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domingo, julio 31, 2011
Como se nota que estamos de vacas.... (por Cynthia)
sábado, julio 30, 2011
Joyce para dummies
Ulises es, ante todo, un experimento. Aunque en realidad prefiero considerarlo un juguete literario. Es el juguete de James Joyce: el escritor irlandés quiso crear una obra repleta de paralelismos encubiertos y significados ocultos cuyo descubrimiento tuviese ocupados a los críticos durante generaciones. No cabe duda de que consiguió su objetivo: aún hoy, las innumerables referencias camufladas en el texto son objeto de estudio. No nos detendremos aquí en hacer un sesudo análisis de los significados del libro, pero resulta inevitable hacer algún comentario al respecto. Ulises narra una jornada en la vida de varios individuos cualesquiera en el Dublín de los años veinte. Lo hace a través de dieciocho capítulos muy diferentes entre sí, tanto en tono como en estilo. Según el propio Joyce indicó a algunos amigos, cada capítulo de Ulises hace referencia a un personaje o episodio de la Odisea de Homero. El título de la novela ya da una pista de ello: el Ulises de la Odisea era el personaje literario favorito de Joyce y le convirtió en título y centro de su juguete literario, pero en el libro no hay ningún personaje con ese nombre. El equivalente de Ulises en la novela es uno de los protagonistas, llamado Leopold Bloom, y su particular odisea no transcurre a través del océano sino por las calles de una pintoresca Dublin. Molly Bloom, su esposa, es una moderna encarnación de Penélope, la esposa de Ulises. Y Stephen Dedalus no sólo refiere a Telémaco —el hijo de Ulises y Penélope— sino que es una especie de alter ego del propio James Joyce. Además, ciertos capítulos constituyen alusiones veladas a los cíclopes, las sirenas, Calipso, Proteo y demás mitología homérica. No vamos a adentrarnos más en todos estos paralelismos y en otros secretos del texto. En todo caso cualquier lector puede recurrir a los esquemas que el propio James Joyce envió a sus amigos Carlo Linati y Stuart Gilbert. Ambos esquemas difieren un tanto entre sí pero dan una muy buena idea de cuáles son todos los motivos ocultos en el libro.
Qué me va a ocurrir cuando lea esta novela
…si es que podemos llamarlo novela. Ulises es como una de aquellas viejas radios de onda larga, en las cuales uno giraba la rueda intentando captar lejanas emisoras que hablaban lenguas desconocidas. De la radio surgían ecos, silbidos y fragmentos de charla o música que parecían llegados de otro mundo: una aparente cacofonía sin sentido que podía aburrirte o exasperarte hasta que comenzabas a acostumbrarte a ella. Al final, los extraños sonidos del cósmico vacío de la radio se transformaban en un nuevo tipo de música, cuya rareza formaba parte del encanto mismo del hecho de intentar localizar nuevas emisiones. En Ulises, el lector está obligado a hacer el esfuerzo de sintonizar su radio para poder captar la emisora de Joyce. Es muy difícil estar en la misma onda justo al empezar la lectura, y eso produce un aburrimiento o una exasperación en muchos lectores que en términos de ciclismo podríamos llamar la “pájara del Ulises”. Pero si uno hace el esfuerzo de seguir pedaleando, la cuesta inicial del libro puede llegar a ser superada. Aunque hemos de resintonizar nuestra radio al comenzar cada nuevo capítulo —tan diferentes son entre sí— llega un momento en que comenzamos a entender las reglas del juego de Joyce. Y es entonces cuando empezamos a disfrutar incluso de los pasajes más experimentales y estrafalarios de la obra.
El único error que nadie debería cometer al enfrentarse al Ulises es el de esperar un argumento convencional, bien expuesto a la vista del lector y que le permita seguir leyendo por el mero interés de comprobar cómo se desarrollan los acontecimientos. No existe tal cosa en este libro y de hecho el argumento es lo de menos. Uliseses un collage, una narración cubista tan descompuesta en pedazos que deja de parecer una narración como tal. Hay que leerlo sabiendo de antemano que resultará difícil empezar a disfrutarlo hasta no conseguir formarse cierta visión global de lo que el libro pretende. Y para ello es necesario leer unos cuantos capítulos que nos permitan tomar perspectiva sobre el conjunto, como cuando uno se aleja unos metros de un gran cuadro para poder contemplarlo —y entenderlo— mejor.
