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martes, septiembre 20, 2011

lunes otra vez


El desertor

En un momento de su vida todo le parecido urgente y necesario. De estas convecciones armo su vida. El mar no era el amor, ni una canción de Sabina ocultaba la verdad, tan sólo eran canciones desordenando sus pensamientos. Y caminar fue tan necesario como aprender a respirar por una ciudad obligada a un transito, a la desesperación de los caramelos de limón que muchachas tristes, o jovencitos solitarios, al compas de un peine abrazando una lata de leche, iban vendiendo, ofreciendo, mendigando.

La ciudad siguió con su desorden y lo abandono. Las leyes fornicaron en su corazón una serie de emociones y se supo al margen. No pensó en las consecuencias. Huyo.

La vida, en sí, podía ser todo un resumen de lo que no necesitaba ni quería: estudiar, familia, reposo, salud.

Era muy joven para sentirse mal de sus ideas.

Pero no lo era para seguir huyendo.

Huyendo.

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