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viernes, septiembre 30, 2011

La importancia de llamarse Roberto Bolaño



Debería empezar hablando de la habitación de hotel de anoche. De mi día libre. ¿Pero quién está dispuesto a soportar un voluminoso tratado sobre mi día libre? Mi día libre es exactamente el día que comienza cuando anteanoche termino de leer las últimas páginas de La pista de hielo. Tenía que acabar ya a Roberto Bolaño, porque después vendría Bill Callahan y, es justo decirlo, Nacho Vegas. Dos tíos altos como dos castillos. Tras el concierto pensé en lo poco que se rieron. Nadie se reía en el concierto, tan solo Elisa y yo. Nos reímos y nos volvimos al hotel. Luego pensé en La pista de hielo.
Es muy importante llamarse Roberto Bolaño. Es mejor que llamarse de otras muchas formas. Incluso, si ustedes me apuran, uno podría llamarse Roberto Gómez Bolaños. El error de transcripción daría lo que hay entre Los detectives salvajes y el Chapulín Colorado. A mí me viene muy bien que Roberto Bolaño se llame así. Me lo pone fácil cuando me paso varias semanas sin conseguir acabar un libro y tengo que echar mano de las existencias disponibles en un top tenimprovisado. Echo mano de La pista de hielo y sé que todo irá bien, y que solo después, en el próximo libro, decidiré si tengo ánimo para arriesgarme con un descubrimiento. Mírenme, soy un lector conservador al que le da miedo equivocarse. Pueden cebarse conmigo si quieren.
Con La pista de hielo uno se acuerda del Faulkner de Mientras agonizo. La Costa Brava funciona aquí del mismo modo que el profundo Sur de los Estados Unidos. Bolaño es capaz de crear un espacio imaginario con posibilidades infinitas y engarzarlo dentro de un contexto conocido por todos. En La pista de hielo, Z es un Yoknapatawpha catalán. Sin embargo, Bolaño se niega a parecer épico en esta novela, pese a la comparación faulkneriana, prefiere el método a-mí-que-me-registren. En Mientras agonizo es toda una familia la que habla de su implicación en un proyecto que parece superarles a todos. En La pista de hielo, también hay un proyecto que parece superarlos a todos, pero no tiene que ver con casi nadie. Por eso, hasta cierto punto los narradores hablan como si pasaran por allí y se sintieran obligados a decir algo al respecto. Afortunadamente, a Bolaño le ha parecido bien que todos estos personajes digan algo al respecto hasta acabar una novelita de unas doscientas páginas. Suficientes para sentirme desahogado durante unos días.
Con el material para esta historia también se podrían haber hecho otras cosas. Por ejemplo: un telefilm de Antena 3 o de Telecinco (al gusto de cada uno). La pista de hielo es tan buena que tiene todas las cualidades para ocupar nuestras sobremesas televisivas con intrigas casposas en las playas españolas. Pero es capaz de contener ese potencial impagable y hacer con los mismos parámetros una obra redonda que funcione dentro de un “ambiente estético” español. ¡Qué fácil era sumergirse en las atmósferas mejicanas de Bolaño! Con el D. F. o el desierto de Sonora como escenarios parecía que casi todo podría funcionar. Pero creo que otro modo de jugársela es cambiar las dosis aseguradas de horror y locura de Méjico por un pueblecito costero cercano a Gerona. Nuevamente, me acuerdo de Faulkner, porque a él solo le hiceron falta un puñado de paletos.
Si a Bolaño se le hubiera dado más tiempo, seguramente podría haber reinventado estéticamente España como escenario narrativo (o al menos Cataluña), podría haber cambiado el código, porque era capaz de contaminarlo con todo lo que ya traía consigo. Me gustaría imaginar que un gran filántropo podría habérsele acercado con mucho dinero bajo el brazo. Le habría dicho: “Querido Bolaño, usted es el escritor del fin de la Historia. Deseo emplear todos mis recursos en que usted consiga para mí un solo propósito: escriba una novela, una novela que trate sobre lo mismo que tratan todas las novelas de varias generaciones de escritores españoles. Pero es de suma importancia que usted consiga que su novela sea la última novela, la novela definitiva. Después de su obra no quiero volver a ver a nadie escribiendo sobre lo que se escribía antes. Usted será el último en hacerlo; después, ya solo será posible escribir sobre otras cosas en España. Quizá así, gracias a usted, consigamos salvarnos al fin.”
Pero Roberto Bolaño está muerto. ¿Tenemos un plan B?

(Extraído de la pag:

!Altamente recomendable! )

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