RAZONES PARA NO ESCRIBIR POEMAS
1)Porque razonablemente, y siendo francos, muy francos, no sirve para nada. Es inútil compadre, hagas lo que hagas, tus versos, arañados sobre el papel con tinta china o líquida, más el dolor de las entrañas estrujándose, y todo ese acto, digamos, poético de escribir poesía es una mierda. Al menos actualmente. Lo repito suavecito: u-n-a m-i-e-r-d-a
2)Porque mamá quiere que vayamos a la universidad y nos graduemos y lleguemos temprano a casa. Y, aunque suene muy cliche, ser feliz es remar en la contra. Poetas como Miguel Ángel Zapata, o el mismo Neruda, se jactan de que su oficio tiene tantas cuotas de felicidad como de tristeza… pero mamá sólo quiere que vayamos a la universidad y nos graduemos y lleguemos temprano a casa.
3)Porque la poesía no se palpa, no se toca, no tiene peso, lugar. Es etérea, es inútil, es idiota. Y digo idiota al final, ya de triste o resignado. Pues todos esos ejemplares, calientitos de tinta, sólo nos sirven para inflar el pecho, y jactarse, muy a sabiendas de que todo es fugaz, del éxito. Ese éxito de publicar. Otro de los valores más populares de nuestros tiempos, ¿el primero? Se los dejo a su criterio.
4)Porque Vallejo, Girondo, Pimentel, Calvo, Rimbaund (a quién, no quiero poner las manos en el fuego, casi todos los peruanos hemos leído en malas traducciones y más por monos que por astutos lo usamos como ídolo a la hora de chupar cerveza o ron de tres cincuenta) Y si desenrollamos la lista de nombres, y ya que el mundo es redondo, el final del largo papel me daría directamente en la mitra.
5)Porque ser poeta y ser peruano es sinónimo de pose, de riesgo a rozar la solemnidad o el abandono. Riesgo de caer en el cliche de que ser poeta en el Perú no se lo deseo ni a super man, o riesgo de ser un horazeriano irresoluto.
6)Porque no se gasta mucho en la imprenta, y cualquiera puede hacerlo (Incluso Gian Marco)
7)Porque la vida es corta. Y corta es la noche.
8)Porque el amor no se define ni, ay, se puede encerrar en palabras.
9)Porque Neruda fue feliz mientras las bombas enterraban más y más el cuerpo de Oquendo de Amat. Y fue triste mientras algunos jóvenes latinoamericanos se meaban de miedo antes de ser fusilados por oponerse a Pinochet y Castro.
10)Porque ser hombre es más difícil que ser poeta, borracho y visceral. Ser hombre y trabajar. Ser hombre y no huir.
11)Porque Pimentel, Juan Ramírez Ruiz y Enrique Verastegui ya no son jóvenes.
12)Porque los poemas de Trilce, salvo uno que otro, no son la gran cagada.
13)Porque Roberto Bolaño es un mal poeta y mal héroe.
14)Porque morir no es bonito. Y menos aun por buscar un pedestal para nadie.
15)Porque Calvo nunca quiso llamarse poeta. Ni Miguel Idelfonso, ni el mismo Treillier… pero sí Los poetas de Asfalto y sus amigos.
16)Porque Roberto bolaño es un buen poeta y buen héroe.
17)Porque no.
18)Porque hacen que existan los recitales. Y los recitales son, y perdonen lo insolente, una cagada.
19)Porque mi mamá nunca me compro un libro de Rubén Darío y, desde siempre, le estoy felizmente agradecido.
2o)Porque alguna noche, quién sabe sí por capricho o vanidad, alguien escriba diatribas contra esos cantos ñoños de flores y balas.
