Regresábamos. Los pasos de la noche enderezan de alguna manera el camino matinal. Desayuno rancio, semáforos en las esquinas. Tú en tu casa, aun, yo en la mía, viendo a mi madre darle forma al porvenir de la familia. Nos ponemos la mochila a la espalda y cerrando quizás a la misma hora la puerta, le hacemos adiós con un suspiro a nuestro mundo. Luego cruzábamos la avenida respectiva y entonces, el camino comienza a vislumbrar su semblante, se le ha caído por completo el velo: Brilla el sol, anunciando la mañana, personas y más personas ataviadas ¡Cuanta prisa hay en la calle! –decías-. Seguimos el camino que conduce irremediablemente a la universidad, envueltos todavía en una especie de ensoñación perfecta, tomada desde un lugar muy lejano y sublime, ni siquiera el ruido de los automóviles, el vaho y la inmisericordia en que se tiñe lima de noche, nos era desfavorable. ¡Cuánta prisa!, -decíamos-.
Éramos como dos cuervos agazapados a las horas, mirando de reojo su pálido momento, ¡Que sabor!, deduciéndolo todo, dejándonos sorprender si llovía y corriendo a meternos a la tienda de la china; si el sol era muy fuerte: una cerveza doña. ¿Te acuerdas? En esas andábamos riéndonos de todo: somos tan risueños… nunca dramáticos. Claro ¿Cómo no serlo? Había caído la noche y a pesar de no merecerlo vivíamos y claro vivíamos en toda la palabra.
Éramos como dos cuervos agazapados a las horas, mirando de reojo su pálido momento, ¡Que sabor!, deduciéndolo todo, dejándonos sorprender si llovía y corriendo a meternos a la tienda de la china; si el sol era muy fuerte: una cerveza doña. ¿Te acuerdas? En esas andábamos riéndonos de todo: somos tan risueños… nunca dramáticos. Claro ¿Cómo no serlo? Había caído la noche y a pesar de no merecerlo vivíamos y claro vivíamos en toda la palabra.
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