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viernes, septiembre 30, 2011

Una chica que sabia volar


Ella comenzó diciendo que no iría lejos, que el amor era un yunque que terminaría aprisionando su corazón, su cabello, sus zapatos de goma otra vez partidos bajo la noche que nunca terminaba en esos días y se prolongaban otra vez por la ciudad.
Luego se callo, muda, mirando sus zapatillas. Lamente no ser tan valiente, tan pendejo, tan suelto. Ella me decía que me quería. Se leía, claro, entre líneas.
Yo le hablaba de los poetas y escritores que cruzaban como disparos mis ojos. Ella me decía que me quería, y yo soltaba, por ejemplo, Machado del hocico.  Ella me ofrecía su boca y luego corría, tras las clases, tras el novio –aun, estaba con uno, y esto era pesadísimo, puesto que tuvo que romper con él para venir a mí- y nos movíamos por entre los ramajes, las sombras revueltas, el apestoso peligro de los parquecitos de Santa Anita.  Nos movíamos, nos soltábamos, éramos libres en los microbuses que arrastraban nuestro cansancio hasta la casa.

Y olíamos bien, nos olíamos el dorso de la mano, antes de seguir avanzando por esa maraña de calles y extensiones.
La punta de mi nariz olía a la punta de su naríz (pues nos saludábamos como dignos pingüinitos, dignos amantes del frío)

El cielo cortándose como una boca que ríe, la mañana revuelta en las suelas de los zapatos. Una palabra bailando sin puntos suspensivos en el fondo de un vaso de café.

Ella comenzó diciendo que no podría, que tenía que ir muy lejos. 
Su deber era la distancia. Su amor el camino. Su corazón estaba debajito nomás de tanta piel, pero sus pasos eran tan lejos, y eran tan pasos que marcaban con fuego sus palabras.
Un disparo.
Entonces los dos en silencio, como arrepentidos, corremos.
Nos callamos y morimos.
No iré lejos, me dijo, me repite. Y yo no sé que decir.
Mejor, pienso, le canto una canción de Fito. Y se la cante. 
  

(La imagen, por cierto, y pa los interesados, es del genial TROCHE. Googleenlo y vean ustedes)

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