Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

lunes, abril 04, 2011

La eterna relación conflictiva: política y literatura

¿En qué momento se había jodido el Perú?, dice Zavalita, personaje principal de la obra Conversación en la Catedral. Curiosa pregunta que nos manda a crear otras: ¿Quién lo está escribiendo, un político o un literato? ¿Por qué involucrar la política con la vida de Zavalita? Preguntas que nos conllevan a una sola: ¿Es la política una amiga o enemiga de la literatura? Yo diría que ambas cosas.


¿Que relación existe entre literatura, y política? Muy estrecha. No obstante, la literatura no debería rozar la política, en el sentido literal: se la puede usar como material literario, pero no como una voz interna para escribir: eso ha conducido, en general, a malas obras o al fracaso. Porque en ese caso no se reconoce la necesidad del texto sino la de adaptarse o la de manifestar determinado discurso.


A lo largo de nuestra historia podemos ver que la relación conflictiva y a la vez amorosa entre literatura y política es al menos tan antigua como esos dos campos –cuya separación, por otra parte, es un invento de la modernidad–. El conflicto, sin embargo, está ya al rojo vivo en ese género que pasa por ser el origen mismo de la literatura occidental, la tragedia griega: ¿por qué si no Platón aboga por la expulsión de los poetas de su ciudad ideal? Desde La República hasta el concepto sartreano de una literatura “comprometida” o las duras polémicas entre Adorno y Lukács o Bertolt Brecht, el problema se plantea una y otra vez. ¿Cuál es la solución? Ninguna. No la hay. Que la cuestión haya nacido con la tragedia es fuertemente simbólico: no hay posibilidad de “síntesis”, de “superación”, de “tercera posición” ante esa tensión irreductible e irresoluble. Igual se puede –y seguramente se debe– hacer una y otra vez las sempiternas preguntas: ¿puede alguien ser un gran escritor, incluso un escritor decisivo, estéticamente “revolucionario” para la literatura contemporánea, y al mismo tiempo un ultraconservador, un reaccionario, un fascista de la peor especie? Por supuesto que sí: ahí están Céline, Ezra Pound, Eliot, y siguen las firmas. Al revés: ¿se puede ser un escritor intachablemente “progre”, de izquierda, políticamente “revolucionario”, y al mismo tiempo literariamente mediocre, ramplonamente panfletario, poéticamente inexistente? Claro que sí: una lista mínima llenaría doce páginas de este blog, con perdón del mal chiste. Ahora bien: ¿significa esto que se pueden alegremente separar las dos cosas, autonomizar plenamente el enunciado literario de la enunciación política o viceversa? De ninguna manera: eso sería, justamente, hacerse la vida demasiado fácil, y disolver ideológicamente la tensión que no puede ser resuelta materialmente (es la eficaz definición que daba Lévi-Strauss del mito: la resolución en el plano de lo imaginario de los conflictos que no tienen solución en el plano de lo real). Es cierto: la literatura de ficción o la poesía permite otras vías de escape que están mucho más obstruidas para la filosofía o las ciencias sociales: el “caso” Céline no es, en este sentido, equivalente al “caso” Heidegger, por sólo nombrar esquemáticamente dos paradigmas. Un filósofo –perdón: ahora se dice un “pensador”– trabaja directamente con ideas a las que él supone verdaderas; no tiene, por lo tanto, el recurso estilístico de hacer hablar a un “narrador”, o a personajes ficcionales que no necesariamente representan el punto de vista del autor. Pero eso no significa que el autor de ficciones no tenga un punto de vista propio.


¿Qué queremos decir con todo lo anterior? Que el problema del escritor es político, y no “literario”. Aun si, como sostenemos, esos dos aspectos no se dejan separar fácilmente, las circunstancias particulares hacen que casi siempre uno de ellos sea el dominante. Por ejemplo: miremos hacia atrás y veremos a un Federico García Lorca asesinado durante la guerra civil española. ¿Tenía él, algo que ver? Lo cierto es que su cadáver aún no es hallado. Veremos también a los escritores del Boom Hispanoamericano defendiendo la Revolución Cubana pero después ¿que pasó con Vargas Llosa? El poeta peruano Mariano Melgar abandona la literatura para luchar por una causa justa que es la independencia del Perú pero que a las finales termina siendo fusilado. En la guerra con Chile veremos a Ricardo Palma y Gonzales Prada luchando en la batalla de Miraflores. En el Perú de los años setenta, Los poetas de Hora Zero se enfrentaron a los apristas y a los partidos políticos de extrema izquierda, quienes -celosos ante la acogida e independencia del movimiento poético y político- saboteaban violentamente sus recitales en las universidades nacionales. Y ni que decir de Lord Byron, Máximo Gorki, el marxismo de Vallejo, de Neruda, y otros más.


Está claro que la mayoría de los escritores luchan por la libertad o cambio político de su país pero la política es tan impredecible que a veces los favorece y muchas veces sucede lo contrario. Para terminar, aquí les dejo con una frase que leí por ahí: ¿Será la libertad la raíz del hombre, la que lo liga al ser y la verdad? En realidad, ésta no es más que una "invención de las clases dirigentes".

1 comentario:

Anónimo dijo...

La politica y la literatura se quiera o no siempre van a estar ligada una a la otra;si nos sentramos en la literatura de los siglos pasados cuando estabamos en plena tirania veremos que en los escritos aparece la literatura politica y de hecho muchas de esas grandes obras literarias fueron escrita por personas muy ligada a la politica.