Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

jueves, agosto 25, 2011

Las Tres mitades de Ino Moxo


Aunque pequeño... algo es algo. Algunas palabras sobre la novela de Cesitar Calvo, a cargo de Carlos Soto Mayor (extraído de Letra Capital)



CESAR CALVO. Las tres mitades de Ino Moxo (Peisa, 2011)

TODO COMENZÓ a través de unos poemas reunidos en una antología de poesía del 60. La memoria suele ser frágil para algunos detalles: he olvidado, por ejemplo, el nombre del antologador, apenas creo recordar que la edición estaba a cargo de la editorial de Walter Noceda. Lo que sí conservo fresca es la sensación de deslumbramiento que, para un adolescente como era, significó leer “Venid a ver el cuarto del poeta” (“Desde la calle/ hasta mi corazón/ hay cincuenta peldaños de pobreza./ Subidlos./ A la izquierda”).

No pasó mucho tiempo, algunos meses, quizás, y pude ver a César Calvo en persona, por primera y última vez. El auditorio central del Museo de la Nación era el escenario de un Congreso de Literatura Peruana organizado por el Instituto Nacional de Cultura; y allí estaba él, algo disminuido por ciertas dolencias (había perdido la audición en uno de sus oídos), junto a Guillermo Thorndike. De esa noche recuerdo, claro, las resonancias de sus versos en su propia y particular voz.

Recordé todo esto a propósito de la reedición de Las tres mitades de Ino Moxo (y otros brujos de la Amazonía) que acaba de sacar la editorial Peisa en acertada iniciativa. La novela apareció originalmente en 1981, exactamente hace 30 años. Y el recibimiento por parte de la crítica, según he leído, fue bastante alentador. Las tres mitades de Ino Moxo no sólo se publicó en Cuba, sino que también se tradujo al italiano y al inglés. Precisamente, la edición que acaba de presentar Peisa trae consigo el prólogo de Antonio Melis que apareció en la edición italiana. Además de un riguroso glosario léxico de la Amazonía.

Sobre las bondades de esta novela, Luis Hernán Castañeda ha señalado, en un interesante artículo: “Lo más destacable de la novela son la estructura de las voces, la construcción del tiempo y la dicción de los narradores. Aquí se percibe la destreza de César Calvo para edificar una ficción que reelabora, en su forma, las coordenadas de una cosmología no occidental”.

Dónde: Librerías Crisol (E ibero y Malambito y Quilca y Amazonas

viernes, agosto 19, 2011

recital

Reproduzco la invitación para el recital del viernes 19 en el bar Zela, del blog http://viernesdepoesiayficcion.blogspot.com/ (TAJO estará presente)



El ciclo "Viernes de Letras" y
el Bar Zela
Presentan:

Recital de poesía:

Aximandro Sánchez
Miriam R. Kruger
Fio Loba
Jair Uzziel
Pilar Hincho

Julio Barco
Roberto Bermúdez
Omar Livano
Olger Huamani

Lectura de poemas de César Moro
a cargo de John Martínez




Grau, Wesphalen, Tenaud y César Moro

Esta fecha es especial para nosotros, el viernes, se cumple 108 años del nacimiento de Moro, poeta que ha sido nuestro planeta más importante. Asi que leeremos unos poemas suyos y si tenemos suerte habrá alguna sorpresa más.

La fecha será pura poesía, tendremos dos mesas. En la primera tendremos a: Anaximandro Sánchez, poeta y blogger. Mirian R. Kruger, promotora cultural y poeta peruana que vive en Luxemburgo; de visita en Lima, nos trae su nuevo libro, "POTPURRY". Fio Loba, seudónimo de Fiorella Terrazas, es una joven poeta aún inédita. Jair Uzziel es fotógrafo y videasta, hace sus primeras incursiones en el poema escrito. Pilar Hincho, estudiante de la universidad de La Cantuta, es directora de la revista de poesía "Revolcándonos".

En segunda mesa estarán los integrantes del grupo y revista "Tajo Tajodido"; Julio Barco, Roberto Bermúdez, Omar Livano y Olger Huamani, compartirán su propiesta, ellos son estudiantes de la universidad Villareal.

