones exuberantes y experiencias recogidas por ambos poetas. Esta
simultaneidad nos sugiere que ambos libros se influyeron mutuamente. Salvo
algunas diferencias de estilo, otras características como el vértigo, el
movimiento, el lenguaje y la visión aplastante de la ciudad, son similares.
Pero este es otro tema.
No pretendo formular una
biografía sobre Juan Ramírez Ruiz, pero es necesario decir algo sobre sus
últimos días y su deceso. Primero, que a pesar de que rechazo la muerte
—sumergida en el olvido y la miseria— de Juan, también reconozco que fue esa
marginalidad la que me sedujo para escribir este texto. Segundo, estoy en
contra de todo aquel que diga que Juan sólo es un mito o un ícono de la
contracultura de Quilca y submundos donde disque impera la pose antes que la
poesía. Juan Ramírez Ruiz es, en realidad, un poeta palpable que se envolvió en
la locura de una vida consecuente con su palabra. Nunca fue de aquellos que
huyen ante el primer síntoma de fracaso. Él creía fielmente en el poder de la
poesía y murió con esa ley. Legándonos los primeros trazos para un cuadro que
las futuras generaciones no hemos comprendido, o no hemos querido comprender. “Pregúntale
a los muchachos”, decía Juan, con el alma repleta de esperanza. Y esto es bueno
recordarlo, para construir una nueva y auténtica poesía.
Un Par de vueltas (más) por la realidad
Qué difícil es encontrar este
libro. A decir verdad es difícil hallar cualquier libro de Juan Ramírez Ruiz.
Desconozco los motivos de esta extraña escasez. Lo cierto es que estos poemas
hierven a pesar del tiempo y son tan urgentes como la vida misma.
De arranque el poeta te da la
bienvenida con dos manifiestos (El punto sobre la i y Palabras urgentes) que
enardecen e invitan a desbocarse en la lectura de los poemas siguientes. Cabe
mencionar que este libro también es una fórmula que intenta romper con toda
tradición arrastrada. Es decir, no solamente es una voz provinciana que mira a
Lima y a él mismo envuelto en sus circunstancias, como lo indica Juan Zevallos
Aguilar, también es una fórmula poética, y si nuestra lectura es más
desesperada, puede ser, también, un grito que nos mantiene atados a la vida.
Con todo lo que esto implica.
En la primera parte (Vía férrea),
habitan 6 poemas que tratan de meterle —por cualquier medio— vida al poeta. De
esta manera se desecha cualquier intento lírico y se percibe una voz común,
cercana y amigable con el lector. Quizá esta sea la parte más vertiginosa de
todo el libro. Era necesario entonces esculpir el perfil de la voz que nos
guiará en las próximas páginas. Pero eso no quiere decir que se trate de una
sola voz. El egoísmo típico de los poetas líricos (yo siento, yo pienso) queda
enterrado y es revelado, frente a estos poemas, como acaparador, e incluso
ridículo.
Juan decía que nuestros tiempos
(violentos, estúpidos y superficiales) no pueden ser abarcados por estos
cantos. Así —con una poesía más conversacional— los 6 primeros poemas de la
segunda parte (Media docena de inconvenientes por remediar) le darán vida a
voces que parecen haberse perdido en la rutina de un país despiadado y enemigo
de los sueños. Julio Polar, que pertenece a esta sección, es más bien la
confesión y advertencia que Ramírez Ruiz hace a todos aquellos que osen meterse
en literatura: “Y yo lo sé, yo lo he visto. A mí me consta”, sentencia una
total derrota.
Las dos ilustraciones que pululan
alrededor del poemario, son los instantes capturados en palabras que pueden ser
capaces de llenar una habitación entera con dinamita encendida y, a la vez,
desahuevarnos. Pero todo no queda ahí. La tercera parte (Todos los detalles de
una experiencia repetida durante días, meses y años) suena como un rechinar de
dientes y proyecta una suerte de raciocinio acelerado por parte del poeta.
Donde se va desde Lima hasta Chiclayo el 20 de enero, recorriendo, antes, la
panamericana norte.
Lo más destacado de aquí es,
quizá, el poema “El único amor posible entre una estudiante de academia…”,
donde se construye una relación sentimental (cortejo, goce, sexo, confidencias,
vivencias y desenlace trágico), un poema que escupe los senderos para un estilo
nuevo, no explorado hasta el día de hoy. Finalmente la cuarta parte (Un par de
vueltas por la realidad) está representada por un poema homónimo, que condensa
toda una vida y es quizá el poema más desgarrador y fuerte del libro.
Un par de vueltas por la realidad
es un poemario que no solo se mantiene vigente, sino que esconde múltiples
argumentos para ser considerado un libro a la altura de Poemas humanos. Es un
grito descarnado en pro de la vida y que batalla contra la intransigencia y la
apatía. Repito, es casi imposible encontrarlo; quizá ya se agotó —aunque,
sinceramente, lo dudo—, pero felizmente lo que nunca se acaba son las ganas de
releerlo.
En pocas palabras…
Probablemente Vallejo figure en
todos lados como el mejor poeta peruano. Esto es entendible, justo e
inevitable, pero urge que al menos alguien se atreva a decir que Juan Ramírez
Ruiz también es el mejor poeta peruano, o el único poeta que nos merecemos (con
poemas inalcanzables, ansiosos, atrevidos, llenos de vitalidad y con la muerte
que arrastra a los poetas latinoamericanos hasta la más sublime y extrema de
las situaciones). Como dice Antonio Chumbile: es necesario para alcanzar un
equilibrio. Si no es así, corremos el riesgo de perderlo totalmente. Así como
ya estamos perdiendo su obra. O así como ya, por necedad, lo perdimos a él. De
mi parte: gracias, Maestro.
Los interesados en Juan Ramirez Ruiz puede comunicarse con Jorge Luis Roncal, quien editó y ahora vende el libro LAS ARMAS MOLIDAS
( Su facebook es http://www.facebook.com/jorgeluis.roncalrodriguez y su número 4261727 - 962679934)
Por el momento no hay dónde conseguir Un par de vueltas por la realidad... Ojalá pronto se edite!!!