Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

miércoles, julio 04, 2012

El lugar sin límites - José Donoso (reseña)





“–de veras me veo bien?
–para lo fea que eres... más o menos...”

Aquí no cabe ni el polvo. Esta casa se está sumiendo. Por estas calles, hace tanto, anduvo la Japonesa. Eran otros tiempos. La fiesta: el triunfo de Don Alejo.

Esta estación Los Olivos es un paradero del tiempo. Sus límites son invisibles pero inexorables.
El lugar sin límites se vive a la vuelta de la esquina de la Ludo, una cabeza que es capaz de recordarlo todo, pero incapaz de guardarse. Una sombra que se está yendo con el viento, en la calle, hacia la plaza; o con la casa, entre los bailes, hacia el lodo.

A través de una “loca”, como se nombra a sí misma la Manuela, vivimos el desencanto y la certeza humana de haber tenido tiempos mejores. Eso se refleja en la construcción de un pueblo, que se cimenta en sueños y promesas mientras va deconstruyéndose material y espiritualmente. Parte de una estación de tren y se proyecta a la modernidad en términos de energía eléctrica y un camino pavimentado: el longitudinal.


Manuela es una mujer transgénero(eso de la nomenclatura...): se concibe como mujer, vive como mujer y piensa como mujer, independientemente de que esté o no vestida como tal y de que haya nacido varón. Se dedicó a trabajar en las casas de prostitutas; ahora vive, mitad dueña de una, para su vestido rojo y se sabe admirada (cómica o eróticamente) cuando lo usa, cosido y recosido, cosido y recosido, deteniendo el tiempo, desgastándose, porque aquí “no pasa nada”, sólo se agota el mundo.


La estación “Los Olivos” es una utopía cansada, visible desde afuera pero borrosa por dentro. La Japonesita, hija de la Manuela, sueña con luz eléctrica y televisión. Esta casa de putas parte de su mamá, la Japonesa, y se proyecta a la felicidad con la modernización. Don Céspedes cría a los mismos perros: Negus, Otelo, Sultán y Moro, para el mismo fundo, del mismo Terrateniente, Don Alejo, que nada cambia. Parece que quienes no toleran este derrumbamiento son puestos al margen por una sociedad que no ve nada y ciega; así se libera Pancho Vega, pero se queda. Esa permanencia como de rocas acumula el desgaste en cada persona y un día, lo que no es, no es; y nada es eterno, Manuela.

Baila, Manuela, y recuerda que el tiempo sobrevive a nuestros huesos. Y recuerda que las convenciones nombran al mundo, lo señalan; pero uno es sólo un hombre, y tiene una hija: la Japonesita; y uno es débil porque es uno una loca, que nada hará sino huir. Huir y siempre huir. Huir tras la apoteosis de nuestro baile español. Huir, aunque un@ tenga que hacer cuadros plásticos. Aunque una aberración (¡quién diria, dios mío!) como una loca con una mujer trastorne esa vida que se extiende de golpiza en golpiza, de pueblo en pueblo, de casa de putas en casa de putas, de baile en baile, de triunfo en triunfo, de Pancho Vega en Pancho Vega, Manuela. Aunque el cuerpoy Don Alejo pasen por encima de nuestros huesos para darnos cuenta de que estamos tirados en el mismo sitio, con el mismo vestido rojo, siendo los mismos miserables hombres.

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