Los TAJO fuimos a la presentación de la última novela de Bryce "Dándole pena a la tristeza" Y triste fue la realidad cuando, en el mismo Country Club, nos negaron el ingreso. Aquí unas palabras -dizque de crónica- escritas a salto de mata.
Calma pueblo que aqui estoy yo
Lo que no dicen lo digo yo
Lo que sientes tu lo siento yo
CALLE 13
Las novelas de Bryce no se recuerdan, se extrañan. Sus personajes respiran amistad exacerbada; sus amores son almibarados y patéticos; sus dudas existenciales nuestras dudas existenciales y su ternura sencillamente avasalladora. En una época me las devoraba con la misma locura con la cual meto una cuchara humeante de fríjol con asado de res a la boca. En suma era sa-sa-sa-sabor. Por eso mismo, luego de ver el anuncio en la web de la República, tras tomar nuestro bus en Colmena, nos enfilamos por las veredas que dividen San Isidro y Miraflores, directo a la presentación de su última novela “Dándole pena a la tristeza”
Era en el Country Club, en la calle Los Eucaliptos, San Isidro. Cualquiera pensara que se trataba de una entrada con derecho de admisión reservada; pero en una esquinita de la información decía “Ingreso Libre” (Arriba me tomé la molestia de encerrarlo en un círculo) Nunca en mi vida había pisado tal lugar y tampoco me ponía loco. Era virgen. Y, como los vírgenes, idiota.
Bien. Nosotros, desnutridos estudiantes de Villarreal (Universidad Nacional por la que nadie muere, se ingresa fácil y en la que todos terminan muriendo), de cólera por veinte céntimos peleado con el cobrador de la combi, de comidas recalentadas en el micro-ondas y educación limitada al tecnicolor del televisor. Bla, bla y bla.
Y así, preguntándoles a todos la dirección nos fuimos cuadras abajo y cuadras arriba. A la derecha, a la izquierda, apegadito, hacía bajo así… Guiados como si se tratara de la última canción de reggeton, nos perdimos tontamente.
El silencio de este lado de Lima – en contraste con Avenida Tacna- era increíble. O, para ser exactos, inaudito. Un silencio finito, sacado de un estadio con las luces apagadas. A pesar de encontrarse a media hora del centro, San Isidro es un bunker contra toda la mierda herrumbrosa de la capital. De pronto uno parece que pisa un lugar delicadísimo, nadie transita en las veredas, el olor del smog –tan rico cuando uno aprieta el paso para que no te roben- se disuelve, no hay otra compañía que un bosque umbrío, oscuro y solitario. Y hasta hacer ruidos crujientes masticando el tortis parece un acto maquiavélico. Un delito. De pronto tanta lindura te jode y dan ganas de cantar, aunque suene posero, Calma Pueblo de Calle 13. Ni de cantarlo, sino de gritarlo al oído señores.
Las únicas personas de la calle son los vigilantes. Dentro de cubículos de madera. Marrones y con unas gorras de inútil visera, se reducen a abrir las puertas de las cocheras, altísimos dentro de sus 4x4, y mandar mensajes, cambio y fuera, por sus nextel. A veces pasa una gringa, con su estudiada manera de correr (ó, como dicen ellos, de hacer training) y, apachurrando fuerte su ipod, nos esquiva. Los vigilantes y nosotros le miramos el poto. Ella mira finito y doloroso a otro lado.
Empezaron, como de costumbre, las payasadas. Orlando dijo que blanco corriendo atleta, negro corriendo ratero. Y, más gracioso, blanco en maletera secuestrado, negro en maletera llanta de repuesto. La risa muere y no puedo evitar la nostalgia, terrible y limeña: cuanto árbol sin amante presuroso y holgazán; sin gente hueviando; sin esos payasos al paso que se meten globos debajo del vestido como si fueran senos y culos y te jodan por dos caramelos de diez centavos; sin el gris de la ciudad que se carga en la sonrisa de un niño.
Sin todo eso que también detesto, no lo extraño, pero quisiera compartirlo.
San Isidro, el distrito donde vivió nuestro Bryce es un cementerio, con imaginarias estáticas y autitos del año presurosos por salir a las playas del sur. Le volvimos a preguntar la dirección a un portero sentando fuera de su cubículo. Era muchacho, casi de nuestra edad. Nos dijo, así de rudo, “buenas noches” Luego Elmer cruzo la pista y le pregunto a otro, quién estiro el brazo y con el dedo respingando señalo unas cuadras más al sur. Llegamos a una avenida, luces amarillas, los rumores del tráfico, la puta noche de San Isidro.
Marcos se adelanto a las puertas de una entrada con la estatua de una bola de golf, lo detuvieron y, luego de que pasara la camioneta ploma, el policía de bigotes lo escucho desinteresado. Nos mandaron unas 7 cuadras más al norte. El camino era pequeño dentro de la vereda, la marcha de muchachas haciendo “training” continuaba. Todo es angosto por aquí, la gente sólo usa la vereda para correr por kilos de menos, vanidad más.
Le pregunte a Marcos si le gustaría vivir por aquí. Me dijo que claro, chicas blanquitas, con el culito blanco, las tetitas blancas, todo blanco. Que rico. Y muy cultas. Orlando se puso a parlar sobre la relatividad de las personas. Igual aquí existían fumones, drogos, perdidos, etc, etc, etc. Pero Marcos insistió en el culo y las tetas “blanquitas” Y finalmente, Orlando dijo que, aunque gané el Rómulo Gallegos y se cage en plata, seguiría viviendo, a tripas corazón, en Comas.
