Juégame las cartas Pochita. Anda pues, una vez, no seas mala. La había traído su papa, renegando. Yo no juego a las cartas, ¿de donde sacaba esas cosas flaca? Hasta donde te vas a ir malcriada, abusas de mí porque te quiero, cómo te vas a regresar. –sola pues, como siempre. Tuvo ganas de abrazarlo de trepársele por el cuello y decirle te quiero papá. Sus piernas largas, el andar despreocupado, el pelo alborotado. ¿Por qué ese tambor en el pecho? Esa extraña sensación que iba creciendo con los días. Trató de explicarse y no pudo ¿tristeza, rencor? Qué me pasa últimamente.
Era duro vivir donde vivía la flaca, todo le quedaba lejos a la pobre -que quiero una gaseosa papá, hasta quince cuadras a buscar la tienda, -que quiero ir al cine mamá, una hora de viaje al centro. Salir con el sol para llegar antes que suene el timbre en el colegio, cruzar los interminables arenales: plantas muertas, casuchas de esteras flotando sobre la arena, “la orquesta” como le decía su papá al quejido interminable de perros flacos, charcos espumeantes sobre los cuales miles de moscas hacen una nube lejos del cielo. El infierno, pensó. Apurarse para tomar el bus, avanzar hasta el fondo, buscar un lugar vacío, revisar las asignaturas del día. Después un sueño rápido fugaz, interrumpido por una voz chillona, áspera: ¡último paradero. ¡
-Algún día viviré como tu Pochita, los ojos al cielo la mirada contrita como quien espera recibir inmediatamente., en un lugar bonito lleno de parques, chifas, cafés, nunca más regresaré a este muladar.
Listo. Dijo el señor Carlos, pero te cuidas, prométeme que te cuidas.- me cuido respondió la flaca, no te preocupes por mi. Un beso largo, pegajoso sobre la barba dura. ¿Quieres que te acompañe hasta allá? anduvieron las tres cuadras, conversando, riéndose entretenidos con los anuncios de las casa comerciales, cruzaron la avenida, allí el hospital santa rosa comiéndose la esquina, llegaron al Majestic: noche de gala leyeron sobre un cartel azul.
Si juegas. La flaca la miro a los ojos, y ella no le pudio mentir. Si juego pero no las entiendo bien. ¿Quien te enseño?, unas tías viejas hace un tiempo. La salita de cortinas rojas, los floreros largos llenos de flores de mentira, la voz de celio González escurriendo por entre los parlantes de la radiola: recuerdas tú aquella tarde gris… la verdad no me acuerdo bien, fue un día en que todos salieron a comer al unión.
ROBERTO BERMUDEZ
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