A un amigo
Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera
Javier Heraud significo mucho para mí. Cuando lo leí, cursaba estudios en la academia pre-universitaria y estaba, ¿cómo decirlo de otro modo?, jodido, muy jodido, y en todos los sentidos.
No exagero: mi futuro era nulo y soñaba con irme de casa, hacer auto Stop, cambiar mis libros por un plano inmenso del mundo, cambiar mi café caliente por un vaso de realidad.
El libro que condensaba toda la poesía de Heraud era de los tiempos de Velazco - azul y de hojas color tabaco, cepilladas e intactas- Quizá de una colección de escritores peruanos que saco el poeta Manuel Scorza con Populibros.
Me lo presto una chica, quizá fue un muchacho, pero digamos que fue chica y que se llamaba Verónica, y no me gustaba nadita. Era media terruca. Y fea. Solía jactarse de cuantas bombas pondría en la puerta de congresistas y que tantas marchas progres protagonizaría no bien llegara a San Marcos. Yo me jactaba de levantarme todas las mañanas.
San Marcos, es cierto, era el fin de muchos y muchas.
A mi me daba (me da) igual. Yo quería leer. Sólo eso. Y mastúrbame.
Fue vital leerme todo el librito azul. Pagina tras pagina la luz fue colando mi cuartucho adolescente (“leer a la luz de Neruda, Reír con Vallejo”) y hasta las cucarachas de mi estomago se inquietaron.
De arranque capte que Javier Heraud no era un posero.
Sus poemas no estaban escritos para que uno quedara deslumbrado de la sapiencia, magia, barbaridad, malditismo, surrealismo que tantos malos poetas ostentan (o intentan, arañándose los pelos, pintándose barbas, estrujando apellidos noruegos) No es que fuera de pura sepa, pero había sinceridad. Y como dijeron por ahí: "A todos los que vinieran les pondría una condición. No hacer nada que no fuera sincero"
Lo suyo no iba por ahí. Lo supe en una. O tal vez en dos, pero lo supe.
Javier era simple (simple pero no huevon)… y transparente, (transparente pero no cursi) como los ríos que corren por sus versos: la claridad es una virtud en (su) la poesía.
La mejor poesía, ya lo dijo Julio Heredia, se encuentra en el buen uso de la sencillez. Y no digo la sencillez de escribir por escribir. No la sencillez que viene a darnos la cara cuando no hay oficio. Sino la otra, la que tiene cómo reflejo la sinceridad y la fuerza.
En Heraud el oficio era vital. Vivir, soñar, leer, darse a gotitas de humanidad (como solía decir en sus cartas) era extensión y acción.
Ese oficio que lo llevo a enrolarse en las huestes de una revolución guiada por enardecidos cubanos; y ya en el Perú por Hugo Blanco. Esa guerra, sí, que lo mato como todos sabemos entre pájaros y arboles a los 21 años. Y yo pongo las manos al fuego asegurando que Javier si pudiera elegir entre lo bonito de una oración (mito o vida) o quedarse entre nosotros dejaría de, ay, seguir muriendo, y se uniría a la fiesta.
En fin, ya conocen la historia.
Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera… puñado de palabras que extraigo de las cartas que Javier enviaba, de distintos lugares y con soberana religión, a su amigo entrañable Degale.
El libro en cuestión se llama Vida y Muerte de Javier Heraud y es el primer intento de compendiar su efímera como apasionada vida. Un intento suicida que Cecilia, su hermana, aborda.
Pero volvamos a las cartas enviadas a Degale:
Vivir, soñar, leer, ser feliz a mi manera
Esto, claro, antes de ser un radical, una espada en el aire, un relámpago maravilloso.
Tanto chamullo para decir comunista.
No sé por que razón estos pasajes tan sinceros que pueblan sus cartas, me hicieron (me hacen) recordar a todos mis amigos. La consigna de Javier (y nosotros, y pongo el nosotros entre paréntesis, como quién asume la condición de pequeñez) era (es) vivir intensamente.
