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sábado, febrero 26, 2011

El Sueño de Sartre (Roberto Bermudez)

Si el infierno son los otros, entonces, la libertad misma también lo es. La lógica nos hace entender estos dos enunciados opuestos,(defendidos por Jean P. Sartre) haciéndonos ver que si nuestra libertad, nuestro cielo, termina y se desploma cuando el otro ingresa a nuestro claustro, que está representado por el cuerpo, entonces estamos negando por completo el amor, ya que el amor parte de un ser o individuo y recorre una distancia, un estadio (donde bullen las emociones) antes de llegar al ser o a lo amado, entonces lo envuelve, lo seduce… sucede lo mismo entonces con el arte que con una bella mujer, también cuando viajamos al parís de Martin Romaña, y nos enamoramos de sus amores y odiamos sus tristezas, y lo vemos prolongar su adolescencia hasta que lo sorprende la muerte… Hay amor, sí pero no solo “de por medio” sino que también hay amor al inicio y al final, en la maleta, en el boleto de partida, en el abrazo sincero del regreso. Sartre estuvo enamorado, vivió amando a una mujer, todo el tiempo y sin embargo negó toda la vida ese sentimiento diciendo que: el infierno son los otros, se quedó solo al margen de la comunidad, y sin embargo a la medida de sus fuerza buscó su bienestar, negó también la unión que suscita el amor entre los hombres, usando el amor de pretexto para experimentar la libertad, aunque fue muy inteligente y por lo mismo muy orgulloso para reconocerlo. Si la vida no tiene sabor y a demás de eso agravamos esto diciendo que si lo tiene, que tiene un sabor a nausea, que estamos condenados a vomitar, que un día la muerte lo cubrirá todo, entonces ¿habrá servido el amor?.. ¿No se experimenta acaso lo infinito cuando amamos a alguien con todo el corazón, y sobre todo cuando ese amor excede nuestras fuerzas y amamos incluso al enemigo, justificándolo, diciendo que, como nosotros, tiene una condición pobre, totalmente humana? sí, definitivamente. Entonces el infierno no pueden ser los otros, sino más bien la ausencia de ese otro que es el “amado”, la ausencia de amor es la que crea el infierno donde no existe comunidad, ni unión, donde cada quien SOLO, buscándose en sí mismo y no en los demás experimenta la muerte. “Tengo dos razones por las que no acepto este premio” dijo refiriéndose al nobel y entonces se justificó, cómo en toda su vida, como hacemos nosotros cada que vez que nos alejamos del amor y probamos el infierno, Dio razones , explicó intentó ser comprendido, no experimentó la verdadera libertad, esa que no se justifica, libertad que se humilla, y se reconoce endeble, fundó un partido nuevo, abrió surcos profundos al marxismo, y entonces hubo entusiasmo, “démosle a todos todo, que haya igualdad…” -dijeron, pero fracasaron porque nos olvidamos que por más lleno que estén nuestros vientres, también somos espíritu y lo peor de todo… nos engañó, velando el sentimiento que el hombre lleva inscrito en el corazón desde que ve la luz, hasta que la vuelve a ver: El amor. Llovía en París, abril, y no era jueves una ceguera lo sumía en la oscuridad, en las tinieblas sus pensamientos rebotaron de contradicción en contradicción, Simone de Beauvoir el amor de su vida, estuvo allí, en medio de las angustias que remecían su interior, en esas pesadillas brutales, que precedieron su muerte, y patearon las bases de sus certidumbres, cuestionándose en el último momento. El amor de su vida, estuvo allí para atenderlo y escuchar de su boca, la palabra que fuera su más fiera contradicción, con la cual sabiéndolo o no, librara su mayor batalla: Amor, sueño algo terrible, veo una luz, algo me llama, Simone, no lo soporto más, sueño que dios existe.

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