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martes, diciembre 28, 2010

un cuento corto



El descubrimiento

Adormecido por el miedo se detuvo de pronto. La transpiración mojó los pliegues de su camisa, en la boca un dolor creciente, inventado, iba apoderándose poco a poco de su mente. Una macha blanca extendiéndose por su cabeza, se apoderaba de sus sentidos. -Déjame en paz. Mónica dio la vuelta, sobre sus pasos, y soltando maldiciones echo a correr. En el paradero de colon los automóviles se amontonaron frente al busto del conquistador: taxis, combis, que a esa hora de la noche confundían sus luces amarillentas en la neblina espesa y cruzando decididamente la avenida vacía, desaparecían entre los arbustos de Wilson. Quiso seguirla, decirle no te vayas flaca, te quiero, pero no pudo. Por una extraña razón se había quedado quieto mirando la calle, ya no sudaba, y el vacio de su mente se iba poblando vertiginosamente de recuerdos. Encendió un cigarrillo, el contacto con el tabaco amargo le hizo chasquear los dientes. Caminó unos pasos intentando poner en orden esa película que, a pesar de ser él mismo protagonista, ahora desconocía y corría desordenadamente frente a sus ojos, siempre inconclusa. Un viento frío golpeó las paredes de las casas antiguas que, aun hoy, de pie vigilan la noche. Un rugido fulminó su pecho, las manos en el bolsillo del pantalón estrangulaban la rabia, el dolor. De regreso a casa, las sirenas del serenazgo lo asustaron, cruzo Uruguay, dobló por la plaza Francia y siguió derecho hasta el jirón de la unión. Algo se había roto dentro de él, el fracaso que conocía de oídas, era ahora propio, en su interior un fuego se había extinguido para siempre.
El día en que se conocieron, él le invito un helado y ella le dijo, vete, no sé quién eres. En su manera de mirarlo Roberto había descubierto un cariño que asomaba, sus ojos grandes lo dejaron prendado la primera vez que la vio, sus cejas pobladas, sus maneras de mover los labios cada vez que hablaba. La primera semana que se instaló fuera de la zapatería peyless pensaba: no me hará caso pierdo mi tiempo, no volveré, pero al día siguiente regresó. A la salida la atajó y le dijo: te acompaño a tu casa. Ella se negó, recordaba la voz melosa de su madre: “Mónica no hables con extraños” Pero poco a poco, con el correr de los días le fue tomando cariño a ese loco de jeans y pelo alborotado que, al caer la noche, cada día religiosamente vigilaba su salida frente a la puerta de la zapatería done ella trabajaba. Sus amigas de la tienda la fastidiaban: Mónica ya tienes novio, preséntalo pues, y ella: no es mi novio un fan nada más, se reía. Un día le estiró la mano y le dijo su nombre, hizo piruetas, caminó a su lado le decía a la gente que pasaba: es mi chica ¿no es linda? , y ella pensaba, me quiere. ¿Cómo había sido posible que ese amor tan puro y cargado de intensidad se haya disuelto ahora en una pena que inundaba su alma? ¿Había hecho algo mal? No entendía nada, avanzaba como empujado por el aire. Pensaba: no volveré a enamorarme nunca.
Roberto recordó el paseo que dieron juntos: el jirón de la unión rebalsando de gente, las veredas lustrosas de las tardes interminables del verano, el parque universitario iluminado por dos lenguas doradas que, flanqueando la calle lamen la pista. Autos, sirenas, se tropezaban con la gente y la flaca bromeó diciendo que si hubiera un terremoto o un incendio como el que hizo cenizas el mercado central, morirían juntos. La vista encontraba sin esfuerzo a los ambulantes que azuzados por los serenos, corrían despavoridos regando la vereda con equecos de colores, plástico, comida. Las palabras de la flaca se iban juntando en su cabeza como se juntan las piezas de un rompecabezas, pero estas no llegaban nunca a un desenlace.
Una luz fugitiva se iniciaba en sus ojos, se extinguía. ¿Sería en esos momentos, esa caminatas largas bajo el sol abrazador donde había tenido su primer encuentro con el amor? Nada importaba ahora. El Rímac ha crecido, el agua color barro corre enfurecida hacia el sur, y él arañando con la mirada el cielo, busca una respuesta, convencido de que a pesar de lo inexplicable del amor, ese torbellino que nos envuelve sin distinguir absolutamente nada fuera y dentro de nosotros, lo abrazará de nuevo, mañana, el próximo verano, o quizá cuando se hay olvidado por completo de que, a pesar de no verlo, está siempre con él.

ROBERTO BERMUDEZ GRAU

2 comentarios:

  1. Bien Roberexx.A los añoosss...muy buena esta idea de la revista,espero tenerla fisicamente.Un abrazo,suerte!

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