Entre los asistentes se sortearán los siguientes libros: "La unidad de los contrarios", de Luis Eduardo García, Premio Copé de Bronce, 2009. "Papiros de Tiresias" y "Orquesta de Gacelas", de Jorge Espinoza. "Doce Sextinas Peruanas", poesía de Carlos German Belli, Marco Martos y JUulio Fabián. "Bailarina Azul" de Jose María Zarate, entre otros.


Viernes 19 de Agosto. A las 19.30 hs. en el Bar Zela.
Av. Nicolas de Piérola 961 - Plaza San Martín
ENTRADA LIBERADA

los críticos y el perú




Sin perder tiempo posteo esta estupenda reseña del poeta Yrigoyen... a quién conocí leyendo sus primeros cuatro poemarios (Ese de las moscas, sin duda, calo hondo)... de acuerdo contigo Carlos, pero tampoco Agreda se salva ¿qué paso cuando comentó, casi subiéndose al altar del olimpo, ese incompleto poemario de Maolí Mao? ¿Acaso no fue presentando como uno de los poemarios revelación del año pasado? Hay que diferenciar del pito al hecho: y, franco franco, Maolí no se merecía tanto espacio. Lo mismo con Yamoja (así se escribe su apellido?) todos los jeropas del centro de Lima, incluyendo al tío Eloy y a Bayly, se montaron al coche de la apabullante poeta... si, si, si, como si la gran cosa... Aquí, los de Tajo (TAJo, no más, no tajo tajodido...) no nos casamos con nadie. Las críticas o bien son muy abstrusas (desde su lenguaje ultra criticón) o bien son zalameras. Igual el texto es sincero y directo. A ver que da.


