Manual de literatura para
punks
(o cómo publicar tres
novelas sin haber estudiado)
Kiko Amat
Esto
que van a leer es como una clase de plástica. Este es el apartado de Métodos de
Estudio y Técnicas de Trabajo. Las prácticas de coche, pero sin pagar y sin
coche. Voy a darles a todos ustedes unos cuantos consejos sobre el arte de
fabricar narrativa y –encima– publicarla luego.
Y voy a hacerlo, no con la condescendencia del “experto”, no con la
altivez del maestro, sino con la cara de pasmo del tonto del pueblo que ha
descubierto un atajo al río que nadie utilizaba. Sí, esa cara que están ahora
haciendo ustedes. El viejo camino del trial
& error y el batacazo rompenapias me ha enseñado un par de cosas en
este oficio que querría mostrarles, y no crean que lo hago para evitarles sus
morrones. Nadie puede hacer eso por ustedes; afortunadamente, el costalazo es
parte esencial de su aprendizaje, el ZAP tras el cual ya no van a meter los
dedos en el enchufe nunca más. Se aprende así; a hostias. No, el único propósito
de este manual es que, tras darse de morros contra el fango (literariamente
hablando), se levanten como machos y lo vuelvan a intentar, desoyendo los
gritos de los que les dijeron que no era por allí, que iban por la ruta
equivocada, que no lo intentaran, que les habían avisado, que había que tener
en cuenta esto y aquello antes de empezar. Que patatín y patatán.
El
manual que están a punto de leer podría resumirse en dos puntos vitales: valor
y disciplina. Y, créanme, es así, aunque parezca una frase sacada del escudo de
armas de Eton. Pero hay mucho más de lo que quiero hablarles. Los que siguen
son mis 17 consejos para publicar novelas en editoriales reconocidas, sin tener
ni pajolera idea (al principio) de lo que uno está haciendo, sin bajarse los pantalones
éticos, sin tener que ir a clases de literatura comparada a morirse de
aburrimiento rodeado de arties sin
espina dorsal. Un manual que sirve para sacar libros en Anagrama –en el caso
del que escribe esto– sin haber estado escribiendo cuentos desde 5º de EGB ni
haber memorizado la estructura de todos los relatos de Borges, ni haberse
apuntado a uno de esos deprimentes Talleres de Escritores (y que les obliguen a
ponerse en pie para que los demás perdedores les digan qué fallos les ven ellos
a la narrativa de ustedes). Esto es mi Manual de DIY particular para la
construcción de ficciones encuadernables, que quisiera compartir con todos los
lectores de La Escuela Moderna.
1)No
teman hablar de ustedes mismos. Lo dijo Beckett (“No existe nada más, seamos
lúcidos por una vez, que lo que me pasa a mí”) lamentándose de haber pasado
tanto tiempo creando inútilmente personajes de ficción cuando se tenía a sí
mismo ahí al lado. Lo puso en banderas y bayonetas el enfadadísimo BS Jonson.
John Fante no hizo otra cosa en toda su
vida (y Hamrun, y Bukowski, y Limonov…). Los Beats se dedicaron a ello con
empeño unidireccional, igual que los angry
young men (si leen la biografía de John Osborne verán que todas sus obras
sin excepción, especialmente Look back in
ager, tratan de él, su madre, su suegra y sus colegas). Y, sin embargo, la
teoría les insistirá en la necesidad de crear ficción pura (un concepto que no
existe, pues todo está basado en algo; en sucesos, momentos, frases de otros),
ninguneando los esfuerzos que realicen para plasmar con honestidad sus
vivencias. Ni caso: Hablen de ustedes. Hablen de sus amigos. Incrusten sus
anécdotas adolescentes. Cámbienles el nombre a sus conocidos y encájenlos en el
texto. Derritan su vida y aplíquenla con brochazos gordos por encima de todo lo
que escriben; si lo hacen bien, nada será más interesante ni les dará más
placer. Al fin y al cabo, es el terreno que conocen a fondo de veras. ¿Para qué
ambientar novelas en la República de Saló, la Revolución Francesa o Brooklyn? ¿Eh?
