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viernes, febrero 17, 2012

Job como todos los hombres

“La antigüedad es un valor”

J.M. Arguedas

 
Problemas en la vida diaria ¿Quién no las tiene? Algunas se solucionan a corto o largo plazo, otras no tienen ni una chispa de esperanza. Un simple ejemplo de ello es la muerte. ¿Quién no lo teme? El misterio que hay detrás de ese sueño eterno es desconocido pero todos se angustian cuando piensan en ello. Justo antes de Cristo, ya muchas culturas como la egipcia, la griega tenían la promesa de su religión misma de que cada uno tendría una vida nueva después de la muerte a través de sus dioses y sus paraísos. Sin embargo, sólo un hombre se atreve a interrogar a su propio Dios, que todavía no lo percibe y mucho menos siente ser escuchado por él (¿te ha pasado lo mismo?).

No podemos seguir esta reseña sin antes decir que el lector debe dejar de lado sus prejuicios religiosos, para poder ver este libro como debe ser: primero que nada, como una obra literaria.

Lo que me atrapó de este relato en verso que por cierto, es el primer libro de los libros sapienciales de la Biblia, es decir, libros de sabiduría, fue que en el primer capítulo se encuentra una peculiar y extraña conversación entre Dios y Satán, el primer encuentro que se dan cara a cara. Porque si bien es cierto que los dos personajes están siempre presentes en la Biblia, nunca tuvieron un diálogo directo, siempre el primero actuaba en función a lo que hacía el segundo o viceversa. ¿Qué hay en esa charla?

El hecho es de que Dios acepta el reto que Satán le propone y como consecuencia de ello son las desgracias y los tormentos que le pasa a un ser común y corriente como es Job. Este ser, sin razón alguna, padece de todo mal: está solo, enfermo, viejo, sin nada de nada, desconectado del mundo, con las penas que le zumban en la cabeza; es decir, a solo un paso de la muerte. Y encuentro en él palabras que muchas personas en alguna ocasión lo habrían dicho, de eso estoy seguro:

“¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tendrán una vida amarga? Desean la muerte que no llega y la buscan más ávidamente que un tesoro…”

“Si Dios no confía ni en sus santos, y hasta los cielos no son puros a sus ojos, ¡cuánto menos ese ser abominable y corrompido, el hombre, que bebe la maldad como el agua!”

“¡Ojalá pudiera el hombre discutir con Dios lo mismo que lo hace con su prójimo! Son pocos los años que me quedan, y pronto me iré por el camino sin regreso.”

Y después de Job, incontables autores han interrogado al Ser Supremo, sin poder tener una respuesta divina. Un caso contemporáneo sería Vallejo en Los Heraldos Negros: “¡tú no tienes Marías que se van! Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios….Y el hombre sí te sufre: ¡el Dios es él!” No tengo duda que Vallejo haya leído la Sagrada Escritura y sobre todo, el libro que estoy comentando. Verán la influencia: “¿Acaso te conviene mostrarte duro, despreciar la obra de tus manos y justificar las teorías de los malvados? ¿Tienes tú ojos humanos? ¿Ves como un hombre? ¿Son tus días como los del hombre, o pasan tus años como los de un mortal para que andes rebuscando mi falta, indagando mi pecado?”

Pero en medio de la reflexión que tiene Job, lo acompañan tres amigos que inútilmente tratan de tener la razón mediante respuestas que no pueden satisfacer las preguntas y afirmaciones tan hirientes y punzocortantes del miserable: “Hay quien muere en lo mejor de su vida cuando vivía feliz y tranquilo, con los costados bien regordetes y los huesos repletos de sustancia. Y hay quien muere con amargura en el alma, sin haber gustado nunca la felicidad. Juntos, luego, se acuestan en el polvo y los cubren los gusanos.” ¿Kierkegaard, Nietzche o Sartre habrían leído este libro alguna vez? No tengo duda. El filósofo danés por ejemplo, en su idea famosa llamada “el salto de fe” considera que la duda es un elemento principal de la fe, puesto que es la parte racional del pensamiento de la persona. Es decir que creer o tener fe en que Dios existe sin haber dudado nunca de tal existencia no sería una fe que mereciera la pena tener.

Para terminar, no voy a decirte cómo acaba esta obra llena de meditación y tan rica en la manera de cómo se adentra a los pensamientos ocultos de cada ser humano. Lo que te voy a decir es que es un libro que toda persona debe de leerlo, porque si bien es cierto que a veces todos sufrimos cambios tan bruscos de la noche a la mañana y a consecuencia de ello dudamos de la existencia de un ser superior y otros hasta llegan al extremo de negarlo; Job, padece ese mismo pesar porque en un abrir y cerrar de ojos tuvo todo y nada, a pesar que cumplió con todo lo que le había dicho su religión. Como dice él y diría todo hombre alguna vez: “Si pasa junto a mí, yo no lo veo, si me pasa a rozar, no me doy cuenta.”

Miguel Urbizagástegui

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