Cuando leo a los actuales reseñadores literarios de la prensa limeña extraño la página de crítica de libros que durante los años noventa mantuvo Rocío Silva Santisteban en Somos. No quiero decir con esto que Silva Santisteban fuera nuestra Michiko Kakutani ni mucho menos. Pero el poquísimo espacio que le asignaban, limitado como para fundamentar sus opiniones, lo administraba con suficiente criterio como para cumplir el requerimiento básico que se le exige a alguien al que se le encarga un espacio destinado a criticar las novelas, poemarios y ensayos que aparecen cada semana: decir lo que en verdad piensa. Arriesgar mínimamente una opinión. Pasar por la experiencia, nada agradable, es cierto, de quedar de vez en cuando mal con alguien. Recuerdo algunas reseñas suyas donde era terminante y hasta feroz con los libros que le disgustaban; como por ejemplo, cuando destrozó uno de las tantas insufribles entregas con las que Edgar O´Hara nos torturaba por esa época: En una casa prestada. Rocío llegó a preguntarse públicamente cómo era posible que existieran editores que permitieran que semejantes bodrios vieran la luz. Por lo que sé, O´ Hara nunca le perdonó ese ejercicio de sinceridad. Recuerdo también críticas negativas a otros poetas y narradores que eran amigos y conocidos de la autora de Ese oficio no me gusta, como Mary Soto –por su libro Limpios de tiempo- o Sergio Galarza –por su colección de relatos Todas las mujeres son galgos. Recuerdo también, y más nítidamente, que a mi primer libro, un pecado juvenil, también le dio con palo. Y estaba bien. En fin: uno podía criticarle muchas cosas a RSS, pero no que careciera de los ovarios suficientes para estampar en letras de molde su auténtico punto de vista.
Pues bien, ¿qué ha pasado con la crítica literaria de los medios en esta última década? Con muy honrosas excepciones, esta prácticamente ha desaparecido. Algunas publicaciones la eliminaron un buen día de sus páginas sin el menor remordimiento –como es el caso de Correo, el pasquín dirigido por Aldo Mariátegui- y otros se la encomendaron a gente que, o no da la talla para ejercerla, o la toma como un trabajo rutinario y aséptico en el que la finalidad principal es pasar piola. Es decir, completar el número establecido de palabras sin decir absolutamente nada relevante o cubrir indiscriminadamente de flores a cualquier volumen que llegue al correo de la redacción.
Querido lector de Nosotros Matamos Menos: ¿alguna vez ha leído usted, en todos estos años, una sola crítica negativa pergeñada por José Donayre Hoefken, encargado de la sección de libros de la revista Caretas? Yo, nunca. Todas ellas son decididamente entusiastas: jamás entablan una sola atingencia a los libros sometidos a su escrutinio. Si mañana hubiera una hecatombe nuclear y solo quedaran las críticas de Donayre para estudiar lo que fue la literatura peruana reciente, cualquiera creería que vivimos una Edad de Oro en nuestras letras; que cada semana en el Perú era publicado un libro estupendo, de gran calidad; que cada mes surgía un joven poeta cuya opera prima sugería un Eielson o un Hinostroza en potencia. La realidad, como nosotros sabemos, es muy distinta, y por eso me queda la sensación de que Donayre vive en una dimensión paralela, donde cada vez que se asoma por la ventana contempla Picadilly Circus o cualquier otro de los centros culturales más fulgurantes del mundo literario contemporáneo.
Si bien ya de El Comercio y de la camarilla de ignorantes que lo maneja no se puede esperar nada, es una lástima lo que ha sucedido en los últimos años con la ya fenecida columna semanal de Ricardo González Vigil, quien siempre fue un crítico más que respetable. Pero hay que ser honesto, pues: sus columnas, en los últimos años, eran la mar de confusas. No sé si el motivo de ello sea que le editaban los textos de cualquier manera o si se le acababa el espacio antes de poder llegar al meollo de lo que quería decir, pero en la mayoría de los casos terminaba hablando de cualquier cosa antes que de la obra que debía ser motivo de su reseña. Por otro lado, ¿no es ya un poco monótono que un crítico viva calificando cuanto libro analiza como “extraordinario” “portentoso” o “formidable”? No obstante lo apuntado, que la columna de RGV deje de ser publicada es un hecho lamentable, pues de todas formas es un espacio perdido. En cuanto a la sección de libros de la revista Somos, regentada por Enrique Sánchez Hernani, el problema es distinto: ni con la mejor voluntad del mundo se puede hacer una crítica seria cuando se te pide que ella no exceda las dos líneas de un texto de Word. Eso, como ya apunté en un post anterior, se debe a la visionaria labor de Eduardo Lavado, quien considera que una reseña no debe tener más caracteres que uno de los telegráficos chismes faranduleros del Correveidile, su máximo aporte al periodismo nacional. Bip.
De los demás reseñadores es poco lo que se puede decir (o no se puede decir nada distinto a lo anterior): o ejercen una crítica que juega al avestruz (pura descripción, cero opinión, o, lo que es peor, una desmedida generosidad con todo los libros que reciben) o las páginas culturales de los medios en que laboran son tan insignificantes que es como si no existieran. La salvedad a esta regla es Javier Agreda, crítico del diario La República. No lo digo porque esté de acuerdo siempre con él (en realidad, de cada diez reseñas que publica, discrepo con ocho) sino porque cuando un libro le parece malo no tiene remilgos en decirlo y suele fundamentar sus opiniones con propiedad. Quizá sus reseñas a estas alturas pequen de mecánicas (su modus operandi es el siguiente: primero presenta el libro, luego señala sus virtudes, y en el 90% de los casos termina dando una maleteada), pero a diferencia de casi todos los demás se toma su trabajo con cierto rigor. Lo cual es mucho en un ambiente literario donde ya se perdió el coraje suficiente para señalar que el trabajo de un escritor es insatisfactorio. Aunque luego de este post, quizá yo sea el autor con quien se rompa esa tendencia.

lunes, agosto 15, 2011

así de simple


Tu vida entonces será un río innumerable que se llamará pedro, juan, ana, maría, pájaro, plumón, el aire, mi camisa, violín, crepúsculo, piedra, pañuelo aquel, vals antiguo, caballo de madera.
La poesía es esto.
Y luego, escríbelo.

Juan Gelman

Discurso de Camila Vallejo



Este es el discurso de Camila Vallejo, lider del movimiento ESTUDIANTES DE IZQUIERDA. Desde la trinchera de TAJO, que, mal que mal, sobrevive a los embates de la rutina y el tiempo, sabemos dar espacio (e incluso apoyar y saludar) a las buenas manifestaciones de lucha. No se trata de pintarse el rostro de color negro o rojo, lo que sucede actualmente en la vida universitaria es un espejo de lo jodido que vamos en la sociedad. Es hora, y siempre será hora, porque como dijo Cesar Calvo "Los jovenes siempre descubren la chicha en el siglo XXI"... es hora, digo, de hacerle frente a esto.

