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jueves, marzo 21, 2013

Carta a Zavalita







Existe un chiste muy bueno, Zavalita, cuando George, el gordito tacañón, le pide a Seinfield que por favor le recoja sus libros que están en la casa de su ex, este le responde. "¿Por que la gente conserva sus libros? Acaso Ahab y la ballena blanca se hacen amigos en la segunda lectura?" Bueno, más o menos, me ha pasado así, Zavalita. En las primeras lecturas de las obras maestras, tú lo sabes bien, supersabio, te gana la emoción (a menos que seas un puto crítico). Lees un libro como una quinceañera mira su telenovela o como un nerd que lee el nuevo episodio de capitán Carcaman. Te devoras cada página, cada palabra es una daga más en tu corazón masoquista. Las segundas y las terceras lecturas, la emoción sigue ahí, pero surge la sospecha. De repente, una escena se dibuja diferente o un personaje ya no es un idiota sino un trágico, un inocente víctima de la malvada sociedad. No sé, Zavalita, piensa: ¿Por qué carajo no se me ocurrió!. 

Mi primera vez contigo (digo, cuando te leí, no seas mal pensado) me sentí como mi vieja cada vez que ve sus telenovelas mexicanas. De tanta emoción se me acabaron los dedos. Era como si yo fuera el último Aureliano, cuando de pronto empieza a descifrar el manuscrito de Melquiades y empieza a ver toda la historia de macando en un instante, el aleteo de una mariposa desencadenando la explosión del universo. Ahí me veía, ¿Dennis? ¿Por qué me jodí? Zavalita, yo me veía en ti. Yo también odiaba a mi padre por haberme traído a este puto país (ahora ya no, ahora, como dicen los mexicanos, somos compas). Yo estaba tan con cara de imbécil, torturándome con la duda. Dennis, piensa: y si te hubieras quedado en el Perú. Cruzas la calle, las casas blancas y perfectas, los jardines extensos y solitarios. Un abeja gigante. En Perú, son tan chiquititas. Yo estaba jodido. Había dejado la universidad. Trabajaba como un peón más. Como tú en La Crónica.Era un mediocre más. Tú eras mi héroe, Zavalita, eras ese yo, tan mediocre, tan patético, pero revestido de dignidad y gloria gracias  a la literatura. Pero como afirmaba Seinfeld. Te tuve que leer por segunda vez y te me derrumbaste. Eras peor que Cayo Mierda porque aunque sea él, con métodos corruptos, salió ganando. 

En cambio tú, teniéndolo todo, recibiendo segundas oportunidades por montones, decidías rechazarlas. ¿Por qué? ¿Por simple masoquismo? ¿Creías que con tu melancolía el Perú dejaría de estar jodido? ¿Acaso te avergonzaba tener dinero?  ¿Pensaste que siendo un pobretón ibas a redimir a nosotros, los cholos del Perú? Si leyeras tu propia novela te darías cuenta que Ambrosio, Amalia, tal vez Ana, representaban ese espíritu de progreso del cholo. Nosotros también queríamos nuestra casita, nuestro negocio propio. Darnos unos gustitos de vez en cuando.  Ser felices sin tener que atropellar al prójimo. 

A veces pienso que el esclavo no debió morir, sino tú, ¡por imbécil! No era mejor formar una empresa con tu dinero. Tratar al trabajador con dignidad. Respetar las leyes laborales. ¿Aumentar la producción con incentivos y recompensas? ¿De que te sirvió tanto conocimiento? Querías ser un revolucionario y querías matar burgueses.

Deseabas la falsa gloria de los héroes enterrados y después la gran revolución se iría a la mierda y nuevos ricos surgirían y otra vez a lo mismo. ¿Desde cuando se jodió el Perú? No me jodas, Zavalita. No te pases de pendejo. Tú te jodiste solito. 

En realidad, eres como la parábola del hijo prodigo. Un tipo que se cree un chingón, que piensa que la va a hacer en la ciudad, le pide todo su dinero a su papi. Como todos sabemos, malgasta su herencia, sufre como un hijo de puta, pero tiene los huevos de regresar. Tú, Zavalita, supersabio, nunca quisiste regresar. ¿No podías cagarte en tu orgullo? En realidad, pudiste haber hecho más cosas desde tu posición. 

Por deno "zavalita" gonzales

miércoles, marzo 20, 2013

TALLER DE POESÍA




Aparece, por fin, el libro antología/testimonio del Taller de Poesía. Buen proyecto, gestionado por muchachos del Gremio de Escritores y el profesor Juan Carlos Durán. Es un proyecto de corte experimental, con escolares que -surrealistamente- iban los sábados por la mañana a escuchar, hablar, compartir e intentar esbozar algo de poesía. 