Sólo así, sabiendo las dimensiones de su condición, digamos, humana, se puede saborear en sus versos el aire del canto nuevo y renovado que buscaba.
Hoy esta más vivo que nunca. Sus libros son llevados en la misma maleta donde algunos cuadernos viejos y límpidos, el agua, las mudas de ropa y una cámara digital, son acompañantes en el camino.
Si los buenos poetas no sirven para esto, ¿para que carajos seguir leyendo poesía?
Te leemos todavía Javier, lo aseguro, para sobrevivir y soportar las noches.
Una otra y otra y otra
jueves, julio 28, 2011
Rebeldía como tesoro de la humanidad
O sobre "La perla"
Ha de llamar nuestra atención el atrevimiento. De atreverse y de “atrevido”. Steinbeck se atrevió. Utilizo como escenario y como personajes hombres y mujeres de raza completamente distinta a la suya. No tengo entendido con precisión si Steinbeck ha leído a García Márquez, pero ha dejado probado que el mejor modo de escribir de Macondo (o La Paz) es como en Macondo. Kino será un personaje que nunca olvidare, quizá por ser hombre. Y ser hombre en La perla (o en la vida) significa: Ser a medias loco, y a medias Dios.
La injusticia, en lugares como La Paz, es donde más perfora. Haciendo creer a todos sus pobladores que no hay otra manera de existir que la de conformarse, por ende, adaptarse. Pero cuando el hombre quiere verse medio loco, se da cuenta que no es un ser adaptable y todo puede ponerse en contra suya.
Coyotito es el futuro, el porvenir, y el porvenir muere de un solo balazo. Menguando la ira y desquicia que representaba el sueño de Kino por un mundo mejor. Mundo que terminaba en la choza donde ya la música en los oídos le explicaba, con maneras, que no todo saldría bien.
De: Santiago M. Sorel
miércoles, julio 27, 2011
El Trapecista de Antaño con el Pelo Blanco.
O sobre “El secreto de la trapecista”
Malaga esmeroso con su prosa abrumadoramente poética por momentos, pizcas, mejor dicho pizcones, de humor negro y ternura por doquier, va repitiendo incansablemente las características a modo de nombres de los seres extraordinarios que por cierto no tenían nombres.
En los límites de la carpa sus vidas asumen roles de cooperación, solidaridad, armonía, la búsqueda de un solo fin: "salvar el circo". Como contracara a esto la situación política post-independencia es un espejo del problema más constante y más jodido de este país: La desunión.
Sera por esta variable repetitiva que Oscar declara sobre su novela: "es atemporal". Pero el estomago suena y la función tiene que continuar con el espectáculo, que iniciará la temporada del circo y da fin a la novela. Donde la trapecista confronta tres amores. Tres. Tres funciones, tres: Matine, con el militar (pobre huevon) que habiendo comprado y dejado caer aquellos pasajes a España, dejo también caer el telón sobre los sueños de la hermosa trapecista. Vermut, Don José el personaje, de seguro, más interesante, querido y odiado reencarna el amor solidario en acto de sacrificio, sacrificio que no se llega a entender del todo, claro que se justifica todo con tal de “salvar el circo”.
Noche: El amor también es inexplicable o inentendible (¿hace falta entenderlo?) por eso el tragafuegos ama y ama como La Trapecista de Quince Años con el Pelo Rubio, ama con esas llamas que van devorando el circo, y obligándonos a preguntar: La Trapecista de Quince Años con el Pelo Rubio ¿Hacía los brazos de quién deberá correr?
De: Santiago M. Sorel
jueves, julio 21, 2011
“LA LITERATURA NO CAMBIA AL MUNDO, PERO SI UN PEDACITO DEL MUNDO”
lunes, julio 18, 2011
¿Por qué Neruda y no Martín Adan?
Debo rectificar: supe después que en el deslumbrante espectáculo de luces y fuegos artificiales la noche del 8 de julio, Tania Libertad interpretó, acompañada por la Orquesta Sinfónica del Cusco, un fragmento musicalizado de La mano desasida, entre otros temas.