¿Qué tiene de malo su barrio, pueblo o bar? Nada, se lo digo ya. Nada.
Para conseguir esto, ya lo verán, tendrán que desoír
el clamor (ver punto 2) que les recriminará que están haciendo literatura
ombliguista, que sólo lo hacen por vanidad, que a quién le puede interesar leer
sobre ustedes. Les pasará en narrativa y –por supuesto– les pasará en cualquier
disciplina, especialmente en periodismo. Pero ustedes saben, como sé yo, que la
única manera de hacer crítica-narrativa
sincera, humana y con alma y intestinos y –perdonen– pelotas, es
mediante el contexto y con una sólida primera persona viva y real detrás. Lo
demás es cirugía, disección de ranas, escribanos timoratos escudados tras el
“juicio” y el ”análisis” que carecen de valor para desnudarse en público y
escupir todo el dolor y la exultación que acompaña al estar vivo. ¿Cómo puede
analizarse una obra creada en un estado parecido a la locura armado sólo de
razón, sin empatía ni entrega salvaje ni acercamiento personal? Si tratan de
crear literatura cobardemente , con escalpelo y normas y frialdad analítica,
escondidos tras la barrera taurina de las normas académicas, les saldrá
literatura cobarde. Su crítica y su narrativa estarán hechas con plantilla,
resiguiendo los contornos que les marcaron otros, como un mapa de plástico en
EGB para siluetear. No hay más. Así que hablen de ustedes, por el amor de Dios.
Yo jamás he hecho otra cosa.
2)No escuchen a nadie. Bajo ningún concepto. La
creación más intensa funciona mejor en un estado de total aislamiento.
Encerrados a cal y canto en su torreta cultural, fíense de sus referentes, de
sus intenciones, de sus héroes, y mantengan en todo momento una absoluta
creencia en lo magnífico de su trabajo. Esta autoseguridad medio enajenada es
la mayo garantía que tienen de producir ficción sincera, esquelética y REAL, no
sujeta a las opiniones de críticos, fans o idiotas variados, desprovista de
manierismos modernuflis o
postmodernez con pretensiones de trascendencia. Tengan en cuenta que toda
crítica narrativa está basada a fin de cuentas en una cuestión de gusto
personal; la crítica objetiva no existe, ni existirá jamás. Al fin y al cabo,
¿Quién decide lo que es de buen o mal gusto, sino el zeitgeist de cada siglo? ¿Quién decide lo que es malo y bueno? ¿No
despreció el mainstream a todos los aventureros culturales que estuvieron aquí
antes que ustedes? Recuerden las gloriosas palabras de Basil Bunting: “There is absolutely no excuse for literary
criticism”. Háganme caso: No consulten blogs, no miren críticas de hippies y squares abatidos, no paseen por foros: sean verdaderos náufragos de
su propio mundo narrativo, haciendo lo que les sale del sombrero sin pedir
permiso a nadie. Recuerden que todo está permitido. Recuerden que las mejores
novelas se escribieron pasando del mundo y de su madre. Cuando –sordos y ciegos
como murciélagos respecto al resto del planeta– hayan terminado, habrá llegado
el momento de pasar al punto número 8. Pero hasta entonces –es decir, hasta
dentro de unos cuantos párrafos– cierren la puerta y quien quiera entrar que
enseñe la patita.
3) Conténganse. No están construyendo un blog de esos
que llevan indies deprimidos en
pijama para saldar cuentas entre visita y visita a las páginas porno de
Internet. La restricción, la continencia, son dos de los grandes amarres de la
narrativa más exultante. No se trata de vomitar lo primero que se les pasa por
la cabeza, como un intenauta atolondrado. Relean lo que han escrito una y mil
veces. Aten cada una de sus frases al suelo, y cepíllenlas hasta que brillen
bien, resistiendo la tentación de soltarlas al mundo para que naden entre los
grandes. Mírenlas con dureza de padre catequista: todo lo que sea pirotecnia
semántica (ese momento sobreexitado y autoindulgente de “¡Qué bien escribo!”
que todo narrador debería evitar como la lepra), abalorios verbales, decorado
de cartón piedra, escritura cosmética, debe ir al río. Sin dilación. No teman
nunca desechar lo inútil, pues lo inútil es exactamente eso: inútil. No teman
podar con tijeras bien gordas y afiladas, y no miran atrás a lo que han lanzado
a la basura. Lo más probable es que no valiese la pena conservarlo.