Y acá una antología de sus primeros intentos, de yapa algunos testimonios de gente que integró el proyecto. Es, claro, un tema para debatir a fondo: es posible enseñar a escribir poesía? cuál es el papel de los talleres? de qué modo se puede influenciar con la poesía en estos tiempos? de qué manera construir el puente para los iniciados? 

Lo que me gustó (y gusta) de proyecto es que no hay Verdades en mayúsculas, (algunas en minúsculas  claro, pero pequeñas), ni una actitud vertical de erudito estúpido, ni formalismos. Así, en amistad, es posible abrir ventanas. 

Fue más bien una relación  de amigos incondicionales al verso, a escribir, a leer, a compartir. Esto es lo que salvo del fuego, la poesía como expresión que acerca a los hombres y mujeres. Escribí (algo  más/algomenos)  un texto sobre el tema, aquí lo posteo:

http://chipichipibumbum.blogspot.com/2013/01/poesia-en-la-escuela.html


La presentación es el jueves 21, no falten (y sí faltan avisen para guardarles un libro)

j.b. tajo

martes, marzo 19, 2013

Carta a Vallejo






Detesto los bares americanos. Hasta ahora no he encontrado uno donde se pueda beber tranquilo, sin meseros entrometidos, ni ese bochinche horrible de la alegría humana. Ya ni siquiera uno se puede deprimir a gusto. Iba a celebrar tu cumpleaños. Ayer cumpliste 121 años (estas vieja, Vallejo!). Tenía pensado sentarme en una mesa, en una esquina, debajo de un foco amarillento, con mi cerveza, una pluma y mi diario. Sentarme y escribir hasta el amanecer, hasta que se acabasen las últimas hojas de este cuaderno tan sucio y descuidado como su dueño. Porque, maestro, soy un místico. Qué mejor manera de festejar tu natalicio que ser el hombre más triste del mundo, escribir en las últimas hojas de su diario sobre una mesa tristísima. Sólo, pequeñito, con una sonrisa metida adentro; la gente que te mira como un loquillo inofensivo. Ese era el plan y como hasta ahora no he encontrado un bar así, no me quedó otra que deprimirme en un Macdonald.  

¿Hasta cuando, Vallejo, esta tragedia? Más trágico, me dirás, es escribir en un fastfood. Yo te respondería. Aquí al menos me puede sentar tranquilo y pedir una coca-cola con un Bigmac. La música no es intrusiva. Nadie te fastidia. Es soportable la carne que sabe a derrota, el dolor de estomago en el alma, la epifanía de que ya no puedes caer más bajo. Pero, no es motivo de ponernos tristes, que ayer fue tu cumpleaños y eso basta para ser feliz. 
  Siempre supe que ayer fue tu cumpleaños, no porque me fije en el calendario, sino por desde los primeros minutos de tu onomástico, me sentí raro. Nada tiene que ver los policías que me persiguieron y casi me secuestran. Como ya sabrás, ahora vivo en el Paso, una ciudad paranoica de vivir tan cerca a Juarez. Dicen que es la ciudad más segura de Estados Unidos, pero debe ser gracias a las cámaras en cada semáforo, a los helicópteros que sobré vuelan la ciudad a cada hora, de los patrulleros y las camionetas de homeland security en cada esquina. Uno se siente seguro, pero por dentro te cagas de miedo, peor si uno de ellos decide seguirte. Caminaba tranquilamente hacia la casa de mi amigo. Me había llevado por casualidad sus audífonos. Así que a la 1 de la madrugada, de buena gente, decidí ir a su casa. Caminando por la avenida California. Primero fue una camioneta 4x4. Estaba estacionada en una esquina. Yo paso tranquilo y en eso, la muy puta, me empieza a seguir. A mi me dieron ganas de correr. El pendejo me siguió hasta la avenidas Oregon, de ahí yo doblé a la izquierda y él a la derecha. Debe ser una coincidencia. ¿Aquí no hay policía rednecks o sí? Ay, mi madre, no me gustaría morir tan estúpidamente. Prefiero morir en Juarez, es más chingón. 

