Por Antonio Chumbile
No
lo niegues: debe ser uno de tus mejores amigos. Ya lo habrás visto en toda su
pose: con sus lentes de marcos gruesos, su mirada inteligentísima, sus libros
calienta sobacos (1), sus interminables citas, su barbita bequeriana, etc y
etc… De seguro paras con él porque te presta libros, te da risa, te pone las
chelas o porque tiene “buenos contactos”. O de repente, como la gran mayoría,
tú SÍ le crees y no lo consideras un charlatán sino un genio. Es en este caso
en que me es urgente soltar todo este rollo en contra de esta lacra que tanto daño le hace a
nuestra literatura, aunque muchos (charlatanes) lo nieguen.
Los
hay de dos tipos: el moderno y el
posmoderno. En esta columna me centraré en la figura del primero, no sin
antes mencionar algunos rasgos generales del segundo. El charlatán posmoderno
es el “transgresor” superficial, ese que se la pinta de rebelde, inculto y
medio loco. Disfruta mostrarse extravagante. Suele juntar en un solo discurso a
Kant y a Melcochita, solo por el afán de llamar la atención, sin ningún
fundamento real. Antes que plantear verdaderas propuestas prefiere construirse
una imagen como “intelectual atrevido”, “irreverente”. Para esto es que busca
generar ciertos escándalos inofensivos en la academia, es decir,
controversias sin consecuencias concretas, excepto las de entretener, engañar y
ganar algo de fama. Esta clase de charlatán, claro, es de producción reciente.
Reconocerlo, en estos tiempos, en que los temas superficiales invaden como una
epidemia todas las disciplinas, resulta cada vez más difícil.
Ahora
sí, vámonos de frente a la mierda: el charlatán moderno. Sobre él, se suele
decir que es ése del saquito, el del peinadito fino, con la pose de ser muy
importante y de andar siempre muy ocupado… Pero estos rasgos son generales.
Veámoslo por dentro… el núcleo de su forma de ser radica en su personalismo: le es casi imposible separar
al sujeto de la idea. Así es que sus manías o tácticas se dividen según sobre
qué persona esté tratando: un autor, su oponente o él mismo.
A ver, vamos por
orden:
01. El charlatán carece de ideas
propias. Siempre parafrasea lo que antes ha dicho otro o lo que dice la crítica
en general. Muchas veces, cuando tiene muy poco que decir sobre una obra, lo
que le queda es hablar sobre el autor. Así es que llena su discurso
contándonos una larga y minuciosa biografía, salpicada de fechas importantes,
editoriales en que publicó, muchas anécdotas (que por supuesto sabe
contar), chismes, sobre la posición del autor en la historia, el canon, y
de yapa, cómo no, varios datos caletas para impresionar al público.
Luego de escucharlo, uno tiene la impresión de haber visitado toda una enciclopedia meramente
informativa (en muchos casos sólo una wikipedia), mas no una nueva propuesta de
lectura.
Mediante
este “biografismo”(2) también se encarga (sobre todo en presentaciones de
libros y en citas de bar) de construir cierta “aura” alrededor de todo escritor que
le caiga bien. De este modo logra disfrazar a los escritores
regulares como ‘legendarios’, y a los mediocres como ‘interesantes’. Además, ya que el charlatán y
el ayayero suelen estar en la misma persona, toda esta información también le
es muy útil para acercarse a los más viejos, a las ‘vacas sagradas’. El
charlatán les cae de lo más bien, no sólo cuando les hecha flores y más flores
sobre sus logros, sino también cuando raja de otras vacas sagradas del medio y
les suelta los últimos chismes de la farándula literaria.
Muchos de estos especímenes, usando estos medios, logran alcanzar ciertos
rangos importantes -incluso maestrías, doctorados-.
No
te dejes engañar.
Que no te importe si es el último producto importado desde la universidad de
Harvard o de Oxford. Sólo fíjate en su discurso. No seas como él: despersonaliza la cuestión. No
te centres en el quién lo dice (el sujeto) sino el qué propone (la idea).
02. El charlatán tiene muchas
artimañas para dar la impresión de que ha ganado un debate. En
realidad eso es lo único que le importa: la impresión que se lleve el público
sobre su figura. Como ya dimos a entender, las ideas, para él, sólo son un
medio. Sus fines últimos están enfocados en su imagen, su reputación. De aquí es que nunca le guste estarse callado
ni mucho menos ser opacado por otro charlatán en algún debate (menos por un “don nadie”). En
cada discurso sobre el tema que sea, siempre encontrará la forma de hablar
sobre “su persona”, sobre “su integridad”. En un debate promocionará los
(falsos) aciertos de su pasado para contrastarlos con las faltas de su
oponente. En este camino también resulta lógico que suela atacar a sus
adversarios diciendo “tú no leíste tal libro” (3), “tú no aprobaste tal curso”.
