La
distancia mata. Mata la amistad. Mata el amor. Lo mata a uno mismo. Sí, la
distancia es una odisea que transforma el recuerdo en melancolía. La tristeza
en depresión. La emoción en vana esperanza. Estar sin aquellos que te vieron
reír, llorar, gritar, pelear, mentarle la madre al comibista, es difícil. Te
desesperas. La soledad de mierda te caga y ya no puedes más. Necesitas nuevos
amigos, nuevos sueños. Si no fracasas y caes en un pozo hondo y terminas
suicidándote. Sin embargo, si eres capaz de sobrevivir
y, sobre todo, si algún día regresas de tu largo viaje entonces aún hay
esperanza. Puede que tus amigos no sean los mismos, que tu patria haya
cambiado, que existan otras jergas y que tus bandas favoritas estén olvidadas,
pero si tu esencia no ha sido mutilada, entonces es posible volver a ser el
“mismo” de antes. Volver a mentarle la madre al combista. Cagarte de risa
cuando tu amigo se saca la mierda. Emborracharse y llorar porque ya son 50 años
que el Perú no va al mundial. La esencia es lo que importa. El deseo violento
de ser feliz a cualquier precio. De nunca mirar el pasado con melancolía, pero
como un guerrero. Ahora eres más fuerte; no has sufrido en vano. Sí. La distancia
mata, pero como dice el refrán, lo que no te mata te hace más fuerte.
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