Jorge Armando García (Lima, 1983), estudió Derecho en la UNMSM pero lo dejó poco antes de terminarlo. Ahora está terminando Lengua y Literatura en la U.N.F.V y considera que fue una buena elección. Ha ganado algunos concursos literarios y ha perdido otros. Su libro de cuentos titulado "Se busca un culpable" ha sido publicado a fines de noviembre del año pasado en su alma máter. He aquí uno de sus cuentos, que dicho sea de paso, tuvo una Mención honrosa en los Juegos Florles Universitarios 2009 en la Universidad Ricardo Palma. Ha criticarlo y analizarlo, pero sobre todo, gozarlo.
Difusa
“Es tan aguda la voz del deseo
que es imposible oírla
es tan callada la voz de la verdad
que es imposible oírla”.
Blanca Varela, Supuestos
1
Tomo fotos. Aprovecho la oscuridad, el momento exacto
de las parejas en el beso, la distracción de la secretaria y su minifalda azul
marino, la espalda de un hombre que trabaja cargando bultos al amanecer, los
ojos cerrados de la mujer con el vestido escotado en el supermercado. Y
entonces disparo.
Luego me tomo un café sentado en la terraza del
restaurante de siempre. Miro hacia todos lados buscándola. También aprovecho y
de rato en rato saco la cámara y apunto hacia cualquier parte. A veces hay suerte.
Cuando llego a casa descargo las fotos en la
computadora. Algunas mujeres son más lindas en persona que en papel, otras
veces sucede lo contrario. Las sonrisas de las fotos son falsas, demasiado
eternas. Los besos son de mentira. El escote no es tan grande.
Imprimo algunas fotos y borro muchas. Con las fotos
impresas intento completar un mosaico de expresiones y sonrisas. Quiero
construir la muestra más grande del mundo a la que titularé “La Condición
Humana”.
Me duermo con la foto de la mujer que tiene los pechos
más grandes.
2
Hoy me tomé tres fotos a mí mismo. En la primera
sonreía y la sonrisa se notó forzada. En la segunda cerré los ojos pero los
abrí cuando recién disparaba la cámara. En la tercera quise parecer triste y no
necesite posar.
3
Hoy capturé sólo diecisiete fotos. Llegué a casa con
ilusión pues creí encontrar a la persona más miserable del mundo. Cuando la vi
en el monitor me pareció tan común que la borré. Me tiré en la cama con la foto
de la mujer de los pechos enormes y le hice el amor con los ojos cerrados.
Desperté. Rescaté al hombre miserable de la papelera y pensé que quizás la
miseria sólo se reconoce en el preciso instante en la que sucede.
4
Hace tres meses la vi. Tenía unos ojos diminutos
escondidos detrás de los anteojos y llevaba un vestido de flores. La vi y no me
miró. La seguí tres cuadras y ella no volteó. Entonces me le adelanté y le tomé
una foto al paso que salió borrosa.
No puedo reconocerla. Su rostro es difuso y dice
demasiadas cosas al mismo tiempo. Es muy delgada, lo sé porque la vi en persona (en la foto
sólo sale su rostro). Tiene los labios demasiado frágiles y quizás por eso me
fijé en ella.
Hace tres meses que no la he vuelto a ver. En el fondo
salgo a la calle todos los días por ella. Es la pieza central de mi mosaico.
Aunque todo esto es tan absurdo porque no sé cómo es, la foto mal tomada es
insuficiente para lograr reconocerla.
Aunque en el fondo sé que cuando la vea sabré que es
ella. Sé que no necesitaré ver la foto difusa para identificarla.
5
Te busco. Te busco entre el día y entre las horas que
marcan el regreso de los niños de la escuela. Te busco entre el sonido y la
penumbra que no logra atrapar mi precaria cámara. Te busco sin pensar en ti y
mientras duermo. Te busco porque también busco buscarme a mí mismo. Te busco, y
no te encuentro.
6
Me detengo en la esquina del restaurante de siempre.
Algo me impide seguir el paso. Quedo de pie, estático, con la mirada hacia un
punto fijo encima de las casas de enfrente. Por un momento vuelvo al presente.
Cada persona tiene un nombre pegado sobre el rostro y las manos estiradas como
los mendigos. Vuelvo en mí. Sigo caminando y la veo. Quizás no sea ella. Quizás
me la acabo de reinventar para dejar de salir a la calle y culminar mi mosaico
de una vez. Quizás es ella disfrazada. Quizás es ella pero se me hace demasiado
cotidiana Quizás es ella y eso me da
miedo. Quizás. Aún así no saco la cámara.
Llego al restaurante de siempre y elijo una mesa
distinta a la cotidiana. Pido una cerveza y levanto la vista pero cierro los
ojos. Me quedo unos segundos, quizás unos minutos, en esa posición. Decido no
sacar la cámara hoy, sólo me permitiré observar.
Desde algún lugar siento una mirada. Miro hacia todos
lados buscándola. Comienzo a beber la cerveza.
Veo que alguien me apunta con una pistola desde lejos.
No, no es una pistola, es una cámara fotográfica. Recién lo descubro cuando
dispara.
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