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lunes, septiembre 20, 2010

Texto para Tajadores (por Roberto Bermudez)


Regresábamos. Los pasos de la noche enderezan de alguna manera el camino matinal. Desayuno rancio, semáforos en las esquinas. Tú en tu casa, aun, yo en la mía, viendo a mi madre darle forma al porvenir de la familia. Nos ponemos la mochila a la espalda y cerrando quizás a la misma hora la puerta, le hacemos adiós con un suspiro a nuestro mundo. Luego cruzábamos la avenida respectiva y entonces, el camino comienza a vislumbrar su semblante, se le ha caído por completo el velo: Brilla el sol, anunciando la mañana, personas y más personas ataviadas ¡Cuanta prisa hay en la calle! –decías-. Seguimos el camino que conduce irremediablemente a la universidad, envueltos todavía en una especie de ensoñación perfecta, tomada desde un lugar muy lejano y sublime, ni siquiera el ruido de los automóviles, el vaho y la inmisericordia en que se tiñe lima de noche, nos era desfavorable. ¡Cuánta prisa!, -decíamos-.

Éramos como dos cuervos agazapados a las horas, mirando de reojo su pálido momento, ¡Que sabor!, deduciéndolo todo, dejándonos sorprender si llovía y corriendo a meternos a la tienda de la china; si el sol era muy fuerte: una cerveza doña. ¿Te acuerdas? En esas andábamos riéndonos de todo: somos tan risueños… nunca dramáticos. Claro ¿Cómo no serlo? Había caído la noche y a pesar de no merecerlo vivíamos y claro vivíamos en toda la palabra.

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