Así, mi tesis se desmoronó, porque lo que yo pensaba demostrar es que el canto nerudiano, emociona y por ello invita, qué duda cabe, al espectáculo. La mano desasida, en cambio, es un viaje al interior del yo, a las profundidades del abismo existencial, desde donde Martín Adán entabla un diálogo con la piedra y la interpela sobre la muerte, Dios, la creación y el propio yo, que está en ruinas:
¡Ay, Machu Picchu maldito!/ ¿Por qué me sigo naciendo?/ ¿En dónde mato el que ni vivo, /Para ser el que no muero?/ ¿En dónde estás, Machu Picchu? /¿Dónde estás, que no te veo? / ¿Estaré vivo?/ ¿Habré muerto?/¿Cómo es la muerte? ¿Cómo es la vida?/ ¿Dónde estoy en tu misterio?
¿Cómo cantar tanto dolor y angustia en un espectáculo de luces y colores preparado para la celebración del orgullo nacional? Me parecía que no era posible, pero Tania Libertad lo cantó. Me hubiera gustado escucharla.
domingo, julio 17, 2011
sábado, julio 16, 2011
viernes, julio 15, 2011
y dicen por ahí..
lunes, julio 11, 2011
Otra más de Holden
La verdad: Salinger-Caulfield era lo auténtico mientras el resto era lo falso. Y toda la verdad y cada una de las claves para entenderla estaban en sus libros, en Franny y Zooey, en Los nueve cuentos y, por supuesto, en El guardián entre el centeno.
Un niño rico judío de Manhattan que había nacido el 1 de enero de 1919. Un buen alumno, menos en aritmética, que en 1934 fue inscrito por su padre en la Academia Militar de Valley Forge. A los 15 años empezó a escribir. Le gustaban el teatro y el periodismo. Un compañero de curso declaraba años después a la revista Time: "quería hacer cosas fuera de lo convencional. Pasaba horas sin que nadie supusiese dónde estaba o qué hacía. Aparecía, simplemente, a la hora de las comidas. Era simpático, pero de esos que si organizabas una partida de cartas no se apuntaba". Como Holden Caulfield, fue capitán del equipo de esgrima, una actividad integrada en Arte Dramático.
Cuando Salinger sale de la escuela militar empieza a escribir y a viajar a Europa. "Parece indudable que en los primeros dos meses de 1938 estuvo en Viena y es muy probable que presenciara directamente la acción violenta de las turbas callejeras nazis", escribe Hamilton. Al volver a EE UU se inscribe en el Ursinus College, de Collegeville, Pensilvania. Era un solitario que impresionaba a las chicas: alto, moreno, neoyorquino, enfundado en un abrigo negro, de modales mundanos y cáusticos. "Proclamaba abiertamente que un día escribiría la Gran Novela Americana. Jerry y yo nos hicimos muy amigos, en gran parte porque yo era la única que realmente creía que lo haría". Así le recordaba Frances Thierolf, Franny, uno de los nombres fetiche del escritor y que además, de casada era, para mayor casualidad, Franny Glassmoyer. "El día que me casé me escribió para decirme que era el apellido más cómico que había oído nunca".
Su primer gran éxito fue el primero de los nueve cuentos, en 1948, Un día perfecto para el pez plátano, en el que aparece su héroe suicida, Seymour Glass. Entre ese relato y la publicación de El guardián entre el centeno distan tres años de trabajo constante. Cuando publica su novela huye a Gran Bretaña, le asusta lo que puedan escribir sobre él y sobre su personaje. Pero las críticas son más que buenas y su nombre empieza a ser públicamente reconocido. Vuelve a Nueva York y por un breve espacio de tiempo disfruta de la fama, de breves romances y de los círculos literarios de la ciudad. Pero el desasosiego crece y el anonimato empieza a obsesionarle. Empieza la leyenda y con ella la huída y el silencio. En la edición conjunta de Los nueve cuentos una cita de Un Koan Zen abre el libro y con ella la única certeza que nos ha dejado J.D. Salinger: "Conocemos el sonido de una palmada de dos manos, pero ¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?".
domingo, julio 10, 2011
Poema de Miguel ildefonso
Ella era una punk.
