Por Jairo Perez *
El anuncio estaba claro: trabajo de auxiliar, 400 soles mensuales por medio tiempo, de lunes a viernes. Ir a la entrevista con ropa formal; eso significaba no vengas con bermudas, chancletas y el polo con un anuncio de jabón.
Mejor propuesta era difícil de conseguir y él necesitaba el empleo con urgencia. Cansado de oficios mediocres y abrumado por las deudas, debía acudir a esa entrevista.
Lo primero: no tenía ropa formal, nunca pensó necesitarla; es lo mismo que saber el concepto de números cuánticos, ¿para qué sirve? Pidió prestados ochenta soles con la condición de pagarlos con creces. “Avísame cuando necesites algo”, le dijo al buen amigo. “¿Para qué?, vales menos que un desecho orgánico”, habrá pensado éste. Se consiguió zapatos de otro amigo, no los volvería a ver, y ya estaba.
Era el día. No durmió casi nada. Ojeroso, desanimado y barbón, tomó el desayuno: pan con té, las energías le sobrarían. A alistarse. Un baño helado, “¡qué qué fri-frío está haciendoooo!”, rasurarse, cortes en la cara, y un poco de loción. Se puso los zapatos, quiso ponerse los pantalones, tuvo que sacarse los zapatos, recién iban los pantalones, la camisa, la corbata, “cómo aprieta”, es lo peor en estos casos. “Me voy”, se dijo y salió de su casa.
Sólo tuvo que andar media cuadra para darse cuenta de que los zapatos lo estaban matando. Para remate, la avenida estaba lejos. Siguió caminando, arrastraba los pies porque ya tenía heridas en los tobillos. Tomó el carro: “¿Va por la Arequipa?” “Sí, sí, suben, arranca”. En el viaje meditó sobre la entrevista: ¿Será personal?, no tengo currículum, aunque decían sin experiencia, ojalá no me hagan esperar mucho. Se quedó dormido.
Despertó en la avenida Bolívar. Hacía bastante calor. Sintió que sus axilas sudaban, miró disimuladamente y qué mal: mancha por aquí y por allá, siempre le pasaba lo mismo a pesar del desodorante. Espero que no se note: era inocultable.
Llegó a su destino, volvió a caminar y recordó las heridas en sus tobillos, aparte sentía cierto hedor. Zapatos apretados, corbata asesina y axilas manchadas. La entrevista era en un edificio. “Buenos días” al guachimán, “buenos días” a la recepcionista; “pase por aquí”, le indicaron. Un salón con sillas incómodas, de las que hacen doler atrás, y gente como él, fracasados, esperando.
Se sentó en la tercera fila. Había por lo menos treinta personas más. Corbatas, minifaldas, sus axilas. Pantalones, blusas, sus tobillos. Entró una señorita y empezó la charla. El nombre de la empresa, lo que hacía, los ámbitos de trabajo. Anotó todo lo que pudo. “Bla, bla, bla”. Anotó eso también. Acabó. Ahora una pequeña prueba: responder en la hoja con sí o no.
*Jairo Pérez Gamarra: Nació en 1986. Estudió en la UNFV y en la UNMSM. Ha publicado en el 2004 el libro de cuentos Los apostadores miserables. Actualmente es un vago.
1 comentario:
Pura mierda, escriban algo mejor pues.
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