Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

miércoles, abril 09, 2014

HORA ZERO en fila india: El "Cementerio General" de Tulio Mora


Foto: Ana María Chagra

"Leer Cementerio General de Tulio Mora, es una forma, tal vez desgarradora, pero sobretodo amplia, de abordar la historia peruana, encontrarse con varios de sus personajes, los conocidos y sus reflexiones, los anónimos y sus ejemplos de vida, los personajes que la historia oficial ha querido ocultar (recomendable en este punto es el poema – narración titulado “Eduardo de la Piniella” uno de los ocho periodistas que murieron en las alturas de Uchuraccay en 1983), pero sobretodo, en este libro podremos encontrarnos nosotros mismos y reflexionar sobre el papel que tenemos en esto que convenimos en llamar "Historia del Perú." Tristán D' Mar.


Chavín
(1500 a.C. – 500 a.C.)

No al pie de nuestro dios, de cuya múltiple figuración
              -rugiente como el puma, astuto como la serpiente
e inasible como el águila de espolones cenizos- brotaron
              las verdades de la tierra y nombre a las estrellas dimos.
Ellos nunca lo entendieron… Tampoco en el patio hundido,
             en cuyo piso muchos de ellos desangraron
alienando las baldosas que representaban
              la captura de la simetría, la certeza de las cifras.
Menos aún bajo el rumor de los papeles
              que multiplicamos para que ellos lo entendieran.
Tampoco en la memoria del artista que talló
               una voluminosa testa como un clavo
sobre el templo en que murió su padre.
               Nunca lo entendieron y el castigo amasijó sus huesos…
Pero no hablaba de eso, sino de mi reposo desolado,
              allá en la cantería, más abajo que ellos,
más que mi dios y sus anuncios.
              Tamaña ingratitud no es justa, pero ninguno de nosotros
-sacerdotes, astrólogos, tramoyistas de la credulidad-
              sobrevivió a la rebelión para decirlo.     


Manco Inca
(¿ - 1545)

Colocaron en mi pecho las insignias reales
             y una borla en mis cabellos.
Ridículo me vi porque no tenía edad de gobernar.
            Mas no fue mi juventud, sino la profecía,
lo que me permitió escarbar en la verdad.
            Por sus trazas nombres de dioses les atribuí:
habían llegado por el mar (como anticipó
            mi padre Huayna Cápac antes de morir),
portaban en las manos un rayo que mataba a la distancia
           como agregó el hechicero Huaylla Huisa),
y por último habían castigado la soberbia
           de Atahuallpa, el falso inca.
¿Por qué entonces continuaban los saqueos
          en los templos dedicados a ellos mismos,
torturaban a los leales, forzaban a las vírgenes
            del sol, extraviaban a los hombres del común
en aquellos laberintos de la muerte?
            Aún permanecí en silencio exhibiendo mis insignias
aunque estaba claro que no era más gobernador
            que el menor de mis vasallos, un pelele
que entre hilos mueve a burla y a lágrimas conmueve.
             Inca de mentira, descubrí además que su codicia
era más grande que su fe. Apremiados por la fiebre
             de la piedra deslumbrante me orinaron
delante de mis generales, violaron a todas mis esposas
             en mi propio lecho y echaron por los suelos
las insignias que ellos mismos me habían colocado.
              Humillado hasta desear la muerte me arranqué el disfraz
y venganza reclamé  a mis dioses verdaderos.
              Por años los extraños lamentaron sus escarnios.
Parecía el inca a caballo entre su gente
             con una lanza en la mano. Entonces mi pueblo respetó
mi decisión y besó mis huellas en la tierra.
             Cada quien mostró la madera de su temple y cara
dio a la guerra con los ojos limpios;
              cada quien, como Cahuide, ese capitán tan valeroso
que cierto se podría escribir de él lo que de algunos romanos,
             bailó en el campo de batalla la danza de la purgación
y se arrojó a las peñas cuando sobrevino la derrota.
              Los antisuyus no sabían qué cosa era huir
porque muriéndose peleaban con las flechas.
               Quisu Yupanqui hartó sus templos y palacios
con velorios, y mi esposa Cura Ocllo – esa mujer
               que repitió en su piel la flor del trueno
y como escarcha temprana del verano
                me amó en mis tardes sometidas y de gloria-
envuelta en mierda desafió el estupro.   
               ¿En una mujer vengaís vuestros enojos? – gritó
a Pizarro desde el palo del suplicio-,
               daos prisa de acabarme porque se cumpla
vuestro apetito en todo. Y el polvo oscureció mis ojos
                y el rocío rodó por mis mejillas como lava
cuando echaron sus cenizas en el río del abismo.
                 Desde el valle de Yucay, con andenes
que escalonan el aroma del maíz florido
                  y donde duermo un sueño que me estorba
sé que vivos se conservan mis guerreros
                 como el sol en el tunal,
como el sol en el tunal que purifica al tiempo.



