Aquel joven amante borrascoso y porfiado que se atormentaba ansiando ser el único en el único cuerpo-pensamiento de todas sus mujeres, hoy, es cierto, ha cambiado. Pero no lo han cambiado los años, sino los desengaños. Me curé de los celos -dice él-, esa fiebre fría de la inseguridad. Y su voz tiene ese amargo aroma imperceptible de quienes abandonaron para siempre el paraíso, de quienes tratan inútilmente de justificar la muerte de su única virtud: la juventud. ¡Por fin alcanzaste la madurez! exclaman los resignados, acogiéndolo con alborozo en su tribu sin luz. En el fondo celebran que él también haya perdido el corazón. Y con la misma ausencia de rabia, de fervor y de traslumbre con que acepto que ya no lo soy más, convengo en que los hombres hemos nacido para la soledad. No somos animales de agua, ni de tierra, ni de aire, sino de soledad. La soledad es nuestra tierra, allí nadamos. La soledad es nuestra agua, allí volamos. La soledad es nuestro aire, allí caminamos. Por eso rebelarse contra la soledad es tan vano y es tan hermoso como pretender avanzar contra el tiempo. Los poetas, los brujos y los revolucionarios saben que ello es posible. Yo también. Por más que mi ánima diga lo contrario, yo habré de seguir siendo aquel amante borrascoso y porfiado que se contenta ansiando ser el único. El amor es mi tierra, mi agua, mi aire. Sí, venimos del amor y al amor vamos: para el amor nacemos y por el amor vivimos y, creyendo morir, resucitamos; hacia el amor, fingiendo que nos vamos, regresamos.
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domingo, febrero 13, 2011
LOS BRUJOS MUERTOS (fragmento) de Cesar Calvo
Aquel joven amante borrascoso y porfiado que se atormentaba ansiando ser el único en el único cuerpo-pensamiento de todas sus mujeres, hoy, es cierto, ha cambiado. Pero no lo han cambiado los años, sino los desengaños. Me curé de los celos -dice él-, esa fiebre fría de la inseguridad. Y su voz tiene ese amargo aroma imperceptible de quienes abandonaron para siempre el paraíso, de quienes tratan inútilmente de justificar la muerte de su única virtud: la juventud. ¡Por fin alcanzaste la madurez! exclaman los resignados, acogiéndolo con alborozo en su tribu sin luz. En el fondo celebran que él también haya perdido el corazón. Y con la misma ausencia de rabia, de fervor y de traslumbre con que acepto que ya no lo soy más, convengo en que los hombres hemos nacido para la soledad. No somos animales de agua, ni de tierra, ni de aire, sino de soledad. La soledad es nuestra tierra, allí nadamos. La soledad es nuestra agua, allí volamos. La soledad es nuestro aire, allí caminamos. Por eso rebelarse contra la soledad es tan vano y es tan hermoso como pretender avanzar contra el tiempo. Los poetas, los brujos y los revolucionarios saben que ello es posible. Yo también. Por más que mi ánima diga lo contrario, yo habré de seguir siendo aquel amante borrascoso y porfiado que se contenta ansiando ser el único. El amor es mi tierra, mi agua, mi aire. Sí, venimos del amor y al amor vamos: para el amor nacemos y por el amor vivimos y, creyendo morir, resucitamos; hacia el amor, fingiendo que nos vamos, regresamos.
se ve bueno el libro...sera para comprarlo ps
ResponderBorrarq huevada rasquenme los pies
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