Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera
Javier Heraud significo mucho para mí. Cuando lo leí, cursaba estudios en la academia pre-universitaria y estaba, ¿cómo decirlo de otro modo?, jodido, muy jodido, y en todos los sentidos.
No exagero: mi futuro era nulo y soñaba con irme de casa, hacer auto Stop, cambiar mis libros por un plano inmenso del mundo, cambiar mi café caliente por un vaso de realidad.
El libro que condensaba toda la poesía de Heraud era de los tiempos de Velazco - azul y de hojas color tabaco, cepilladas e intactas- Quizá de una colección de escritores peruanos que saco el poeta Manuel Scorza con Populibros.
Me lo presto una chica, quizá fue un muchacho, pero digamos que fue chica y que se llamaba Verónica, y no me gustaba nadita. Era media terruca. Y fea. Solía jactarse de cuantas bombas pondría en la puerta de congresistas y que tantas marchas progres protagonizaría no bien llegara a San Marcos. Yo me jactaba de levantarme todas las mañanas.
San Marcos, es cierto, era el fin de muchos y muchas.
A mi me daba (me da) igual. Yo quería leer. Sólo eso. Y mastúrbame.
Fue vital leerme todo el librito azul. Pagina tras pagina la luz fue colando mi cuartucho adolescente (“leer a la luz de Neruda, Reír con Vallejo”) y hasta las cucarachas de mi estomago se inquietaron.
De arranque capte que Javier Heraud no era un posero.
Sus poemas no estaban escritos para que uno quedara deslumbrado de la sapiencia, magia, barbaridad, malditismo, surrealismo que tantos malos poetas ostentan (o intentan, arañándose los pelos, pintándose barbas, estrujando apellidos noruegos) No es que fuera de pura sepa, pero había sinceridad. Y como dijeron por ahí: "A todos los que vinieran les pondría una condición. No hacer nada que no fuera sincero"
Lo suyo no iba por ahí. Lo supe en una. O tal vez en dos, pero lo supe.
Javier era simple (simple pero no huevon)… y transparente, (transparente pero no cursi) como los ríos que corren por sus versos: la claridad es una virtud en (su) la poesía.
La mejor poesía, ya lo dijo Julio Heredia, se encuentra en el buen uso de la sencillez. Y no digo la sencillez de escribir por escribir. No la sencillez que viene a darnos la cara cuando no hay oficio. Sino la otra, la que tiene cómo reflejo la sinceridad y la fuerza.
En Heraud el oficio era vital. Vivir, soñar, leer, darse a gotitas de humanidad (como solía decir en sus cartas) era extensión y acción.
Ese oficio que lo llevo a enrolarse en las huestes de una revolución guiada por enardecidos cubanos; y ya en el Perú por Hugo Blanco. Esa guerra, sí, que lo mato como todos sabemos entre pájaros y arboles a los 21 años. Y yo pongo las manos al fuego asegurando que Javier si pudiera elegir entre lo bonito de una oración (mito o vida) o quedarse entre nosotros dejaría de, ay, seguir muriendo, y se uniría a la fiesta.
En fin, ya conocen la historia.
Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera… puñado de palabras que extraigo de las cartas que Javier enviaba, de distintos lugares y con soberana religión, a su amigo entrañable Degale.
El libro en cuestión se llama Vida y Muerte de Javier Heraud y es el primer intento de compendiar su efímera como apasionada vida. Un intento suicida que Cecilia, su hermana, aborda.
Pero volvamos a las cartas enviadas a Degale:
Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera
Esto, claro, antes de ser un radical, una espada en el aire, un relámpago maravilloso.
Tanto chamullo para decir comunista.
No sé por que razón estos pasajes tan sinceros que pueblan sus cartas, me hicieron (me hacen) recordar a todos mis amigos. La consigna de Javier (y nosotros, y pongo el nosotros entre paréntesis, como quién asume la condición de pequeñez) era (es) vivir intensamente.
Sólo así, sabiendo las dimensiones de su condición, digamos, humana, se puede saborear en sus versos el aire del canto nuevo y renovado que buscaba.
Hoy esta más vivo que nunca. Sus libros son llevados en la misma maleta donde algunos cuadernos viejos y límpidos, el agua, las mudas de ropa y una cámara digital, son acompañantes en el camino.
Si los buenos poetas no sirven para esto, ¿para que carajos seguir leyendo poesía?
Te leemos todavía Javier, lo aseguro, para sobrevivir y soportar las noches.
Una otra y otra y otra
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