4) Sean comprensibles en todo momento. Esto es lo que
separa a los autores que escriben para la gente y los que escriben para
escritores, profesores o críticos. Esto diferencia al poeta guerrero del poeta
laureado, bufón del rey, palanganero de la clase dominante. Esto es lo que pone
a la gente que escribe narrativa a uno de los dos lados de la zanja: aquí los
pomposos, allí los anarquistas, tomen asiento. Pregúntense continuamente para
quién están escribiendo, y por qué motivo escriben: si la respuesta es que
escriben para El Pueblo (es decir, escriben para gente con trabajos, vidas
comunes, males cotidianos y no para pijazos, diseñadores de interiores o
licenciados en filología) y lo hacen para compartir emociones, entonces déjense
de cripticismos y postmoderneces y metaliteratura y barroquismo. Escriban
claro, que esto que acaban de hacer es un galimatías. No se entiende ni jota,
joder. Claro, no esta reñido con poético, como algunos memos creen, ni con
inteligente. Escribir con claridad implica tan sólo que sus ideas sean
comprendidas. ¿No es eso lo que debería desear todo el mundo? Desde aquí parece
algo que cae por su propio peso, señores míos.
5) Sean breves. Utilicen el método Buzzcocks: si algo
puede decirse en dos frases, no usen tres. BS Jonson decía que toda literatura
debía ser “corta, brutalista y divertida”- Como en el punto 3, poden y poden y
vuelvan a podar. No sobreadjetiven. No den rodeos. Vayan al grano. Hay gente
leyendo con ganas de avanzar, y ustedes les han hecho parar en un túnel
apestoso para mostrarles lo bien que –como un prestidigitador de globitos–
anudan ustedes los verbos y sujetos. Denle a las cosas un principio y un final,
y aprenden a decidir cuando este último ha llegado. No se regodeen. No den
volteretitas de perro amaestrado: cucas sí que son, pero ocupan espacio.
Digan lo que tienen que decir y luego: aire y a volar.
La vida es demasiado corta para libros de 700 páginas.
6)Sean divertidos. El sentido del humor nos separa de
las cucarachas y las rémoras y algunos escritores argentinos. Hacer reír parece
fácil, pero no lo es. Cuando lo hayan conseguido, sin embargo, estarán
empezando a dominar este oficio, se los juro. Y un detalle muy importante: ser
escatológico es perfectamente aceptable y, lo que es mejor, funciona. Y –esto
es un secreto profesional que voy a confesarles así, a bocajarro y gratis
–algunas palabras son más divertidas que otras. Como lo oyen.