Estaba en el suelo,
en la basura
de la pared trasera de un edificio del Centro.
Bebía un trago letal, pero lleno
de Iluminaciones de Rimbaud,
Paraísos Artificiales de Baudelaire,
y algo horrísono de Juan Ojeda.
Su vida había sido un rock
con la cara en la ventana
tratando de escapar de una fuerte manifestación
del alma
La ciudad empozada de llanto, la ciudad sin Dios,
un coro de autos estrellados
en el corazón de un perro tirado en la pista.
La desilusión se apoderó de sus pupilas,
navegó hacia costas oscuras
donde extraños hombres la tomaban de la mejilla,
donde dejó su silueta en los ladrillos rojos
de todos los crepúsculos.
Lo había agotado todo.
Su vida duró como la niebla
avanza en el primer día de invierno.
Sí, su sueño fue probar la lengua
de otro sueño, y luego dejar que suene la radio
toda la noche.
No tuvo fin, ella no tuvo deceso,
apenas fue como una gota del cielo sin lluvia.
Entrevista a Carolina López, viuda de Roberto Bolaño
Han pasado siete años desde la muerte del autor de Los detectives salvajes y Carolina sigue viviendo en Blanes, intentando salvaguardar su vida anónima y velando por sus hijos y la obra de Bolaño. Durante estos años, la familia, alejada de las intrigas de la industria editorial, ha sufrido en silencio injurias e infamias, proclamadas sin conocimiento de causa. Sólo ha hablado con la prensa en tres ocasiones, y siempre a través de comunicados: para desmentir la adicción de Bolaño a la heroína, cuando el bulo llegó a la prensa norteamericana; para expresar su desacuerdo con el rostro de Hitler en la portada elegida por Seix Barral para La literatura nazi en América y para aclarar que no había ningún contrato cinematográfico vigente del libro Los detectives salvajes. Ahora, con motivo de la publicación de Los sinsabores del verdadero policía, ha querido conceder a La Vanguardia una entrevista.
¿Cómo se conocieron?
Nos conocimos en Girona en 1981, Roberto tenía 28 años y yo, 20. El invierno de 1984 comenzamos a vivir juntos. En 1985 nos casamos y ese verano fuimos a Blanes para que Roberto trabajara en la tienda de bisutería de su madre, Victoria. Ese mismo verano yo empecé a trabajar en el Ayuntamiento y eso hizo que nos estableciéramos de forma permanente en Blanes.
¿Cómo era Bolaño?
Roberto era una persona muy inteligente, con una memoria prodigiosa y una curiosidad inagotable. Dulce y cariñoso, con una capacidad lúdica que abarcaba toda clase de juegos. Gran conversador. Al mismo tiempo era una persona muy exigente en sus concepciones éticas que difícilmente perdonaba actitudes desleales. Leía mucho. Era un gran lector, clásicos, poesía, ciencia-ficción, de todo. Le fascinaban también las guerras mundiales, las estrategias, tal vez, porque su abuelo era militar. A veces me enfadaba con él porque se ponía a jugar con Lautaro hasta entrada la noche juegos de estrategia. Se enfrascaba en ellos y perdía la noción del tiempo. Como en el juego, en la literatura, en el amor, en la amistad o enemistad, en realidad ante la vida, tenía una actitud vital completamente desmesurada y esto hacía muy divertida e interesante la vida en común, también muy complicada.
El fracaso es una de las ideas recurrentes en su novela.
Porque él experimentó el fracaso como un caso propio. No empezó a publicar en una editorial importante hasta los 43 años y eso es terrible para alguien que desde los 17 ó 18 años vivía la literatura o que creó el Infrarrealismo en México. No es verdad que viviera de los premios literarios. La mayoría tenía dotaciones miserables, apenas le daban dinero; en todo caso, dosis de moral cuando los ganaba.
Me refería al fracaso de la izquierda revolucionaria.