Apoyamos a los amigos y amigas que luchan en Chile. Y nos manifestamos en contra de las situaciones que se viven actualmente en universidades como Villarreal, San Marcos, La Cantuta y otras.

Dejamos abierto la conversación. Y, como bonus track, un artículo sobre la universidad y la política de Roberto Bermudez ( Denle click aquí: https://www.facebook.com/note.php?note_id=158276710914681) de su ya clasica colunma TOMA MIENTRAS... DIXIT: "Aquí, en Lima a menos de una semana de iniciarse las clases en las universidades públicas, los jóvenes parecemos todavía no despertar de nuestro letargo y ensimismamiento producido

por las ultimas penas de “Charito” en el ya mítico al “fondo hay sitio”"

TAJO



Mi nombre es Camila Antonia Amaranta Vallejo Dowling y quisiera, antes que todo, poder
expresarle a los presentes el orgullo y el desafío que significa para mí encabezar la Federación de Estudiantes más importante de Chile, es una gran responsabilidad que significa hacerse cargo de 104 años de historia, 104 años de aventuras y desventuras, 104 años de lucha en el seno del movimiento estudiantil.

Y es un orgullo y un gran desafío porque vengo de aquellos lugares que no reciben condecoraciones, de los cuales poco y nada se dice, porque poco y nada se sabe, lugares que a veces incluso se les llega a olvidar.Mis estudios secundarios los cursé en un pequeño colegio cuyo nombre significa tierra florida; extraña paradoja, ya que en sus patios se respiraba más tierra que flores y en sus salas de madera se acumula el polvo de generaciones de alumnos no emblemáticos, que nunca llegaran a ocupar los puestos de poder más importantes de nuestro país.

Mi carrera, una de las más pequeñas de esta universidad, casi no se encuentra en el consciente colectivo, se pierde entre los pasillos de la FAU y se confunde con otras disciplinas. La geografía en esta universidad casi no tiene tiempo ni espacio, otra paradoja.Sin embargo, lo más terrible es darse cuenta que de pronto esto no pasa sólo en Geografía, sino que también en Administración Pública, que es carrera de ocho a seis, porque después de las seis de la tarde no hay universidad para ellos, una carrera que debiese ser fundamental para fortalecer el sistema público. Y también ocurre en Educación, y de pronto nos damos cuenta que no son sólo unas pocas carreras, sino que es toda una rama del saber, es toda un área del conocimiento la que ha caído en la pobreza universitaria como consecuencia de las lógicas del mercado implementadas ya a lo largo de estos últimos treinta años.Y de lo pequeño y olvidado de mi lugar de origen, se suma además mi corto tiempo de vida, con 22 años, vengo a ser la segunda mujer presidenta de la FECH en más de cien años de historia. Y usted rector tendrá el privilegio de ser el segundo en la historia de la universidad que es acompañado por una mujer en la presidencia de nuestra federación de estudiantes.Ahora bien, puede que en este momento me toque a mí ejercer el cargo de presidenta, sin embargo, debo decir que yo sola jamás habría logrado todo esto y que mis manos son tan solo un par más dentro de tantas otras, y en donde todas juntas son las que levantan este proyecto colectivo que se llama Estudiantes de Izquierda, el cual ya se encamina a su tercer período consecutivo al mando de nuestra federación.

Si me permiten contarles un poco acerca de Estudiantes de Izquierda, debo decirles que como colectivo político estamos presentes en amplios espacios de nuestra universidad, que en nuestro interior se expresa la máxima diversidad estudiantil, que entendemos que la izquierda debe construirse con participación y democracia y que esta elección, en donde hemos aumentado en casi 400 votos respecto de la elección anterior, nos demuestra que como movimiento estamos vinculados orgánicamente con las bases estudiantiles de nuestra universidad.

Como Estudiantes de Izquierda sentimos la responsabilidad ética de hacer política, porque la administración del poder por los poderosos de siempre nos obliga a entrometernos en sus asuntos, porque estos asuntos son también nuestros asuntos y porque no podemos dejar que unos pocos privilegiados sean quienes eternamente definan las medidas y contornos que debe tener nuestra patria, ajustándola siempre a sus pequeños intereses.

