Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

miércoles, junio 17, 2015

3 poemas de Luzgardo Medina Egoavil

Alegoría 13
Yo soy hijo de la noche

Soy hijo de la noche,
el único que ama sin ningún pretexto.
Amo cualquier cosa y a cualquier hora.
Amo todo aquello que se ignora.
Amo a la indiferencia que interroga al pasado.
Amo al perro que ladra cuando pasa una nube.
Amo lo que otros dejan de amar, amo los viejos papeles,
amo las alas del tiempo que vuelan y vuelan por sobre los arrecifes.
Soy hijo de la noche,
el único que lava su sombra en las orillas de todos los atardeceres,
el que jamás bosteza, el que dice adiós por decir.
Amo a los que han fracasado en algo,
al que nunca pudo domesticar con amor a las bestias de su destierro.
Amo al inoportuno que se dice amigo – en el fondo es un mercenario -.
Amo a quien cocina zanahorias de un día para otro casi de memoria.
Amo a quien llora su muerte por adelantado
y se siente un héroe.
Amo al que escribe cartas dentro de las iglesias
o a quien envía señales de humo desde otros reinos.
Amo la inestabilidad de esa mujer
en cuyas manos la soledad es imperceptible.
Soy hijo de la noche,
el mismo que vive sin una moneda en el bolsillo,
el único que se burla de quienes padecen el mal de la melancolía,
el único que suele hacer el amor con la destreza de quienes conspiran algo.
El único que se pasa deglutiendo pedacitos de chancaca y abrazando
a quienes no saben nada del futuro.
Amo las blancas fiestas donde la gitana
- toda cubierta con su follaje marino –
baila sobre las mesas lavadas. Allí abrevan los ancestrales caballos.
Ella: desnuda, ebria, sin nuevos ni gastados remordimientos,
oliendo a sexo y a tierra escarchada repite una y otra vez “no sé quién soy”.
Amo a quien no sabe amar

Alegoría 12
PERDÍ
“Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz”.
Jorge Luis Borges

Perdí las huellas de la lluvia
Por culpa de la misma lluvia.
Perdí el amor en manos
De la más agreste melancolía.
Perdí de vista la ciudad
En donde ella me esperaba en la nada.
Perdí mi llanto en los amplios
Salones del crepúsculo.
Perdí mi rostro como quien
Pierde el canto del grillo.
Perdí los viejos recuerdos
En un hospital inhabitable.
Perdí la memoria a la hora
En que habla la necedad,
Perdí la risa en los maizales
Tan llenos de ángeles y sollozos.
Perdí los manuscritos de la locura
En la más absoluta desolación.
Perdí los senos de la noche
En el fondo de las tinieblas.
Perdí en el viñedo más próximo
Los acordes de mi piano desvelado.
Perdí mi lengua en los viejos bares
De un pueblo terriblemente azul.
Perdí el nombre de la mujer
Que vestía trajes de pavor.
Perdí mi árbol de manzanos
En las costas del instante.
Perdí los retazos de muerte
Que me tocaba en octubre.
Perdí la primavera por culpa
De los trenes sin horario.
Perdí mis huesos en la niebla
Más fálica del miedo.
Perdí la historia de la gitana
Que me amó sin prisa.
Perdí las piedras que un día
Trajo el viento minucioso.
Perdí tantas cosas sin saber
Que perdí mis dudas.

Alegoría 7
El poema más feo del mundo

Una gran ciudad es un gran desierto
en donde viven con parsimonia cierta clase de astrólogos
y una infinita cantidad de seres sin estrella.
Coligiendo, ella, la gitana a quien amo, no tiene nombre ni rostro.
Por ella aprendí el sabor del trago imaginario y de la locura,
el sabor de las rosas totalmente desmemoriadas,
el sabor de la humedad en plena sequía.
¿Y quién es ella?, ¿de qué clase de granito la hicieron?
no sé quién es, pero viene con su manojo de horas al hombro,
con sus guisos, con su alma llena de risas y toda clase de arácnidos.
Ella huele al cabello del Dios único y joven que vive entre las hierbas
y sus besos saben a un reloj sin párpados en donde se cuentan,
a modo de números, las diminutas e insalvables ropas del espanto.
En esta gran ciudad de conjuros yo la conocí hace millones de años.
Tenía una mesa de hastío en la que se contorsionaba como geisha.
Me acostumbré a morir sobre su mesa hecha con madera salvaje,
un plástico con dibujos de flores y peras rojizas la cubría, mientras que
las moscas iban a donde nadie va y venían como los trenes del rocío.
No sé cómo la comencé a amar. Amar a nadie es muy dramático.
No sé si ella supo – a tiempo – que mi risa siempre vistió el traje de luto.
Creo que en la indiferencia también se ama con la voz del cansancio.
Creo que la felicidad se escribe con llanto, con heridas cubiertas de sal
y, también, con rebaños de estupidez.
Así me perdí en aquella ciudad o en aquel cerro donde las personas
recogen sus rastros para que no sean sujetos de ningún hechizo.


POEMAS EXTRAÍDOS DEL LIBRO: 
ALEGORÍAS PARA UN AMOR GITANO Y UNA CARTA
PARA CÉSAR MORO
 (Premio Copé de Bronce 2013)
EDITORIAL: PETRÓLEOS DEL PERÚ
AÑO: 2014

LUZGARDO MEDINA EGOAVIL (1959 - 2015)

Arequipeño siempre. Estudió Ciencias Jurídicas y Políticas en la Universidad Católica Santa María. Ecologista y Defensor de los Derechos Humanos. Ha recibido incontables premios, entre ellos están: Premio Nacional César Vallejo (1994), Premio Copé de Bronce 2007 y 2013. Entre sus obras destacan: La boda del dios harapiento (1981), Contra los malos presagios (1995), Nada (2007). 



BONUS TRACK:

ENTREVISTA AL POETA


DECLAMACIÓN DEL POETA DE UNOS DE SUS POEMAS


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