“tú eres muy chibolo”, etc. Así logra pasar de una confrontación de
ideas a una comparación de trayectorias, y aquí, claro, tiene todas las
de ganar, pues como ya dijimos, el charlatán, antes que profundizar en su
ideología, cuida celosamente su imagen, su currículum. Esta comparación de
trayectorias es una de sus trampas más
03. Otra pendejada suya al momento
de un enfrentamiento consiste en decir que tú has dicho cosas que en realidad
no dijiste. Le es casi un vicio poner palabras en la boca de los demás. Él cambia tu discurso a su
conveniencia para luego refutarte fácilmente. Para esto, también le es de
infinita ayuda su alta capacidad para fabricar ESTEREOTIPOS. Encasilla en un molde fijo a
sus oponentes para luego citar ideas generales que estén en
contra de ese molde común, esa postura trillada, ya sea literaria, política,
filosófica o moral. Pooor ejeeemplo… si en un debate resaltas muchas cualidades
de José María Arguedas frente a ciertas carencias de Mario Vargas Llosa, el
charlatán de inmediato te encasillará en el bando de los más ortodoxos
socialistas, o de los “resentidos sociales”, esos que defienden “el arte al
servicio de una doctrina” “sin ningún tipo de consideración por la técnica o el
estilo” y bla, bla. Claro, tú no has dicho esto, tú no
eres así, pero el charlatán hará parecer a los demás que sí. Como paso siguiente, lo que
hará es realizar citas trilladas para refutar tu supuesta posición trillada y
así él quedará frente al público como el más sensato. Aquí también mucho
cuidado. Así como un buen charlatán es muy hábil disfrazando
sus ideas generales como ideas novedosas, también lo es disfrazando tus ideas originales como ideas
trilladas. Y esto siempre
con el mismo objetivo: arrastrarte a esos jodidos pozos que son los
estereotipos.
04. Otra de las suyas en debate: las bromas. Cuando se ve acorralado por
tus críticas le servirá como buen paracaídas lanzarse por ahí algún chiste. Con
esto logra varias cosas a la vez: primero, rompe la tensión en el ambiente;
segundo, hace reír al público y con esto logra caerles bien, parecer el más
chévere; y tercero, de forma algo sutil, logra restarle importancia a tus críticas. Esta también es una de sus
tácticas más usadas. Es natural que quien no tiene con qué defenderse termine
huyendo. Sólo un público categóricamente immmbéecil podría dejarse engañar o distraer
por estos medios. O mucho peor (diosito nos salve!): un público de charlatanes.
05. Como ya ves, un charlatán debe
saberse -a la mala- todas las de Cicerón. La oratoria malintencionada es su falso escudo y disfraz.
Con ella, de diversos modos, le encanta sumar a “su integridad”, a “su
persona”, los mejores adjetivos: estudioso, aplicado, ingenioso, divertido e
incluso chelero, gilero,… ,… y así, hasta poder coronarse como el “genio”
de tu salón, el más bravo de tu collera o el líder de tu grupito de poetoides
malditos. Para él suele ser una santa ley ser popular. Él cree que a más variados
reconocimientos reciba, a más firme sea su reputación, más verdaderas y nuevas
sonarán sus divagaciones y parafraseos. Lamentablemente para muchos es
así.
06. Pero como ahora sólo nos
referimos al charlatán con el que sueles huevear, dejaremos de lado al
charlatán reconocido y para seguir hablando sobre el que todavía busca
reconocimiento. A éste le gusta mucho también asumir un rol paternal. Si dices algo imprudente
delante de él o cometes algún error, este charlatán lo usará de todas las
formas posibles para dominarte. Él no deja pasar ninguna oportunidad. Primero
hará un enorme discurso sobre el insignificante desliz
que has cometido (acabándote la paciencia y diciendo “déjame
terminar, déjame terminar”) y luego pasará, con todo el descaro posible, a
darte varios consejos y a brindarte toda una lista recomendaciones obvias con el único fin de mostrarse
superior. Siempre busca causar admiración o miedo. Yo te digo: no le temas. No
le envidies. No lo odies. Sólo menosprécialo. Ten en cuenta que sólo tiene la lengua más
desarrollada que el cerebro. Ocúpate fríamente de desnudarlo esquivando las
tácticas que suele usar. Por ejemplo, él puede un día querer agarrarte frío y
preguntarte sobre qué autores de Luxemburgo pertenecientes al siglo XVIII has
leído, sólo por joder. Ahí puedes inventarle con toda convicción un nombre
cualquiera. Un nombre que suene bastante rimbombante, para que le guste más.
Uno como Anderson Wenerbarten de la Jijunagrandísima. Lo más seguro es que él
te diga “ah, sí, algo he leído sobre ése”, y ahí lo jodes diciendo “por las puras
charlatán, ese nombre es tan falso como tu vida”. A veces funciona, y es
todo un placer.
Pero
tampoco seamos conchudos. Definitivamente, todos tenemos algunos
rasgos de esta alimaña en nuestro interior, consciente o
inconscientemente. Espero que con este escrito haya contribuido en algo a
reconocerlo mejor, pa mocharlo de tu vida y a ver si así se hacen más comunes
los verdaderos intelectuales, aquellos que producen verdaderos aportes
intelectuales bajo un firme compromiso ético. Basta de mentiras no
literarias. ?
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(1) Dícese del libro que para más tiempo cerrado bajo la axila que abierto sobre un escritorio.
(2)Ojo con las comillas. No estoy en contra de aquellos que se nutran de la biografía de un autor para rastrear mejor las propuestas de sus libros. Lo malo (y triste) es sólo fundamentarse sobre ésta.
3) Para que en esto un charlatán se luzca del todo, nada mejor que saberse autores y obras caletas del medio. Poco importa si son malos o buenos. Lo fundamental es que sólo él los conozca.
5 comentarios:
Conclusión Julio Barco= Charlatán.
El artículo de por sí ya es todo una galería de excesos y divagaciones que trivializan el texto y ridiculizan al autor. No quiero ni imaginar al charlatán que lo escribió. No es nada personal, por supuesto, pero sucede que el intelectualismo patético que describe y descalifica es patente en este artículo.
Pura basuuuuuuuuuuuuuuuura
Anónimo... ¿Qué entiendes por ridículo?
decir que es patetico o que solo divaga sin demostrarlo es facil...
atacar sin sustentos tambien es de charlatanes...
charlatanes anónimos...
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