La Literatura está en los libros y en
la vida, pero sobre todo nace de ésta y es su principal sentido. Vivir =
trascender. Trascender no es ni será jamás, en su verdadero sentido, lograr que
tu nombre se acuñe a la posteridad. Trascender es amar y amar es embestir,
saltar, pelear y revivir cien veces en medio de millones de muertes
diarias. Hay un mundo dentro de nosotros
y uno fuera, ambos se desangran mientras las palabras atienden a un plano más
superficial.
En palabras de J.
Pimentel—"escribir grandes poemas"— estaba el corazón abierto a los
que más lo necesitan y a respirar, a no pasarse este camino de horas contadas,
señores, dormidos. Lean Ave Soul y entenderán de lo que hablo.
Debemos rescatar al ser humano de la
frivolidad que le rodea y que suda todo él. Rescatar al hombre de estos moldes
tan bien embadurnados que hemos creado y en los cuales existimos
aletargados—pienso en Matrix, pero no
una Matrix holliwoodense—.
Dos cosas nos abren los ojos: la
educación y el amor. La diferencia es que la primera sólo nos hace tomar
consciencia, nos hace mirarnos en el espejo llenos de máscaras, de trajes, y
muy distintos a lo que nuestra naturaleza aspira en desesperada lucha. Muy
distintos, con demasiada ropa y carca, respecto a como nacimos. Pero el amor
es, justamente, desde que nacemos, nuestro primer sentimiento, y, finalmente,
nuestra única espada y escudo en este mundo.
La educación la tenemos muchos, pero
no nos garantiza nada. Piensen en tantos hombres de saco y corbata cuya
inteligencia se vende a diario a la indiferencia ya sea a sabiendas o por pura
frivolidad, desidia, estulticia y banalidad. Con un tajador hablé sobre esto—la
sociedad consumista, el capitalismo, el imperialismo—y todos los ismos de
mierda que aplastan a la gente, que incluso creen liberarse a través de ellos
(pienso en Historia de Mayta), y olvidan el sentido común del que hablaba
Tolstoi en Ana Karenina: El sentido del bien.
El bien común, claro está. El amor al próximo.
Por amor una madre se mata trabajando
12 horas al día, explotada, quizá alienada e ignorante de todas estas
cuestiones de las que hablo. Pero encuentra sentido en su vida a través de su
hijo, de su risa, de su cariño, de su anhelo de verlo crecer y triunfar, aunque
esto último muchas veces sea relativo y equívoco. Mi propia madre o mi abuela
no se preocupan de estas cuestiones, viven el día a día visto al ras, común y
superficial. Pero su amor, sus virtudes, su corazón y su inteligencia—que no
por ser inconscientes a nuestra manera de
entender estas cuestiones—es menos rica. Yo acertaría mejor llamándola
sabiduría porque vale por sí misma y para nosotros más que todos los libros del
mundo. Y si no, piénselo un poco, tan
sólo un poco, ustedes mismos: no cambiarías por nada a tu abuela, Julio, mi
buen hermano. Pero yo, mi madre y mi abuela, si bien conocemos el hambre, la
pobreza y los problemas de la vida en este país nuestro—consciente o
inconscientemente en esta vida inefable e irreducible—hemos sobrevivido, pasado
miles de vicisitudes por esfuerzo y un poco de suerte. Y, gracias a Dios, crean
o no (yo sí creo), hemos amado en esta costa peruana a la que muchos paisanos
migran por ese espejismo de desarrollo. Y he aquí el punto, muchos, pese al
amor que llevan dentro—que no conoce dictaduras ni cadenas—merecen la
oportunidad de disfrutar la vida un poco más y no sólo sobrevivir cada día.
La oportunidad de leer poesía,
comprenderla, y, en general, de leer algo que nutra el alma—o de descubrir en
sí su vocación— es ¡PODER! Pero la literatura no es el único camino—pienso en
un cuento de Chejov—ni el único disfrute o la única pasión. Uno mismo, y esto
también lo hablé con un tajador, a veces quisiera hacer tantas y tantas cosas,
aprender que sé yo, entomología, botánica—conocer los nombres de todos los
árboles—aprender a tocar un piano, un violín, una guitarra, viajar... Tenemos
toda esa potencia en nuestras cabezas y corazones.