De vuelta a casa, una vez entregado el paquete especial, con mis manos en los bolsillos, fumando un cigarrillo inexistente, el mismo patrullero estaba en la esquina. Mierda. Ahora sí, me echo a correr y a ver que pasa. Un peruano, trigueño, flaco, con cara de drogadicto, ¿cómo no sospechar de mí? Pero yo sólo tenía marihuana en mis pulmones y por eso nadie te puede llevar a la cárcel. Como la primera vez, la patrulla dobló a la izquierda y yo a la derecha. La pesadilla había terminado. En eso, ya casi a una esquina de llegar a mi casita, veo a un carro que se acerca con sólo las faros prendidos. Pensé que era uno de esos conductores hijos de putas que nunca se detienen en las stops así que me paré en la esquina. Resultó que era un policía. Me prendió las luces y una cara escondida me preguntó a donde iba.

  -a mi casa
  -¿dónde vives?
  -1127, Los ángeles drive. 

El policía redneck me dejó pasar. Vallejo, te lo juro, esa noche tuve pesadillas. Soñé que me secuestraban y me abandonaban en la plaza en Juarez, desnudo, desprotegido y con un puñal en el estomago. 

Recién entendí a las 12 de la tarde, en la biblioteca pública de Juarez, el porqué de mi día tan culero. Era tu cumpleaños. Estaba ahí la extraña sensación de un Paris en aguacero, los usuarios que conversaban en voz alta, los niños felices porque iban a ver a las marionetas. Pero más conmovedor fue aquella niña que leía con su padre un cuento infantil y éste le decía que ya se iban. La niña, que no. No me quiero ir, papá. Quiero terminar la historia. Yo casi me puse a llorar. Para evitar tremendo papelón, empecé a chismear en la pequeña librería de la biblioteca. Casi siempre venden libros de segunda a buen precio pero hay que tener suerte para encontrar a algún autor chingón. Pero era tu cumpleaños, Vallejo y decidiste regalarme 4 primeras ediciones de 4 autores chingones (Beloved de Toni Morrison, Among the believers de V.S. Naipaul. The great american Novel de Philip Roth y August 1914 de Alexander Solzhenitsyn). Yo salí contento, como un niño a quién le acaban de regalar el juguete más caro de la tienda. 

Desgraciadamente, la alegría se me fue de golpe. Sentado otra vez en mi cuarto, mi alma se transformó en un gigante sumergido en un mar sin flora, sin fauna. Solo y sin ganas de leer. Volví a recordar a la niña. La historia le parecía más interesante que la realidad. Quisiera tener ese espíritu. Volver a disfrutar de la literatura y no perder el tiempo en leer teóricas u obsesionarme en escribir la gran novela latinoamericana. Me acordé de ti. Cuando te recitábamos en la escuela y actuábamos Masa !Valor vuelve a la vida! pero el cadáver, ay, siguió muriendo. Me acordé de las tardes que te leía en el baño de la casa de mi tía, cuando recién habíamos emigrado. Tus poemas me ayudaron a sentirme humano cuando en este país me sentía como una herramienta más en esta maquinaria imperialista. Tus palabras, muchas veces confusas, me daban esa paz terrenal perdida ya con mi nueva vida. Vallejo, me salvaste la vida. Y qué mejor manera de celebrarte que leerte en un Macdonald, con mi coca-cola y mi bigmac. 

  -¿Están buenas?
  -Pues, mata el hambre.
  -¿Por qué me lees aquí?
  -Me dieron unas ubérrimas ganas de celebrarte aquí. Además, estos fastfoods me recuerdan los días que pasé con mi padre. Todos las tardes, después del trabajo, almorzábamos dos hamburguesas de dólar y compartíamos una soda. 
  -No lo sabía. Perdón. 
  -No se preocupe, maestro. Ya sé que este lugar no es muy poético.
  -La nostalgia lo trastoca todo y hasta lo horrible se vuelve poesía. 
  -Y usted, ¿qué hace por aquí, en El Paso?
  -Quiero visitar Juarez. Aunque en esta ciudad también encuentro demasiada tristeza… Bueno, no te interrumpo más, sigue con tus lecturas.
  -Ah, maestro. Antes que se vaya. Gracias por los libros. 
  -Ese no fui yo. 
  -Entonces, ¿quién?
  -Arguedas te las regaló. De repente se le da por proteger a escritores como tú.
  -¿Apátridas, con la identidad jodida, con los amigos perdidos? 
  -Más o menos. Pero te tiene fe en ti. Dice que no le sigas sus pasos, que el Perú ya no está tan jodido como antes.  

Vallejo, de repente te vas y la bulla cotidiana me invade de pronto. Te veo sonreír. Te asombras de las luces y de los borrachos que se caen en las veredas. Caminas por la avenida, con pasos pensados y yo me siento feliz.

Por: Deno "Zavala"