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lunes, abril 14, 2014

HORA ZERO en fila india: poemas de Manuel Morales


(Iquitos, 1943 - Porto Alegre, 2007)

ÚNICA OBRA: "POEMAS DE ENTRECASA" (1969)


“El poeta muestra uno de los rasgos “fuertes o ácidos” del lenguaje directo que ha reinado en la poesía de la generación del 70. El uso de una expresiva “jerga”, sustenta su desparpajo y estilo muy peculiar por la estridencia que obedece al decoro personal y populista. Trasunta en todo momento un humor característico de extraño ceremonial “entresacados”, de los mundos cotidianos actuales. Gusta de la escritura en versos mayores, donde el criterio moral o su mundo sentimental unen los giros en la búsqueda de un lenguaje muy nuestro. Esa fuerza narrativa estará presidida por una crítica única y amarga, pero también risueña, de un mundo nostálgico que busca sus sentidos frente a la vida de los hombres. Últimamente Morales en poemas posteriores a su primer libro, nos entrega un nuevo sistema de valores poéticos que ofrecen un enriquecido lenguaje equilibrado, lo cual no será producto de la realidad “directa”, tal y como son; sino más bien, otorga a su poética de un amplio registro por la oralidad y la salida de un sistema expresivo de búsquedas interiores: de purificación ritual de gamas y valores humanos que tienen las mismas esencias sin llegar al desparpajo. Lo cual es una contrapartida a su primera inicial escritura”.
CÉSAR TORO MONTALVO,
ANTOLOGÍA DE LA POESÍA PERUANADEL SIGLO XX (AÑOS 60/70), p.178.

 "Toda mi vida fue una aventura, 
la aventura de un poeta que luchó contra el mundo 
y siempre salió bien porque es un luchador social 
comprometido con la verdad."
Manuel Morales

AL AMIGO NAPOLITANO
ENTRE BOTELLAS VAN Y BOTELLAS VIENEN
(poema descriptivo)

Dijo ser napolitano.
Poseer dos queridas y un reloj. Y un apodo (por supuesto)
pero reconocía al Callao como su más cruel amigo.
Disparó media docena de cebadas. Y puso dos discos.
Luego habló de hembras calientes y recitó un soneto.
Una rata rubia salía de sus labios.
Y sus ojos eran transparentes como un celofán.
Claro está, embriagaba su presencia, era
como encontrarse de pronto en una playa extranjera.
Y narró su soledad casi de costa a costa. Y sacó una carta.
Carta horadada por los años; donde las letras, más que leerlas,
era menester adivinarlas. Después lloró como un napolitano.
Recordó a su padre ametrallado por los nazis. ¿Quién no recuerda
al viejo, sobre todo cuando bebe, y no es más el tiempo ayer?
De su madre dijo dos o tres cosas simples. Y calló.
Declaró no tener hermanos. Pero adujo – con orgullo napolitano-
que su padre fue el Campeón Mundial de la cama. Las 83
mujeres que tuvo asó lo confirman.
Esta vez yo pedí una docena. Y cigarrillos. Y puse discos
de Celinda y Reutilio. Y celebramos ese acontecimiento.
Un perro ladró porque alguien le pisó la cola. Sonrió, y dijo:
“Por el perro, ¡salud! Siempre es grato brindar por un perro”.
Hizo un ademán como si recordara y prosiguió: “Se llamaba Cacciatore
y me salvó la vida en un incendio. Fue por el año 40
cuando Italia no era Italia y el país estaba hasta su huaino”.
El mosaico advirtió que cerraban y trajo la cuenta.
Pagamos mitad a mitad. Y salimos.
Nos despedimos. Y se fue hacia Santa Marina.
Yo lo recuerdo, simplemente, como un napolitano que chupó conmigo.


NO BUSQUEN UNA PATRIA

No busquen una patria
que contenga rosas. Hoy
ya no existen las rosas. Solo existe
una patria en la palma del pecho
y otra
en el centro del ojo.
Sigan buscando rosas. Encontrarán
un balazo en el pecho
y otro
en el centro del ojo.


