Para mi abuelita Nena que es el Perú
UNO
Hay que decirlo en
one: siempre nos va a joder la indiferencia. La indiferencia es caminar pisando
caca cantando canciones de amor. La indiferencia es caminar pisando caca sin
cantar canciones de amor. La indiferencia es pasar la página y decir yo no. La
indiferencia es cantar bajito, sentarse en el último asiento del bus, no
decirle te amo a nuestras madres, no escribir nuestros nombres en la arena. Somos
humanos y sentimos, y es inevitable no aceptar el júbilo ante lo más trágico
como hermosa de la vida. No negarnos, sino asumir, y usar nuestro cuerpo como
una espada en el aire, es nuestra pequeña tarea.
En mí país la vida es
una cuerda floja. Que algunos usan para cruzar abismos, resistir, tirar, y
otros aflojan suicidándose. “La vida es
hermosa, a pesar de la vida” dijo el poeta, y los que aceptan la vida –esta
vida, la de los que caminamos a píe- tendrán que sumergirse en la miseria y la
ternura. Y cuesta mucho crecer y ser sincero cuando la cuerda nos impide seguir
adelante. O cuando nuestras cuerdas sólo dan “cuerda” a berridos en lugares estrictamente
intelectuales. Como dijo un amigo: Somos
cómplices de la intransigencia que es una camisa de fuerza.
Algunos nos creemos
personas distintas por saber más obras de Vargas Llosa y García Márquez, y
restregamos la ignorancia de los de más con un “a mi no me toca” entre los
labios. Nos cuesta ser sencillos y nos creemos el centro del universo. Sin
embargo, no conocemos ni escuchamos la complejidad de un emolientero que
regresa a casa luego de macerar una noche en su frente y es feliz por haber
sacado la mierda para su familia, ni la resistencia de lo pescadores del Callao
que toda las mañanas bajan al mar y nadie como ellos recibe las primeros rayos del
sol en la piel. En sus vidas y sueños hay lecturas tan indómitas como en la
mejor literatura.
¿Realmente existen
personas comunes? Esta es una certeza equivocada de muchachos con pose
intelectual: creerse, muy a sus anchas, únicos e imprescindibles.
Todos somos
distintos: es una paporreta que todavía nos cuesta aceptar.
DOS
Leer sigue siendo una
actividad solitaria. Leer es un reto y no leer es un crimen. Leer, en medio del
internet y del facebook, es una hazaña. ¿Se lee más o se lee menos? Gastar
dinero en ediciones antiguas, viejas, es un delito para algunos. Para otros comprar
un libro caro es tan parecido a escupir a la pobreza como gastarnos todo el
sueldo en un celular.
A pesar de que se
ejerza en medio del barrullo de la vida moderna, la conexión entre lector y
escritor seguirá siendo mágica. Es una manera de negarnos al mundo y aceptar la
poesía en nuestras venas. Esa poesía anterior a todo, esa poesía “pura” que esta ya clavada en la mirada
de los niños. Ellos son los que se hacen preguntas filosóficas mientras van a
la escuela; los que no ceden a emocionarse y sonreír.
Mi viejo decía que
después de leer Conversación en la Catedral, Lima, nunca fue igual. Claro que
no, pues leer, a demás, es vivir y vivir es luchar. Leer es cambiar.
Es que hay un valor
agregado, pues, la palabra es un animal vivo. Los libros son personas que
sudan, gimen y buscan irremediablemente compañía. Tú puedes darle voz y arraigarte a un tiempo sin límites.
El problema se da
cuando negamos a los demás el fuego que azuzan esas lecturas, y nos
catapultamos en ilusiones estériles; cuando le negamos esa conexión también
única uno y los demás. Nos regodeamos en egoísmos para sentirnos mejores. Nos
alucinamos bajados del cielo y dueños de todo, sin saber que hay poesía en
todos lados menos en la poesía. Ahí empieza la discriminación de Los Lectores a los No Lectores. Y el resultado es la total indiferencia.
¿Cómo firmar contrato con nuestros anhelos
personales y la indiferencia?
¿De donde sacar el punche para no convertimos en seres anodinos expuestos a sus teorías extraordinarias y a conversaciones retoricas que se muerden la cola, dejando de lado el amor y la pasión?
¿De donde sacar el punche para no convertimos en seres anodinos expuestos a sus teorías extraordinarias y a conversaciones retoricas que se muerden la cola, dejando de lado el amor y la pasión?
Es hora de sacar a
pasear nuestra sinceridad. Hoy es siempre
todavía, decía Machado y no se equivocaba.
Tenemos que ayudar a
los otros, es cierto, pero ¿acaso no debemos comenzar con ayudarnos a nosotros
mismos? En mi caso, por ejemplo, nadie
salvo yo coge un libro y, aunque muchas veces he intentando disuadirlos, ellos
se han negado. No elegí a mi familia pero tampoco la cambiaria. El poder de la televisión es aplastante, cruel
y draconiano; otra culpa es la puta educación recibida.
Aunque sigue siendo inútil (Una tarea que no sirve para nada, según
García Márquez) no voy a dejar de hacerlo. Fomentar la lectura, la cultura, es
uno de los medios para retribuir el fuego a los demás. Un
libro puede caer en muchas manos, pasearse de casa en casa, conocer el silencio
y el olvido, pero sé que alguien lo cogerá y, en algún momento especial, pasara
a convertirse en su sombra, llevándolo
hasta los horizontes donde empieza la vida.
¿Pero
que tal sí, en realidad, el que debe cambiar soy yo?