El fue un hombre adscrito a la izquierda y entregado al sueño de la revolución. El mismo relata su viaje al Chile de Allende para vivir la transformación de su país. Su desengaño también está narrado por él mismo. Creo que ese desengaño ha marcado toda una generación y en su caso es una constante de su literatura.
¿Llegó a tiempo de paladear el éxito?
Tuvo tiempo de disfrutar el reconocimiento. Tuvo la tranquilidad de saber, por fin, que todo lo que escribiera se iba a publicar. Es algo que hay que agradecer a Jorge Herralde. Pudo también saberse muy valorado por la crítica literaria y por algunos de los escritores que había leído con atención desde hacía años, como Pere Gimferrer, Enrique Vila-Matas o Susan Sontag. Pudo recibir premios importantes...
¿Le cambió?
No le cambió. El reconocimiento le puso en contacto con otros escritores contemporáneos y con el ambiente literario de Barcelona: le permitió conocer a mucha gente, pero sus prioridades y su cotidianidad siguieron iguales.
¿Ha tenido problemas contractuales con el editor?
Sí, los hubo, y eso explicaría algunos de mis movimientos iniciales. Ahora están resueltos y no es adecuado hacerlos públicos.
¿Qué instrucciones le dio Roberto Bolaño antes de morir?
Estaba muy preocupado por el futuro de nuestros hijos. Lautaro tenía trece años y Alexandra, sólo dos. Me dejó los cinco disquetes que contenían los cinco libros de 2666 y dejó el encargo de publicarlos por separado a razón de uno cada año para capitalizarnos y salir adelante. Pero sabiendo que Roberto la consideraba una única novela y que quería publicarla íntegra en un solo volumen no se planteó otra posibilidad. En los meses de espera del trasplante, para Roberto era importante hablar y darme instrucciones de lo que tenía que hacer si las cosas salían mal: repetía hasta el hartazgo que no olvidara que todo lo suyo era de los niños y mío y que nunca tuviera duda sobre ello, cómo tenía que ser el entierro… Lo planteaba todo con una naturalidad absoluta, con un sentido del humor muy propio en él, pero fuera de lo común, se reía de todo. Lo recuerdo riéndose con Lautaro: "Si me muero, cuando nos volvamos a ver tú serás más viejo que yo". Para mí eran conversaciones dolorosas. Ahora se las agradezco, me han ayudado mucho y creo que a Lautaro también.
¿Nombró Bolaño albacea literario?
No, no. El albacea literario es una figura jurídica y Roberto ni lo puso por escrito ni mencionó jamás esa posibilidad. Roberto sabía que yo no estaba metida en el mundo editorial y por eso me dijo que, si necesitaba ayuda, recurriera a su amigo Ignacio Echevarría, crítico literario que entonces publicaba sus reseñas en El País. Esto consta por escrito en la Nota de los Herederos de2666 que se publicó en la primera edición de esta novela. Le pedí ayuda para que hiciera un inventario. Antes de esto, por iniciativa propia, él preparó el libro Entre paréntesis y, tras el inventario, El secreto del mal. Su trabajo de apoyo a la edición de 2666 corrió a cargo de Jorge Herralde. En realidad, él ha sido siempre una persona próxima a la editorial. Que se afirme que Roberto nombró albacea a Ignacio Echevarría es un malentendido, que creo él ha intentado desmentir más de una vez. Roberto tenía muy claro que en caso de que las cosas fueran muy mal, iba a ser yo y después sus hijos los responsables de su obra. En la última entrevista que concedió a Mónica Maristain, quince días antes de ingresar en el hospital, cuando le preguntan: "¿Cuál es la opinión en torno a su obra que más valora?", él responde "mis libros los lee Carolina y después Herralde y después procuro olvidarlos para siempre".
¿Cómo vivió tantos años de ninguneo?
Roberto no necesitó publicar para tener la convicción de que era escritor y que su obra era importante, prueba de ello es que nunca dejó de escribir y de guardar todo aquello que escribía. La falta de reconocimiento implicó falta de dinero y vivir al margen de lo socialmente admitido. Cuando se vive pobremente, el dinero no tiene tanta importancia. Roberto fue un hombre muy valiente, sólo quiso vivir la literatura creando su propia obra. No podía renunciar al sueño de sentir la literatura como su destino, esto es lo que lo hace maravilloso como hombre y como escritor, esa pasión se transmite en su literatura.
