Los libros que se encuentran entre los clásicos de la literatura tienen tramas, personajes o temáticas que son atemporales: quien lo lea podrá sentirse identificado, aunque el libro se haya escrito siglos atrás; también suelen representar una corriente literaria específica o un momento histórico. Estas descripciones encajan perfectamente en The catcher in the rye ( J.D. Salinger, 1951). A pesar de ser una novela de la post-guerra cualquiera que lo lea se identificará, aunque sea un poco, con las reflexiones de Holden Caulfield, protagonista de la novela, por el simple hecho de que todos hemos sido adolescentes: experiencia universal. Además, el libro de Salinger tiene sangre regada en sus tapas: Mark Chapman, el asesino del icono de la paz, resguardaba entre sus manos el relato de Holden minutos después de haber disparado siete balas que eclipsaron una vida. También se le cataloga como la novela que representa la ansiedad adolescente, pero es algo más que eso: lo que yo viví retratado en símbolos alfabéticos y construcciones humanas no fue sólo la angustia adolescente, sino la de la humanidad, y mis propias angustias. Y eso, da mucho miedo
El recurso literario de escribir la narración en primera persona brinda una especie de complicidad entre el autor-personaje y el lector. Mientras se avanza en la lectura de la novela, es fácil imaginarse estar frente a la cama de Holden, contándonos a nosotros su historia. Esta particularidad alimenta esa sensación de sentirse identificado con el narrador, la experiencia de leer el libro es tan íntima como la que sostienes con el mejor amigo después de clases. Todos hemos experimentado la angustia adolescente que se retrata en la novela: la distancia generacional con los padres, el no saber que será de tu vida, la incomprensión, el fastidio. La obra esta tocada por la mano de la ambigüedad: Holden se encuentra en la etapa de transición de adolescente a adulto, es decir ya no es un niño pero tampoco lo ven como un adulto. Sus reflexiones, su apariencia física e incluso sus actos son teñidos también por una dualidad.
Holden, como muchos jóvenes, se siente alienado, y los adultos a su alrededor no se detienen a escuchar lo que el niño-adulto tiene que decirles, sólo se preocupan porque Holden se ajuste a los moldes establecidos socialmente, y este aspecto, como muchos en la obra, nos son gratuitos. En el momento en que se escribe y publica The catcher in the rye, Estados Unidos se encontraba en una época de prosperidad, en la que los valores morales eran importantes en la conciencia de la sociedad. Antes de los 50’s no había una concepción de la juventud: dejabas de ser niño para convertirte en un adulto. Fue en esta época que se empezó a formar una cultura de la juventud: ropa, cine, música, etc. Como es de esperarse, el libro fue censurado por su lenguaje explícito y no sólo por las connotaciones sexuales, sino el lenguaje crítico de Holden también fue señalado, pero sobre todo las acciones que delataban un claro desafío a las autoridades.
¿Por qué titular este texto con un cuestionamiento directo que desea sonar como reclamo? En un juego de autentificación de la ficción, Holden no es más que el joven que está en el proceso de encontrarse a sí mismo, y que es constantemente juzgado en lugar de ser acogido y comprendido. El abrazo que le hizo a falta a Holden es el mismo que nos ha hecho falta a mucho de nosotros.
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