Sin embargo, existe, aunque no
quisiéramos, un medio de cambio, y entiéndase que no debe ser más que eso, el
dinero. Porque no sólo en la sierra, en la selva o en la costa de nuestro Perú
no sobreviven muchos. La miseria y el hambre no son lamentables prerrogativas
sólo del estómago. Hay miseria y leucemia también ese musculo rojo llamado
Co-Razón.
A buen entendedor, todas estas palabras.
Sin embargo—y este es el final de un
larguísimo y discutible pensamiento— la Literatura fue inoculada en nosotros.
Es nuestro camino, contera de la espada de nuestro amor, agarradera del escudo
de nuestro amor; el amigo del que a veces rezonga, Omar, y en el que se protege
de sus fantasmas y miedos; la poesía de Julio, su caos y su casa, su corazón
gigante y su espíritu; las contradicciones de Roberto, su lucha interna, su
ternura y su locura y su valor jodiendo toda su cobardía, está en nosotros y no
es académica, ¡¡¡ES VITAL!!! La sentimos día a día hasta cuando cagamos.
Importa y vive por el placer, la paz, la felicidad, y la desesperación absoluta
que reina cuando se vierten por nuestras manos o nuestros pensamientos todo lo
que amamos u odiamos, lo que golpeamos y nos golpea.
La literatura es fuego, señores, pero
un fuego que no debe ser fatuo—admiro a Stendhal, a Tolstoi, por ello—sino un
fuego que sirva para superar esa mediocre "toma de consciencia" y
pasemos al acto. Finalmente, y en mi humilde opinión, el amor—como la
literatura— es un acto que debe ser individual y colectivo; ni uno ni el otro
en mayor medida. Individual porque no se escribe en grupo, a doble lapicero o a
doble teclado. Colectivo porque somos nuestra soledad conectada espiritualmente
a la sociedad (con tristeza o alegría, en la calle o en internet o en nuestro cuarto)
pero solos ante ese papel o esa pantalla. Nosotros entramos a este circo
romano—La avenida Colmena, el mundo,—a escribir y hacer de las palabras,
sangre, luz de véngala e inmolación. Sin embargo, individual, también, porque
el mosaico de nuestra obra proviene del pincel abigarrado y policromático que
somos cada uno de nosotros.
No es lo único, está claro, que hace falta para cambiar el
mundo. Yo no creo posible, además, dicha utopía—valga la redundancia. Pero eso
no debe de arredrarnos como dice Martin Romaña:
"La ciencia explica el universo, la psicología explica
los seres, pero hay que saber defenderse, no dejarse arrancar las últimas
migajas de ilusión."
Por imposible que sea, entonces, lo
poco o mucho que hagamos puede hacer la diferencia en una vida, como lo
hicieron en la mía los cuentos y el amor que me regaló mi madre.
No debemos renunciar a ser libres, a
reír, a webear o dar un vuelo solos de vez en cuando, a enamorarnos, a pelotear
y chismorrear un poco. Todo eso vale.
Vale reír, para no derrumbarnos y
para enseñarles nuestros dientes pelados y amarillentos, en esa mueca hermosa,
a la gente que lo ha olvidado. Vale volar para no volvernos como los torpes
albatros de Baudelaire y sucumbir en este mundo de toscos marineros.
Enamorarnos, porque, personalmente creo, es una de las cosas jodidamente más
hermosas de este mundo, y no tengo imágenes para ello.
Pero nunca, nunca olvidar, o mejor
aún recordar siempre, que no estamos solos, que hay hermanos, padres, madres,
hijos por rescatar—pienso en la Balada de los relámpagos inacabables— y por
quienes pelear porque nuestra felicidad solo será verdadera cuanto menos
egoísta y enajenada sea.
La literatura es una espada de fuego, pero también una
sonrisa y una mano abierta.
O.A.Z.R.
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