Esta pregunta oscila y se afianza, en tardes como esta, cuando el sol se derrama lejos de mis paredes, y siento el peso del sudor de mis manos apretando las páginas de Balzac.
Esta pregunta oscila y se afianza, en tardes como esta, cuando el sol se derrama lejos de mis paredes, y siento el peso del sudor de mis manos apretando las páginas de Balzac.
Balzac, viejo
francés, ¿quién diría que un muchacho latinoamericano leería con frenesí tus
paginas repletas de vida?
Hace calor, es
verano, sudo y sigo aquí. Ya no salgo a perseguir muchachas montadas en
bicicletas, no sigo la dirección del
viento fresco que avanza inexorable a las seis de la tarde. Le debo
abrazos a mi abuela y besos a mi hermana. Sin embargo, Balzac es una compañía
imprescindible. ¿Lo es?
TRES
Si bien mis
familiares llevan una vida normal, de problemas y desajustes (como son todas
las vidas), no sufren “de más” por escribir, leer y buscar la sinceridad. Pero ellos
no están negados de nada. La emoción natural, del asombro, de la tristeza, del
impulso, del vacio: estas emociones les perteneces a Los lectores y a Los no
lectores. Le pertenecen a los hombres y mujeres de la tierra. Mi madre no deja
de conmoverse viendo los atardeces, como mi abuela se sigue quebrando al
escuchar antiguos boleros de amor. La sensibilidad la tienen los que entregan
su vida a la música como la señora que ve caminar a su hijito de dos años.
Ellos, “Los no
lectores”, viven, y sus sueños no son más que los de “Los lectores”, ni menos:
son igual de frágiles, escandalosos, amargos, reilones, jodidos y traviesos.
CUATRO
Una forma de
discriminar al otro es no aceptar sus gustos, sus pasatiempos, sus anhelos.
O, claro, minimizándolos. Como dije, hay una certeza en “Los Lectores” pues
piensan que sus gustos son sinceros y elevados. Ellos –por haber estudiado Crítica
literaria, leído a Joyce y escuchar Petrucciani por las mañanas- creen tener la
verdad. En otros casos, la consideran relativa y se burlan, usando esa ironía
sutil muy popular, de las pequeñas verdades que anidan en el corazón de la
gente. Ribeyro hacía una diferencia
entre un intelectual y un sabio. El primero podía saber mucho de un tema pero
nada de la vida practica (Ejemplo: Un erudito de la cultura Romana que no puede
cocinar un estofado de pollo) El conocimiento del sabio esta formado por su
vida y su cultura; tanto su experiencia
como los estudios son vitales para su formación.
Mi abuela no sabe
nada del movimiento Nadaísta, ni de las estructuras de La casa verde, pero nadie mejor que ella para darme unos abrazos
apapachantes y llenos de vida. Para obligarme a almorzar y decirme yo también
te quiero. Ella, aunque nunca leyó los
cuentos de Chejov, me contaba historias, muchas veces inventadas al momento,
para que me durmiera de niño. Ella, cuando me enfermaba de gripe, me envolvía
con periódicos el cuerpo (mismo tamal) para que el sudor no agravara mi
enfermedad. Incluso me colocaba una guirnalda de papas sobre la frente con la
idea de que estas podían chupar el sudor. Y, si nada de esto bastaba, corría, despeinada,
en piyama, a buscar las pastillas o el taxi para salvarme.
¿Importa su
ignorancia? ¿Realmente importa?
Creo que la pregunta
sobra.
Nuestro papel,
nuestra soga, siendo sigue la misma.
Aceptar lo que somos
y ayudar a los demás. Y dejar que ellos nos ayuden.
No cerrar puertas, no
subestimarlas.
Enriquecer la vida de
todos y dejar que ellos enriquezcan la nuestra.
Texto: Julio Barco
Foto: Consuelo solís
Foto: Consuelo solís
2 comentarios:
De acuerdísimo. Pero, de acá, desde mí, también pienso en eso para los que no tuvimos precisamente esa infancia, por mi madre, mis hermanas sí, así; pero, por mi padre, armas, ir de tiro, (militar retirado mi padre) nada de "tequieros", pero mucho de "en la vida hay que chingarle", "en la vida hay que andar abusado", "en la vida hay que ponerse las pilas para que no te agarren de su pendejo", "las cosas relax, Juanito, no estalles", "...HIJO DE TU PINCHE MADRE...", jajajaja regañizas por todo, alcoholismo. También, pienso, la poesía en quienes son recios de carácter, en quienes padecen esquizofrenia, en quienes padecen psicosis, en quienes tiene un trastorno de personalidad limítrofe, en todo arranque humano que va de esto maravilloso a lo cruel del asesino, creo en toda vida huamana, aunque no justifico lo grave de algunas, y repudio, por ejemplo, la cultura "norteña-narco" de mi país, esa poesía que ellos hallan en lo que hacen, lo que les sujeta de pie, porque vamos a morir y, de igual forma, lo mío, lo que busco, esto, no es más poesía que la suya, aunque me choque aceptarlo. Y su vida e stan vida como cualquiera. Qué buen texto, Julio.
Realmente me has conmovido. Estoy leyendo a las 12:44 am y pienso en las personas que viven el día a día en Estados Unidos. Sí, muchas veces me he vuelto un egoísta y un altanero, negando la existencia de los "mortales," creyéndome el profeta de esta sociedad, pero olvido que la vida sigue siendo igual para todos y que todos tenemos esa capacidad innata de aprender de ella y de transmitir ese conocimiento a los demás. Muchas gracias Julio.
Deno.
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