del escritor Gessen me doy con la sorpresa de esté estupendo articulo -mitad
articulo,mitad manifiesto "anti-plasticididad de los tiempos modernos" de
Un libro para tener en cuenta!
A mí me suele ocurrir en los pasillos del intercambiador de Plaza Catalunya, en Barcelona, y es más intenso en una de las salidas donde lo único que hay es suelo y anuncios publicitarios. De repente, sin darte cuenta, lo que te rodea se vuelve irreal y te vuelves visionariamente consciente de que todo tu imperio, todo lo que adoras, está hecho de plástico. Tu rutina está hecha de plástico. Es como estar dentro de un videojuego de los Sims: todo es falso. Puedes elegir la silla que quieras para decorar tu casa, pero sólo puedes escoger entre dos sillas. En realidad, andamos perdidos en un Universo que huele a PVC.
Me he leído la primera novela de Keith Gessen, Todos los jóvenes tristes y literarios (2009). Me daba miedo, por las reseñas que había leído, porque quería ser yo la primera en escribir una novela sobre los jóvenes de nuestra generación (y tenía título y todo) y pensaba que ya se me habían adelantado. Pero, ni mucho menos; en realidad he descubierto que el tema tiene miga para rato.
Esta novela se lee rápido porque además tiene dibujos y fotografías. Es la historia de tres personajes que viven en Nueva York, tres jóvenes inteligentes, con carrera, que viven dentro de la corriente cultural más moderna. ¿Y cuál es el problema? Que se aburren, que están hastiados, desorientados y perdidos, perdidísimos. Se dedican a beber sin mesura, porque la abstinencia está mal vista. Sus relaciones personales son penosas y superficiales. Sus romances parecen bromas de mal gusto, con un miedo irracional a cualquier cosa parecida al compromiso, porque comprometerse significa renunciar a los cambios, y ellos no quieren vivir sin cambios, no podrían soportar que las cosas se quedaran como están. Toman decisiones dudosas y se pasan toda la novela preguntándose qué será lo que se espera de ellos, cuando nadie está mínimamente orgulloso de sus vidas, y se limitan a asentir con desinterés.
Qué será lo que se espera de nosotros, me pregunto.
Buscando más sobre esto, acabé en brazos de una obra de terrorismo literario llamada 13,99 euros (2000), de Frédérick Beigbeder, que trata de la más o menos verídica historia de un joven publicista que odia la publicidad y el sistema consumista occidental.
Entonces comprendí que en el fondo de este armario se esconde la conspiración menos oculta de la historia: que todo nuestro imperio de plástico se desmoronaría si no tuviéramos la ansiosa necesidad de comprar y obtener bienes para sentirnos mejor. Y en parte, ese es el problema de nuestra generación. Nos han vendido el cuento de que debemos ser felices y estar contentos porque nosotros no hemos pasado por las penurias de nuestros antepasados. No debemos quejarnos: lo tenemos todo, y más aún, hasta hace bien poco, teníamos la posibilidad de tenerlo todo, todo lo imaginable, todo lo que quisiéramos. Podíamos escoger la silla que quisiéramos entre las dos que nos ofrecían. Y no se dan cuenta de que ese es nuestro problema: que solamente poseemos cosas, y aparte de eso, no tenemos nada más. No tenemos valores, no tenemos moral, no tenemos espiritualidad ni motivación. Pero tenemos una casa, un televisor de plasma, un iPod y un coche nuevecito y potente. Tenemos un montón de ropa en el armario, y decenas de pares de zapatos para combinar, pero no tenemos futuro. No debería importar, nos dicen, mientras tengamos un trabajo que nos dé dinero para comprar más cosas.
Aparte de eso, no se puede hacer nada interesante sin dinero en el bolsillo. Y toda nuestra vida, todas nuestras horas de trabajo, año tras año, acaban convertidas en un gran imperio hecho de objetos de plástico.
No me extraña que los protagonistas de Todos los jóvenes tristes y literarios estén tristes y literarios, sobre todo porque casi todos aspiran a ganarse la vida con la Literatura mientras el mundo de sus precursores les dice que eso no son más que pamplinas. Tienen títulos universitarios que no sirven para casi nada, y por eso deberían ser mejores personas, pero como no tienen dinero, no valen nada. Si tuvieran dinero y una gran carrera universitaria, deberían (deberíamos) ser felices, pero no lo somos, y debe ser porque la vida está hecha de más cosas de las que se pueden comprar, aunque nadie se lo crea.
Quienes intentamos ver las cosas de otra manera (y eso lo sé por experiencia) llevamos las de perder, y perdemos todo el rato. En mundo no está hecho para los inconformistas, aunque eso creo que ya lo advirtió Pablo de Tarso una vez.
Tal vez mi punto de vista esté hoy afectado por mi desencanto general, como si hubiera estado comiendo plástico y tuviera ingestión. Mi generación anda perdida, perdidísima. Y sin embargo, yo me niego a unirme a la legión de asqueados. No pertenezco a vuestra misma especie. Andaré como todos, caída, dolorida, desilusionada a ratos, preguntándome de vez en cuando qué clase de futuro oscuro nos espera, pero aún así, no estaré perdida. Todo lo que merece la pena ser salvado de mí tiene una copia de seguridad.
No te alegres de mi suerte, enemiga mía; si he caído, me levantaré, si estoy en tinieblas, el Señor es mi luz (Miqueas 7:8). O como dice una canción de Coldplay: just because I´m losing doesn´t mean I´m lost… Que esté perdiendo no significa que esté perdido.
jejeje yo te dije sobre esa novela lerolelo.. >)
ResponderBorrarDeno rosquete... te hiciste una...Omar
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