¿Le ha defraudado mucha gente?
Más que hablar de la gente que me ha defraudado quiero hablar de los amigos que durante estos años nos han apoyado, algunos con su presencia constante y otros desde la distancia: Enrique Vila-Matas, Paula, A. G. Porta y Anna, Rodrigo Fresán y Ana… y otros que no doy sus nombres porque no son públicos.
Su silencio ha dado pábulo a muchas leyendas.
Mi silencio responde al respeto hacia Roberto, a mis hijos y, por supuesto, hacia mí. Ha sido muy complicado para nosotros situarnos ante Roberto, como un personaje público. Su ausencia lo marca todo, puesto que muchas de las cosas que se dicen no se atreverían a decirlas si él estuviera. Cualquier persona puede decir y reinterpretar su vida, algunos correos electrónicos se convierten en la base de una gran amistad, una relación profesional en una amistad íntima. Los ejemplos podrían ser muchos, pareciera que quien quiere, puede publicar cualquier teoría sobre su vida privada. Yo siempre he confiado en la inteligencia y el sentido común de las personas y no he perdido esa confianza, creo que la gente sabe discernir entre la verdad y la mentira. Esto no evita que para nosotros pueda resultar doloroso. Mantengo una actitud muy rigurosa para preservar la intimidad de mis hijos y la mía. Está claro que lo público de Roberto es su literatura, y de su vida personal, todo aquello que él quiso compartir; si leemos sus entrevistas, veremos que Roberto habló mucho de su vida privada.
¿Cuál es este legado? Desde su muerte han salido varios libros.
Al morir Roberto, encontramos cajas con una cantidad ingente de manuscritos, notas, proyectos, sobre todo de poesía, documentos mecanoscritos… Mucho de este material está escrito a máquina mecánica, lo que nos ha facilitado datarlo, porque en 1993 se compró una máquina eléctrica y en 1995 compramos el ordenador. Además, están los archivos informáticos y muchas páginas impresas con la letra del ordenador, pero que Roberto ni guardó en disquete ni en el disco duro. Hemos iniciado el proceso de clasificación de todo el material y hemos hecho una primera lectura. Estamos en fase de estudio.
¿Los Sinsabores del verdadero policía es la última novela?
Es la que trabajó más tardíamente.
¿Qué criterio sigue para dar o no a la imprenta un texto que no publicó su marido en vida?
Cuando un escritor es muy reconocido universalmente, como en el caso de Bolaño, los lectores agradecen que se publiquen hasta sus diarios o su correspondencia, así como ciertos documentos o textos (siempre que tengan valor literario) que hubieran podido quedar inéditos. Todo es publicable, pero siempre aplicando criterios. El principal: respetar escrupulosamente el texto dejado por el autor, así como contextualizarlo para que el lector tenga la información necesaria, e incorporarlo al conjunto de su obra sin que la desmerezca. En el caso de Roberto, dejando al margen2666, puesto que él lo dio como publicable, he coordinado directamente la edición de La universidad desconocida, El Tercer Reich y Los sinsabores del verdadero policía. Además de los criterios señalados, se ha trabajado con textos que en algún momento Roberto consideró finalizados; se ha realizado un riguroso estudio en el archivo del autor de toda la documentación vinculada al texto, garantizando un máximo de información y veracidad. En los tres libros he tenido la suerte de disponer del asesoramiento de excelentes profesionales del ámbito de la edición.
¿Qué le llevó a cambiar de la agencia Balcells a la de Wylie?
Creo que no es el momento de hablar de ello. Sí de manifestar públicamente mi satisfacción por el trabajo de la Agencia Wylie.
¿Queda algo más publicable?
Hay que esperar a terminar un estudio completo y profundo para responder con seriedad.
¿Qué hará con los archivos?