Guamán Poma de Ayala
(¿ - 1615)

Mi dolor fue más lejos que mi edad,
               fue mi vagar sin fin por el país en ruinas
entrando en los ciclos de la tripa negra
                (cada quinientos años).
El tiempo de mi dolor es incuantificable.
                Pero nostalgia no es.
Es el Perú lo que me duele.
                 El desplazamiento es mi llanto
y el camino mi castigo.   
                 Todo lo he visto desde la soledad
y la fatiga de una jornada.                
                 Es el tiempo del oso apaleado
lamentándose a la luna     
                 por sus colmillos de tristísima blancura.
Mi camino se incorpora a mi llorar
                  porque el viaje no es una metáfora
del tránsito de la vida a la muerte,
                    como querían
Manrique y los metafísicos ingleses,
                    sino la vida en sus diversos plazos de agonía.
Mi caminar es el castigo
                    de hacer consciente al tiempo,
sus malditos cambios .
                    Esto lo pienso
antes de bajar a la costa
                   y ya veo a mis paisanos y a los negros
y Aristóteles puede haber escrito mucho
                  sobre los esclavos a natura
pero no ha visto este apretarse de la muerte,
                   su vaho a formol, su náusea,
que invade los rincones de mis textos.
                  Torpe es mi palabra, mas infinita,
porque infinita es la congoja de mi país:
                  a algunos arrancará lágrimas, a otros dará risa,
a otros hará prorrumpir en maldiciones,
                  éstos lo encomendarán a Dios, aquellos
de despecho querrán destrozarlo,
                  unos pocos querrán tenerlo.
No son verdades,
                  son heridas que sangran mis manos
como las piedras las plantas de mis pies.
                    Al situarme entre dos puntos
-de inicio/ de llegada-,
                    la palabra es al tiempo
lo que mi vida al caminar.
                   Se me ha ido el mundo,
se me han ido mis hijos, mis caballos
                   y mis perros,
menos el horror.
                  El cielo está contaminado,
las aves de rapiña anidan en las flores
                  más bellas del paisaje.
Se me han ido mi casa y mi mujer,
                 menos mi caminar.
Soy un profeta itinerante en el desierto
                 cargando un libro en el que pasan
dos reyes, 11 vierreyes,
                 cuatro audiencias, cinco rebeliones
españolas, cuatro incas.
                Soy la memoria más dolorosa del tiempo,
conozco cada villorrio, cada hombre
                harto de su queja.
Lloro por estos cuarenta años de escribir
                y escribir y escribir
la historia inmunda que quise transformar
                con la palabra,
ingenua asunción del tiempo y los caminos,
                como ingenua es la poesía gritando,
miles de siglos
                por los dolores del humano error.
En la última posada estoy sentado
                en la plaza de armas de Lima
esperando que alguien
                entregue mi texto al rey Felipe.
Pero el tiempo vuelve a someterme
                 al castigo del camino.
Moriré sin saber
                cuál fue el destino de mi libro.
La nueva corónica y buen gobierno
                fue más lejos que mi edad y mi dolor:
nunca llegó a ningún lugar.


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