7)No tengan miedo a ser confrontacionales. El
arte/pop/cine/literatura más intenso y bello y puro antagoniza. Tatúense esto
en la frente, déjenselo en Post-Its
en la taza del váter, envíense mails a ustedes mismos como señores locos: si
deciden crear y mostrar lo que han creado, alguna gente lo odiará. Es la vida,
no lloriqueen. Si deciden dar el paso de poner en palabras sus pensamientos más
recónditos y sus verdades más poderosas, luego no se quejen. A John Osborne –un
referente vital para todo aquel que trate de ser creativo mediante el uso de
palabras– le persiguió por la calle una muchedumbre enfurecida en más de una
ocasión, tras visionar algunas de sus obras de teatro. Los escritores que se
quejan continuamente de que su obra no es comprendida, que los críticos los
despedazan, que el público les da la espalda, son institutrices victorianas sin
una gota de sangre en las aortas. Me
recuerdan a esos cantautores que tocan en bares –sin que nadie les haya llevado
a punta de trabuco hasta allí– y luego se lamentan de que la gente arma ruido o
habla, y piden silencio a shhhhts como espectadores fifís de ópera, como
niñeras cursis. ¿Qué se esperaban, pandilla de blandengues? Esto es rock and roll, no Roland Garros. Si no
quieren enfrentarse a un público hablador-gritador, cambien de oficio; lo mismo
vale para los futuros escritores. Cientos de imbéciles (un auténtico ejército
de ellos) van a odiar todo lo que hagan, y algunos incluso tratarán de
partirles los morros por ello. Les llamarán de todo, y nada será bonito: que si
plagiarista, baja cultura, que si es intrascendente, vacío, absurdo, que “no
tiene ni idea de lo que habla”. Les recriminarán cualquier cosa, y desde
cualquier lado, así que no intenten pacificarles; los capones van a caer de
forma irremisible y nadie podrá pararlos. Así que si no setán dispuestos a pasr
por esa guerra estético-cultural, si no están dispuestos a sacar pecho a los
Mazzinger-Z y hacerle a la intelligentsia,
a la crítica más centuria, al director más apocado, al lector más cultureta un
fenomenal corte de mangas, no empiecen, se los ruego; lo único que terminarán
haciendo es literatura acomodaticia, timorata y
llena-de-ganas-de-gustar-a-todo-el-mundo. Es decir, harán pura mierda.
8) Escriban como hablan. Más o menos. O sea, dejen fuera
los tics y las repeticiones (no hace falta que pongan tío al final de cada
frase, por mucho que lamentablemente sea así como hablan), pero no se pongan
sobre-cultescos y eviten la pomposidad como si fuese la fiebre amarilla. Si
hablan denostando más que el Capitán Haddock, pónganlo en sus escritos. Sean
honestos e insulten y juren y menten la virgen como guardias civiles
extremeños. Si controlan el slang, espolvoréenlo también por encima. El
resultado valdrá la pena, se lo aseguro. O al menos no se parecerá a ninguno de
esos escritores barceloneses que da la impresión que hablan en moldavo, y que
tienen que colocar reificación y diametralmente en cada párrafo.
9) No se desanimen jamás. Al igual que debían hacer con el antagonismo del punto número 7,
han de ser extremadamente concientes de que van a devolverles originales de
editoriales. Y no uno ni dos, sino decenas de ellos. Suelten el yunque al río,
y saquen la cabeza del horno; no pasa nada. Que les devuelvan una novela de un
salivazo no significa que sea mala. No significa que se hayan apresurado a
mandarla. No significa siquiera que requiera necesariamente pulido o
reescritura. Qué caramba, la mayoría de las veces el rechazo de una obra no
significa nada. Les contaré cómo funciona el proceso selectivo de una
editorial, para que se calmen un poco: un primer lector separa la basura
inmunda de lo leíble, así, a ojo de buen cubero y leyendo en diagonal. Si pasan este peaje, dos pájaros más realizan
nuevas lecturas en mayor profundidad. Y si uno de ambos es magnánimo y tiene
buen día, esa lectura positiva les dejará caer en el regazo del editor como
tal. ¿No ven, ahora mismo y ante sus ojos, la absurdidad de su desespero? Su
original quizás fue devuelto porque la primera lectora es medio miope y confundió
sus avanzados juegos tipográficos con errores. O porque alguno de los dos
alcornoques posteriores se empeñó en comparar su novela punk con las hermanas
Brönte, o le había dejado la novia por palillero (con razón), o tenía que
completar su cupo de multas-lecturas negativas del mes, o le tenían ojeriza o
envidia cochina (de conocerles) porque ellos eran escritores frustrados, o qué
sé yo. O usted y el editor, de haber llegado hasta él, tenían gustos
completamente distintos. Puede ser cualquier cosa, así que: sigan mandando
obras estoicamente. Y si quieren aceptar otro consejo: no se fíen nunca de los
tres lectores iniciales y háganle llegar la novela directamente al editor, por
cualquier medio a su alcance. Sé lo que me digo.