Creemos que la clave del éxito para el movimiento estudiantil está en volver a situar a la federación en una posición de vanguardia en el nivel nacional, en volver a entretejer redes sociales con los pobladores, los trabajadores, las organizaciones sociales y gremiales, los jóvenes que se quedaron fuera de la universidad pateando piedras, en otras palabras, hablamos de volver nuestra mirada al conjunto de los problemas sociales que hoy rodean a la universidad y con los cuales estamos íntimamente vinculados y comprometidos.Debemos romper con aquella burbuja universitaria que instala el individualismo, la competencia y el exitismo personal como patrón de conducta para los estudiantes por sobre ideas y conceptos fundamentales como lo son la solidaridad, la comunidad y la colaboración entre nosotros.Somos contrarios a la visión de que la universidad es sólo venir, sacarse buenas notas y abandonar cuanto antes sus aulas para salir pronto a ganar dinero en el mercado laboral, tenemos los ojos lo suficientemente abiertos como para darnos cuenta de que afuera hay un mundo entero por conquistar, que este mundo requiere de nuestra entrega, de nuestro esfuerzo y de nuestro sacrificio y que para quienes ya hemos abierto los ojos a las inequidades sociales que asoman por todos los rincones de nuestra ciudad, se nos vuelve imposible volver a cerrar la puerta y hacer como que nada hemos visto o como que nada ha pasado. Nuestro compromiso por la transformación social es irrenunciable.Porque necesitamos hoy, más que nunca, una profunda discusión respecto del país que queremos construir y a partir de aquello de cuál es el tipo de universidad que se pondrá al centro de dicha construcción.


Porque no creemos en la universidad como un espacio neutro dentro de la sociedad, la universidad es un agente vivo en su construcción y en el desarrollo del proyecto país que como ciudadanos levantamos día a día. Nuestra responsabilidad está en generar organización al interior de aquélla, lo cual nos permita transformar la universidad, para así poder transformar la sociedad.
Nuestro concepto de universidad nos habla de un espacio abierto, participativo y democrático, con una comunidad universitaria activa, dialogante, una comunidad que se involucra en el diseño y conducción de su casa de estudios.

Nuestra visión es la de una universidad que se ubique ya no en los primeros ránkings de la competencia o el márketing universitario, de los cuales hoy en día mucho se habla, sino que se ubique en el primer lugar de aporte al desarrollo social del país, el primer lugar en el fomento de la equidad en cuanto a la composición social de sus estudiantes, que ocupe el primer lugar en el desarrollo de la ciencia y tecnología al servicio de los intereses de Chile y su pueblo.

Creemos en una universidad permanentemente vinculada con los problemas que nuestro pueblo le presenta, activa en la búsqueda de soluciones y en la entrega de aportes por medio del conocimiento.

Sin embargo, nuestra realidad actual dista mucho de estos conceptos brevemente aquí esbozados, hoy la universidad es cada vez más un proyecto sin otro norte que no sea el que le señala el mercado; a la educación superior se le ha puesto precio y nuestras universidades son medidas por criterios industriales de producción como si fueran una empresa más dentro del esquema productivo de la nación, una empresa especial con muchas comodidades en su proceso productivo, pero empresa al fin y al cabo.En este esquema, un rol fundamental lo jugó el desfinanciamiento sistemático que vivió la universidad pública al momento de implementarse las políticas neoliberales.

El autofinanciamiento, establecido como doctrina, fue un golpe seco que dio en la esencia misma de lo que constituía el quehacer universitario hasta ese momento, condicionando y sometiendo a la universidad a lógicas y esquemas mercantiles que le eran desconocidos. La universidad pública tuvo que verse obligada a competir en situaciones desfavorables dentro de lo que se llamó “el nuevo mercado de la educación superior”; se le puso precio, tuvo que venderse a sí misma para poder captar mayores recursos y continuar así con su proyecto educativo, perdió su brillo y su color, perdió su esencia transformadora y quedó botada en un rincón, ya incapaz de reconocerse a sí misma. Estamos hablando de que se operó un cambio estratégico en el desarrollo de la universidad, el cual ha sido irremontable hasta este momento. Con ello hubo sectores importantes del quehacer universitario que producto de su no rentabilidad económica fueron cayendo rápidamente en la desgracia y el abandono, las universidades públicas se volcaron a sí mismas, viviendo casi un chauvinismo institucional, donde cada una se preocupaba de su propia sobrevivencia, perdiéndose la visión de conjunto que poseía nuestro antiguo sistema de educación superior pública.