MUERTE DE LA PROSTITUTA TALHULHAH RICKETTS EN TEWCKA

Para mis hermanos Oswaldo Reynoso,
Miguel Gutiérrez, Tulio Mora y Jorge Pimentel

Talhulhah Ricketts murió en abril
dejada de lado en sus amores por el obispo de la ciudad
quien la canjeó por dos mancebas
que juntas sumaban su edad. Talhulhah
Ricketts murió en abril, espantando
con su espanto las hirvientes palomas del otoño.
Entre la vida
y el cielo la lluvia pudrió el imán de la cólera con desazón
(la caridad es una mujer flaca en sutiles velos sueltos
llamándonos a la salida de un velorio deshabitado).

Coquetas lechuzas sonámbulas rodearon su féretro
y el rocío de la mañana
le cubrió de sombras a su ondulada cabellera azul
en cuanto el caballo del remordimiento – insomne bruto-
no se dejó oír por la sarnosa trompeta de la memoria.

Talhulhah Ricketts bebió brandy con arsénico.
En su soledad llena de pájaros cenizas y acribillados, Talhulhah,
con su lengua ennegrecida, colgada quedó en la margen izquierda
de la pobre tierra defenestrada y sin lugar a olvidos;
estéril destino asesinado doblemente por un intenso
y arrugado viento viejo azotando como un canalla,
las calles repletas de intestinos ahuecados conduciendo
las pobres aguas putrefactas de la ciudad y sus efluvios
a las acequias donde el recoleto Caronte toca su bandolín siniestro
y su perro regaña a quien descarna los tobillos de la duda.

Talhulhah Ricketts murió sin piar.
Las altas damas de la sociedad pintarrajadas y entalcadas
como indios, balbucearon:
“La más bella prostituta,
cambiada por nada dio en eso, el primer
suicidio en los últimos ciento veinte años en Tewcka”.
La caliente luna subiendo las barrosas escaleras del río
atolondrada quemaba sus vestes por el castigo infligido a su magnolia.
¿A quién transferir ahora el halo perdido de la rumba
exorcizada en la pista de danza por Talhulhah? ¿Por qué
el desprecio la afligió con sus vinos gordos
en malos pensamientos? ¿Por qué la muerte estupra
sirenas de la noche con cobardía?

Talhulhah Ricketts murió en abril
-¿Será el mes más cruel?-
de loco y fermoso amor
como un navío de piratas alucinados, cronometrados
por el reloj geológico de la desgracia. Una parva tristeza
de extraños contornos, alta como la nieve alta,
escurría de sus ojos cubiertos de tierra oscura,
más alta todavía que las escalinatas de su sinuosa melancolía.

Y los rendez –vous cerraron sus puertas
en su homenaje, antorchas a medio palo
socavando las quimeras, el fuego del instinto. Y ojos
que nunca oyeron sangrar gacelas al rumor de una densa
garúa debajo de un trágico viento de faias indignadas, sintieron
el frío que hiede en un canto del desorden de nuestro entendimiento,
mascando dedos y huesos y vulvas sin raíces,
quemando los cristales de la ausencia, por Talhulhah.
¿Vieron ustedes alguna vez llorar a un rufián apasionado?

Del alto púlpito de ébano, magnánimo y cordial
el obispo todavía sentenció que no iba a excomulgarla.
¿A quién pertenece la vida,
a quién los despojos de los seres intensos
huyendo de los cuervos? – dice retórico, vaticano,
mirando para el infierno de su consciencia e intuyendo menguadas
uvas al sol y colinas y muslos rozados
sobe la opaca piel de la hierba triste y ya sin amor.

Con ademanes propios del fin del siglo XIX
es inconcebible, “cuchichearon las altas damas cariadas,
la más bella prostituta sucumbir de amor”.
Talhulhah Ricketts murió el 20 de abril
de 1953, a los 34 años de edad.
Su sombra de eterna dudosa muchacha
es más alta que ella propia,
una humilde paloma en celo
de cuclillas, llorando exfoliada en medio de la lluvia, los tambores
              y el otoño.

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