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lunes, julio 11, 2011

Otra más de Holden


Siguiendo las pistas del Salinger, mismo Marlowe en las novelitas negras, se colgaran todos los textos sobre el misterioso guardián entre el centeno. Aquí uno, aunque corto (!cómo casi todos los que leo! ¿por qué no se meten a escribir sobre las entrañas del muchacho ese, tan raro como sincero, tan único como valiente y a la vez cobarde e histrionico? Lo que lleva ahí, no muy en el fondo, es lo que esta por encima de las fechas y anécdotas del mismo Salinger. Aun, hoy por hoy, debemos guardar de caer en ese abismo al cual los niños y niñas que cuida el guardián siguen precipitándose.

Adiós a un mito
(Una de las últimas imágenes que le tomaron a Salinger... cómo ven, igual que su antiheroe, era distante de las convenciones...)

J. D. Salinger no era un escritor sino una religión. Es lo mejor y lo peor que puede decirse del autor de El guardián entre el centeno, un libro que desde su aparición en 1951 convirtió a legiones de lectores en posesivos devotos de un misterio, el de sus personajes y el suyo mismo. ¿Quién era Jerome David Salinger? ¿Quién era ese tipo convertido en profeta de ese doloroso tránsito llamado adolescencia? En la investigación que Ian Hamilton emprendió en 1983, y que se convirtió en una cruzada del escritor para evitar airear cualquier dato sobre su vida, el biógrafo convirtió el célebre y elocuente silencio de Salinger en respuesta.

Recluido, Salinger no quería que nadie contara su historia, despreciaba las biografías literarias, a los editores, a los periodistas, a los fotógrafos... Holden Caulfield, protagonista de El guardián entre el centeno, hablaba por él: "Si realmente están interesados, lo primero que probablemente querrán saber es dónde nací, y cómo fue mi piojosa infancia y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y toda esa basura del tipo David Copperfield, pero no tengo ganas de entrar en eso, ésa es la verdad".

La verdad: Salinger-Caulfield era lo auténtico mientras el resto era lo falso. Y toda la verdad y cada una de las claves para entenderla estaban en sus libros, en Franny y Zooey, en Los nueve cuentos y, por supuesto, en El guardián entre el centeno.

Un niño rico judío de Manhattan que había nacido el 1 de enero de 1919. Un buen alumno, menos en aritmética, que en 1934 fue inscrito por su padre en la Academia Militar de Valley Forge. A los 15 años empezó a escribir. Le gustaban el teatro y el periodismo. Un compañero de curso declaraba años después a la revista Time: "quería hacer cosas fuera de lo convencional. Pasaba horas sin que nadie supusiese dónde estaba o qué hacía. Aparecía, simplemente, a la hora de las comidas. Era simpático, pero de esos que si organizabas una partida de cartas no se apuntaba". Como Holden Caulfield, fue capitán del equipo de esgrima, una actividad integrada en Arte Dramático.

Cuando Salinger sale de la escuela militar empieza a escribir y a viajar a Europa. "Parece indudable que en los primeros dos meses de 1938 estuvo en Viena y es muy probable que presenciara directamente la acción violenta de las turbas callejeras nazis", escribe Hamilton. Al volver a EE UU se inscribe en el Ursinus College, de Collegeville, Pensilvania. Era un solitario que impresionaba a las chicas: alto, moreno, neoyorquino, enfundado en un abrigo negro, de modales mundanos y cáusticos. "Proclamaba abiertamente que un día escribiría la Gran Novela Americana. Jerry y yo nos hicimos muy amigos, en gran parte porque yo era la única que realmente creía que lo haría". Así le recordaba Frances Thierolf, Franny, uno de los nombres fetiche del escritor y que además, de casada era, para mayor casualidad, Franny Glassmoyer. "El día que me casé me escribió para decirme que era el apellido más cómico que había oído nunca".

Su primer gran éxito fue el primero de los nueve cuentos, en 1948, Un día perfecto para el pez plátano, en el que aparece su héroe suicida, Seymour Glass. Entre ese relato y la publicación de El guardián entre el centeno distan tres años de trabajo constante. Cuando publica su novela huye a Gran Bretaña, le asusta lo que puedan escribir sobre él y sobre su personaje. Pero las críticas son más que buenas y su nombre empieza a ser públicamente reconocido. Vuelve a Nueva York y por un breve espacio de tiempo disfruta de la fama, de breves romances y de los círculos literarios de la ciudad. Pero el desasosiego crece y el anonimato empieza a obsesionarle. Empieza la leyenda y con ella la huída y el silencio. En la edición conjunta de Los nueve cuentos una cita de Un Koan Zen abre el libro y con ella la única certeza que nos ha dejado J.D. Salinger: "Conocemos el sonido de una palmada de dos manos, pero ¿cuál es el sonido de la palmada de una sola mano?".

1 comentario:

  1. Salinger era paranoide, veía en cada esquina de retorno a su ciudad, minúsculos ciudadanos vietnamitas. Levantó altos muros en el frontis de su mansión para evitarse todo contacto ocular con el mundo y viceversa.
    Su hija publicó un libro que destrozaría cualquier imagen heroica de nuestro «guardián». Se dice que cuando en cada uno de ellos se desviaba en alguna travesura, Salinger era el americano impasible que colocaba una cubeta de orine y se los hacía tomar, arrodillados. Es posible que en la mente de nuestro autor, la guerra nunca haya terminado. Saludos.

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