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lunes, abril 07, 2014

HORA ZERO en fila india: de la selva su Jorge Nájar




El libro de las citas

Ya amanece en el hotel de la calle antigua.
Ya los ebrios regresan de sus parrandas.
Y en mí, sentado frente a la adormidera,
todo el pasado. ¿Por qué nos estamos aquí?
Esperábamos hallar paz y no ha habido
bien alguno pues la vieja culpa perdura
y el relinchar de los caballos ante el fuego
que encendimos al partir, hace ya tanto.
Sus látigos agitan la vidriera. Sus gemidos
ensordecen el torbellino de la memoria:
mi abuelo pasea por el libro de las citas
anotadas con un lenguaje sin ataduras
con la tierra que reblandeció su corazón.
Ninguna enseñanza perdurable nos dejó,
ni siquiera una palabra de sus padres,
salvo un sentimiento de ajeno a la querencia.
Sus sombreros, sus trajes, hechos aire.
Sus pasos volvieron por los caminos
que lo trajeron. Ninguna belleza,
ningún color lo retuvo. Ningún recuerdo.
¿Sobre qué túmulo dormirá aquel solitario?
el libro de las citas, ahora otro y mío,
tiene anotado un encuentro, hoy,
al final de esta calle donde hay
un charco dejado por la lluvia. Y los años.
Allí la estrella luminosa. Allí el misterioso origen.
Ya amanece en el hotel de la calle antigua.
Ya los ebrios regresan de sus parrandas.


Infancia

Si vieras cómo tiemblo, infancia,
cuando corro tras tus huellas
saltando sobre los charcos.
Tú, sellada a mí, me hallarías
abrazado a ti pues solo puedo memoria
y jamás traición pese a las risotadas
de quienes me vieron adorar belleza
en una capilla del bosque,
un eslabón entre tantos.
Hay allí, entre olores de resina,
un gigante en hombros de su padre.
Y luego un estallido. Olor a pólvora.
Gentío que la memoria no destila
ni por deliberada vocación de olvido.
Toda la vida es un río de sangre.
Fuerza derrotada entre boñigas.
¿Era eso algo que confirma la vida?
recostado en una pared donde el viento
se desangra, contemplo sus manes
y luego, sin piedad, los desfiguro.
¿Es esto algo que confirma la existencia?
no por eso me arrojes al infierno.
No desates tu cuello del mío.


Deseo

En un caravasar cercano a la estación del tren
paso la tarde a la sombra de unos viejos árboles.
En el frescor los camelleros duermen
tal vez soñando con el regreso.

No hay retorno para quien sueña solo con llegar,
ni llegada si uno vive en la urdimbre de la vuelta.
La vida arde allí donde se ama,
allí donde los ríos que nos merodean
arrastran remolinos, animales que corren
atropellando la noche con sus silbidos.

Ahora solo anhelo una taza de té.
Beberla sentado en las viejas alfombras
con una cortesana para el reposo del cuerpo.

El alma no descansa ni con el deseo satisfecho.

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