8 en punto marca el celular de Orlando, cuando un moreno elegante nos señala la ubicación del Country Club. De hecho me suena de alguna novela de Bryce. De seguro de Martín Romaña, o quizás de Julius, o de Manongo. Quizá de No me esperen en abril. Da igual, Bryce se repite sin abusos y es autobiográfico (hace poco un amigo me contaba que lo mejor que hace el tío es ensamblar anécdotas. Y, claro, sin ser mezquinos, llega a dotarlas de una trascendencia…) El Country respira lujo por todos lados, aunque ni tanto. No da esa impresión, pero si hay gente devorando algo chic dentro del restorán, y unas escaleras con alfombra roja (como en las películas)
Mandamos a Marcos, el más flaco y arrebatado del grupo (además el único que sabe francés), a que pregunte por donde debíamos entrar. No era precisamente emoción lo que fluía, sino un estado de transe, de espera, de miedo. Fue un kamikaze. Regresa cabizbajo y nos dice que sólo es con “tarjeta”, así que muchachas, tamos jodidos.
Nosotros, fanáticos de las novelas de Byce, en el centro de su inspiración, nos preguntamos que era lo que nos gustaba realmente del viejo. Ese maldito que se ufano de ser el más ebrio escritor latinoamericano y el más prolífico. Ese que tuvo amores imposibles que vivieron tanto como él. Y que se puso a plagiar como un adolescente artículos de varios autores para darse un status de escritor político que nunca tuvo, ni -para los que lo leímos- necesita.
No habíamos pasado las mismas experiencias, quizá la nuestra fue más tajadora, pero había un quid que nos aunaba del todo (esto lo pienso ahora, lo que pensé en el acto fue una suerte de mierda, mezclada con discriminación y jugos gástricos, dentro del estomago) algo inexplicable y rabioso, algo tierno y humorístico, algo o nada.
Quizá nada.
El camino de regreso fue igual de largo. Cuando llegamos a la avenida Tacna, sin amor y muertos por un plato de sopa humeante de tres soles, Orlando respiro hondo y dijo: respira Julio, respira el smog de tu ciudad.
Ah, sí, olvide decirlo: me llega –delicada y tiernamente- al pincho, que es a donde van las penas, San Isidro.
Su silencio dice mucho, demasiado. Y, sin embargo, Bryce siempre habla, demasiado, a demás y todavía.
Por Julio Barco
Por Julio Barco
que buena, San isidro a las 8 pm es un cementerio? q será si te vienes por la molina jajaja, pucha se pasó Martin Romaña, Carlitos Alegre. Buena crónica Julio ; )
ResponderBorrarBien escrito.Bien terminado podría haber sido un buen texto contra la burguesía. Lograr el grado cero de la escritura no es fácil. Lo demás es lo de menos: Brice es un huevón aquí en Barcelona y en Lima.
ResponderBorrarfueron discriminados :D
ResponderBorrarBuena, Julio!
ResponderBorrarCarajo les falta más calle. Hace varios años presentaron la biografía de García Márquez en la embajada de Colombia, con invitación por supuesto. ¿Qué hicimos? Eso me lo guardo para mí, sólo te diré que un cronista se las ingenia y si eres escritor no hay puerta que se te cierre. Para pendejo, pendejo y medio...eso incluye los culitos que vieron como pavos sin hacer o decir ni mierda. Otra cosa muchachos, la imagen que proponen siempre ayuda al discurso. De hecho la semiótica nos enseña que es un discurso. Vistan con elegancia, no sean tenedores en un mundo de sopa. Como dijo no sé que pendeja... Yo abrumo con mi inteligencia cuando son más elegantes o abrumo con mi elegancia cuando son m´as inteligentes. Por último no sé cómo será ahora el proceso de selección en la UNFV pero hace diez años era complicado ingresar. Dentro de la Facultad de Linguística y Literatura el curso de Teoría Literaria siempre fue superior al de San Marcos y la Católica. Tenemos a los profesores más capacitados. Por favor muchachos resalten ese detalle la próxima vez que mencionen la UNFV. La crónica no está mal escrita pero deben seguir mejorando. Sobre todo en la articulación de ideas. Hubiera sido paja ´la crónicade una pendejada, tamare paltean... Igual los felicito, los apoyo y sigan sin descansar. Atte. Crist Gutiérrez Rodríguez.
ResponderBorrarA también me olvidé de mencionar lo ridículo que es hablar de esa manera de San Isidro. Lo repito... les falta mundo.
ResponderBorrarEs sumamente pueril atosigarse la boca con un " les falta mucho" eso lo sabesmo y si no fuera asì si no nos faltara siempre mucho nada tendrìa forma...La crònica es una patada al corazòn de la burbuja literaria donde no se entra por " no faltarle mucho" sino por el color de tu terno y de tu piel. Y pedoname cristo pero la facultad de educaciòn unfv no tiene los mejores profesores...No hay que ponerse del lado de los que hacen la historia sino de los que la padecen.
ResponderBorrarbuen comentario vladimir herrera, sobre todo con aquello de la burguesía... pero creo que con las novelas Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña, Bryce ya se salva de ser un huevón en cualquier parte del mundo... lo que paso aquí quiza ni bryce se enteró...
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