10) Mantengan un core
crítico siempre a su lado. Parece una contradicción que choca de bruces con el
punto 2, pero no lo es. De hecho, el uno y el otro se complementan
graciosamente. Por un lado, deben hacer oídos sordos al mundo, las revistas,
los expertos y los literatos; con ellos, tapones de perejil en las orejas. Por
otro lado, cerca de ustedes debe de haber siempre un grupúsculo de amigos
escogido por su brutal sinceridad, con discernimiento para la narrativa y
gustos literarios similares a los suyos. Esta será la gente que leerá sus
manuscritos mucho antes que la editorial, y que les informará sin tapujos de
que aquí les dio un ataque de pretenciosidad, y que aquel fragmento es
demasiado largo, que ése es aburrido y que el final no se entiende ni un pijo.
Aunque parezca un cliché, cuatro ojos ven más que dos. Tráguense el orgullo
herido cuando les escuchen (aprender a hacerlo es otra de las señales de que se
están convirtiendo en narradores de verdad), piensen en lo que les han dicho,
separen aquello con lo que están de acuerdo de lo que no, y efectúen las
correcciones pertinentes. Además de la utilidad que salta a la vista, este
proceso tiene un uso secundario: ninguna crítica periodística de su trabajo les
pillará con los pantalones bajados. Cuando Florencio Mandúnguez les espete que
el capítulo 3 es muy näif, ustedes ya
habrán pasado por allí, habrán reflexionado sobre ello y habrán decidido meses
atrás que sí lo es, y qué pasa contigo, tío. Esa prevención es otro remache
para su coraza narrativa.
11) No teman copiar. Pero no se pasen, ojo. Casavella
dijo en una entrevista que sólo los pijos se fijan en lo que copian sin mirar
atrás. No les soltaré el rollo que ya conocen sobre que la originalidad es un
invento burgués para justificar el genio y, por consiguiente, las desigualdades
de clase. Se los hemos repetido muchas veces en este fanzine. Pero es cierto
que la originalidad o –como comentábamos en un punto anterior– la ficción pura
no existen. Agarren de donde
quieran (esa estructura, aquella frase, una comparación concreta que vieron de
pasada) y añádanlo a su obra; indudablemente, puesto que sale de su cabeza y se
mezclara con otros pedazos de ustedes, el resultado será inimitablemente suyo.
No tengan miedo de parecerse a sus héroes literarios; piensen que ellos también
tuvieron a los suyos. Por supuesto, esto no implica fusilar artículos enteros
de otros y hacerlos pasar por propios para embolsarse unas cuantas monedas de
plata; sólo los vampiros de la cultura establecida hacen cosas así y,
francamente, es una asquerosidad.
12) Utilícenlo todo. El Efecto Urraca, en efecto. Sean consecuentes con su background (Ver
puntos 1 y 8), y utilicen cualquier elemento ajeno a la literatura que les
plazca. Cómics, música pop o macramé,
da lo mismo. Estamos en el año 2007, y ya no hace falta que todos escribamos
como Flaubert. Graham Greene aceptó la aparición del cine, y su Brighton Rock
está claramente influenciado por ese lenguaje. No es una vergüenza sino todo lo
contrario. Si la narrativa que desean construir se parece más a un episodio de El Hombre de Acero que a Proust, ¿Quién
es el gallito que se va a atrever a decirles que están equivocados? Jack Kirby
o Wes Anderson o Smokey Robinson pueden influenciarles igual que los autores de
sus libros favoritos. Si Kurt Vonnegut utilizó la ciencia como cimiento de sus
novelas, ustedes pueden hacer lo mismo con el motocross o la papiroflexia.
Échenle huevos ahí.
