Ulises es, ante todo, un experimento. Aunque en realidad prefiero considerarlo un juguete literario. Es el juguete de James Joyce: el escritor irlandés quiso crear una obra repleta de paralelismos encubiertos y significados ocultos cuyo descubrimiento tuviese ocupados a los críticos durante generaciones. No cabe duda de que consiguió su objetivo: aún hoy, las innumerables referencias camufladas en el texto son objeto de estudio. No nos detendremos aquí en hacer un sesudo análisis de los significados del libro, pero resulta inevitable hacer algún comentario al respecto. Ulises narra una jornada en la vida de varios individuos cualesquiera en el Dublín de los años veinte. Lo hace a través de dieciocho capítulos muy diferentes entre sí, tanto en tono como en estilo. Según el propio Joyce indicó a algunos amigos, cada capítulo de Ulises hace referencia a un personaje o episodio de la Odisea de Homero. El título de la novela ya da una pista de ello: el Ulises de la Odisea era el personaje literario favorito de Joyce y le convirtió en título y centro de su juguete literario, pero en el libro no hay ningún personaje con ese nombre. El equivalente de Ulises en la novela es uno de los protagonistas, llamado Leopold Bloom, y su particular odisea no transcurre a través del océano sino por las calles de una pintoresca Dublin. Molly Bloom, su esposa, es una moderna encarnación de Penélope, la esposa de Ulises. Y Stephen Dedalus no sólo refiere a Telémaco —el hijo de Ulises y Penélope— sino que es una especie de alter ego del propio James Joyce. Además, ciertos capítulos constituyen alusiones veladas a los cíclopes, las sirenas, Calipso, Proteo y demás mitología homérica. No vamos a adentrarnos más en todos estos paralelismos y en otros secretos del texto. En todo caso cualquier lector puede recurrir a los esquemas que el propio James Joyce envió a sus amigos Carlo Linati y Stuart Gilbert. Ambos esquemas difieren un tanto entre sí pero dan una muy buena idea de cuáles son todos los motivos ocultos en el libro.
Qué me va a ocurrir cuando lea esta novela
…si es que podemos llamarlo novela. Ulises es como una de aquellas viejas radios de onda larga, en las cuales uno giraba la rueda intentando captar lejanas emisoras que hablaban lenguas desconocidas. De la radio surgían ecos, silbidos y fragmentos de charla o música que parecían llegados de otro mundo: una aparente cacofonía sin sentido que podía aburrirte o exasperarte hasta que comenzabas a acostumbrarte a ella. Al final, los extraños sonidos del cósmico vacío de la radio se transformaban en un nuevo tipo de música, cuya rareza formaba parte del encanto mismo del hecho de intentar localizar nuevas emisiones. En Ulises, el lector está obligado a hacer el esfuerzo de sintonizar su radio para poder captar la emisora de Joyce. Es muy difícil estar en la misma onda justo al empezar la lectura, y eso produce un aburrimiento o una exasperación en muchos lectores que en términos de ciclismo podríamos llamar la “pájara del Ulises”. Pero si uno hace el esfuerzo de seguir pedaleando, la cuesta inicial del libro puede llegar a ser superada. Aunque hemos de resintonizar nuestra radio al comenzar cada nuevo capítulo —tan diferentes son entre sí— llega un momento en que comenzamos a entender las reglas del juego de Joyce. Y es entonces cuando empezamos a disfrutar incluso de los pasajes más experimentales y estrafalarios de la obra.
El único error que nadie debería cometer al enfrentarse al Ulises es el de esperar un argumento convencional, bien expuesto a la vista del lector y que le permita seguir leyendo por el mero interés de comprobar cómo se desarrollan los acontecimientos. No existe tal cosa en este libro y de hecho el argumento es lo de menos. Uliseses un collage, una narración cubista tan descompuesta en pedazos que deja de parecer una narración como tal. Hay que leerlo sabiendo de antemano que resultará difícil empezar a disfrutarlo hasta no conseguir formarse cierta visión global de lo que el libro pretende. Y para ello es necesario leer unos cuantos capítulos que nos permitan tomar perspectiva sobre el conjunto, como cuando uno se aleja unos metros de un gran cuadro para poder contemplarlo —y entenderlo— mejor.
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