“Necesitamos un amigo antes que un profe”.
Yamyle: estudiante de secundaria
“Es una cárcel, el colegio es una cárcel”
Tomás: compañero de Yamyle
Las cosas en el cole —que yo recuerde— nunca estuvieron
bien. Para entender eso no necesitamos estadísticas internacionales. Lo
académico —que es también importante— acapara toda la atención. Todos los
flashes. Se está olvidando, o ya se olvidó, que educar no sólo es inyectar
conocimientos teóricos (que cada día sirven menos) o prácticos, sino que
también es propiciar las condiciones adecuadas para el desarrollo emocional. Y
esto último puede que sea más trascendental.
“Corazones:
no solo cabezas en la escuela”, titula uno de los libros de Alexander Neill
(Escocia 1883), que sentencia las bases para un revolucionario sistema
pedagógico —que de “sistema” tiene muy poco— y que lleva a la praxis en
Summerhill School. Neill ve en la Inglaterra de los años 20 una sociedad
enferma, neurótica. Una sociedad castrada por un sistema que educa con valores
gastados e hipócritas y sin actitud crítica. Situación que, viéndola bien, no dista
mucho de nuestra realidad.
“Nos
tiramos la pera porque el colegio aburre, los profes aburren”, dice un muchacho de 14 años. Cuando al chico le
extirpan la libertad, y solo le quedan los deberes y la seriedad, entonces el tedio aparece. Y por si fuera poco,
tratan de hacerlo todo más vertical e inútil. Prefieren tenerlos con uniforme y
cabello corto, antes que nutridos y cómodos. Los muchachos respetan más
una bandera que la autonomía o la integridad de un compañero (bullying). “La violencia es una respuesta a la
represión y al odio, y el odio a su vez sólo puede generar más odio”. Aparte, se le vende a los padres
la idea de que valores surgidos en esta “nueva sociedad” (la disciplina, la
competencia, el poder), son las piezas clave para el éxito. Y lo más curioso es
que existan quienes pagan mensualmente por este servicio.
“En
las escuelas normales hay estudiantes indiferentes y que a fuerza de disciplina
y con dificultades pasan a los estudios universitarios, para llegar a ser
profesores sin imaginación, médicos mediocres, que podrían haber sido buenos
mecánicos”, nos dice Neill. ¿A qué se debe este frenesí por la
universidad? Estamos, acaso, alimentando egos individuales y de supuesta
superioridad (“tienes que ser alguien en la vida”), dejando de lado el
servicio social y la investigación, totalmente desinteresados, que simbolizaron
en algún momento la universidad. Colegios pre-universitarios —en su mayoría—
cuyo único objetivo es ubicar a unos cuantos alumnos en los primeros puestos de
alguna universidad nacional para luego exhibir, orondos, una gigantografía de
éxitos 2012. ÉXITOS. Así los llaman. Mercancía para exhibir.
El camino para extirpar este cáncer —como lo dijo Neill,
en su momento— es la libertad y el amor. La búsqueda sana y
consciente de la autonomía del individuo, que no se aleja de la solidaridad y
la tolerancia. Se necesita formar hombres que se formen a sí mismos. No títeres
que sólo reflejan frustraciones y complejos de sus maestros: “El que es
egoísta con las personas no puede ser profesor”. De este encuentro con la
personalidad, que no es más que la alineación de las experiencias, surge el
hombre libre, crítico y sobre todo feliz.
La educación es un problema más engranado al resto de
problemas que imperan en nuestra sociedad. Un problema que ha sido tocado con
pinzas y del que sólo hemos querido ver las notas en los exámenes, dejando de
lado el corazón, o peor aún, dañándolo. Pensar en Summerhill en la actualidad
puede parecer un disparate (A pesar de que colegios como Los Reyes Rojos
—conducidos por esta pedagogía libertaria— funcionan con tranquilidad y buenos
resultados). Pero lo que complica la difusión de este sistema en otras
instituciones son básicamente dos cosas: Primero,
el gasto elevado que generan y segundo, la mentalidad mojigata de algunos
padres, que de seguro creerán que un sistema tan permisible sólo puede
engendrar desorden mental y libertinaje. Totalmente falso, ya que la libertad
limitada en la integridad de los demás —está demostrado— genera hombres creativos, decididos,
confiados, independientes y, por sobre todo, pasionales.
Dicen que a este país le falta tolerancia, es decir respeto, y solamente el
amor y el miedo lo generan. Ya probamos con lo segundo y ha servido de muy poco.
Quizá llegó el momento de intentarlo de otra manera.
(Por Omar Livano)
Muy bueenoo... Espero que siganpublicando temas sobre eduacion...su vision es alternativa y necesaria..
ResponderBorrarGracias por la fuerza Adriana. De eso se trata. De eso y de seguir dándole duro a esto... Omar L.
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