13) Diviértanse. Aunque a ratos les dé dolores de
cabeza, esto debería proporcionarles un gran placer. Si no es así, y hacer
narrativa es su valle de lágrimas, algo pasa. Una de dos: o están creando una
gran obra de exorcización de dolores sin nombre y agravios terribles, y su
redención va a producirse mediante la creación literaria, o quizás no deberían
dedicarse a esto. Eh, puede suceder, no me miren así; conozco la naturaleza de
las obsesiones. Por mucho que hayan estado obcecados con que querían ser
escritores desde BUP, quizás la terrible verdad es que –se los digo susurrando
y suavemente para amortiguar el shock– esto no es lo suyo. Quizás como les
sucede al protagonista de Balas sobre Broadway, su talento yace en otra parte
–la marquetería, quizás, la pintura– y se están obstinando en hacer algo para
lo que no tienen la menor inclinación. Ha pasado antes. Cursos y cursos de
narrativa, cientos de libros leídos, decenas de manuales subrayados y al final
el resultado no servía ni para hacer papel maché. Pues, al igual que no basta
que les guste la música para ser periodistas musicales (hace falta ser un gran
entendido del tema, perdonen ustedes) no basta que sean grandes lectores para
fabricar novelas. Hace falta algo más; ustedes sabrán que corcho es. ¿Alma?
¿Pasión? ¿Morro?
14) Disciplina. Se los pongo también entre signos de
admiración: ¡Disciplina! Cuando empiecen una novela, eso debe ser lo más
importante del mundo, y a ello deben dedicarse en cuerpo y alma. Si tienen que
parar en algún lado, paren; Mercé Rodoreda paró cuatrocientas mil veces para La mort i la primavera, que le llevó una
vida entera escribir, pero cuando la creaba hacía de ella su prioridad total.
Esto no son clases de repaso extraescolares; a no ser que sean seres
especialmente avanzados de otras galaxias, no van a excretar un libro hermoso
dedicándole media hora cada domingo o después de comer. Si van tomando y dejando
su obra por antojos o porque es más importante hacer unas cervezas, les va a
salir un churro; luego no se quejen. La narrativa requiere concentración y
dedicación total. Apaguen teléfonos, avisen a sus familiares que no llamen en
las horas que están trabajando, arranquen el cable de ADSL y traten de no
masturbarse demasiado. Dejo la opción de encerrarse en casas de campo durante
unos mesess para escribir a la elección de cada uno; personalmente les digo que
cuando yo lo he intentado, al cabo de dos días estaba en un escenario digno de El Resplandor, a punto de matar a mis
vecinos y tirarme por el balcón. Y, lo que es peor, sin haber escrito una
maldita frase que valiese la pena.
15) Apúntenlo todo. Apunten y fuego. Siempre un bloc
en el bolsillo, la bolsa, siempre una servilleta de papel a punto, siempre un
manchurrón en la mano con una palabra que les gustaba. Se los digo ya, porque
es una jodienda y cuanto antes lo sepan, mejor: las más grandes ideas, las
frases más chulas, las conversaciones más inspiradores, van a ocurrírseles
fuera de su despacho. Así es. En mi caso es en bares, y no llevo mi ordenador a
bares (¿Por quién me toman, por un yankee?).
Por lo tanto, no dejen que esa eventualidad les pille en pelotas, y lleven
siempre a mano un bloc donde apuntar esas frases e ideales geniales que luego
la memoria o la resaca se ocuparía de borrar irremediablemente de su hemisferio
derecho. La mitad de las veces serán incomprensibles (“Un personaje conoce a
kljhsafd en un bolksdo, pero luego resulta ser skdu foforcio”), handicaps de la
escritura beoda, pero de vez en cuando se encontrarán con auténticas gemas de
la creación inconciente.
16) Lean. Parece una perogrullada, pero deben leer
mucho. Deben leer horrores. El vi fa sang,
y el leer inevitablemente ayuda a escribir. Por sí solo no va a salvarles el
culo, pero por otro lado casi nadie ha escrito jamás sin haber leído mucho
antes. Lo siento, pero viene en el pack. Las cosas buenas nunca son fáciles, ya
se los he dicho mil veces.
17) Admitan siempre que aún están aprendiendo. Y, lo
que es más posible, que no dejarán de aprender nunca. El proceso de aprendizaje
no es finito. La perfección, el dominio completo de las herramientas, es una
utopía. Así que no se entristezcan: mañana les saldrá mejor.
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