Este procedimiento operado en plena dictadura, siguió su curso con los gobiernos de la Concertación, la cual no operó mayores cambios, más bien se dedicó a administrar con comodidad el modelo heredado y en algunas líneas, incluso, lo profundizó. No obstante lo anterior, pasaron los años y el control del gobierno volvió a las manos de quienes tiempo atrás habían gobernado con trajes de civiles detrás de los uniformes de soldado. Según nuestra mirada, esto representa un peligro fatal para la universidad pública hoy día, creemos que el gobierno de los empresarios busca poner el broche de oro a la privatización total de la educación superior, sellando definitivamente la obra que iniciaron desde las sombras en los años ochenta.

La designación de Harald Beyer y Álvaro Saieh en nuestro consejo universitario, dos grandes defensores del modelo de mercado y el actual presupuesto nacional en el área de la educación superior, son dos grandes indicativos de aquello. Son medidas que nos muestran nítidamente que el gobierno se apresta a poner en marcha una agenda privatizadora a gran escala y que, por lo tanto, el año 2011 será estratégico en su implementación.Ésta será una batalla importante que enfrentará nuestro sector el próximo año, para dar respuesta a este desafío debemos desplegar un movimiento que escape a tan solo los estudiantes, necesitaremos de los académicos, los trabajadores, las autoridades universitarias, todos juntos en las calles exigiendo que el Estado cumpla con sus universidades, que el Estado cumpla con la educación superior pública de nuestro país.Pero el problema no pasa tan solo por exigirle al Estado lo que a nuestras universidades le debe, sino que también debemos mirarnos con visión autocritica y preguntarnos qué es lo que como universidad le estamos entregando a nuestro pueblo. Necesitamos un nuevo trato del Estado para con la educación superior pública de nuestro país y, a la vez, necesitamos un nuevo compromiso de las universidades públicas para con el pueblo de Chile y sus intereses, esta universidad tiene que ser la universidad de todos los chilenos y no solo la de unos pocos.
A nadie le es indiferente que en nuestra casa de estudios se perpetúen desigualdades fundamentales que determinan, por ejemplo, que el 20% más rico de la población tenga más del 50% de las matrículas, en cualquier sociedad que se precie de ser justa y democrática esta desigualdad fundamental es inaceptable.

¿Seguiremos educando solo a las élites socioeconómicas, o nos aseguraremos de implementar un sistema de acceso que permita que todos los jóvenes con talentos y habilidades, independiente de su origen y capacidad de pago, puedan permanecer en la universidad?


¿Seguiremos dejando que solo aquellas disciplinas que son rentables en el mercado alcancen niveles de desarrollo armónicos y de excelencia, o aseguraremos de manera efectiva que todas las áreas del conocimiento tengan un trato justo y así puedan contribuir a consolidar la sociedad que anhelamos, ya no solo en términos económicos, sino que en términos culturales, intelectuales, cívicos, valóricos, es decir, con seres humanos íntegros?
Por más que quieran hacernos creer lo contrario, para nosotros la universidad no puede ser un negocio ni mucho menos la educación puede ser una mercancía.

La pelea será dura, pero está el futuro de la universidad en juego y en esta batalla nosotros no bajaremos los brazos.

No quiero terminar mis palabras sin antes aludir a un hecho que para mí reviste gran notoriedad, algo señalaba más arriba pero quisiera ahora poder extenderme un poco más en aquello, me refiero a mi condición de mujer.

Como mujer puedo ver y vivenciar en carne propia las actuales formas de opresión de la que somos víctimas en la actual configuración machista de la sociedad. En Chile nos decimos un país desarrollado y nos llenamos de orgullo por nuestro reciente ingreso a la OCDE, no obstante, detrás de la cortina del progreso económico y del optimismo del jaguar latinoamericano se esconde una historia de opresión y sexismo que aún perdura hasta nuestros días. Las mujeres seguimos sufriendo hoy día todo tipo de discriminaciones, a la hora de buscar trabajo, en los planes de cobertura para nuestra salud, en la escala de sueldos, incluso a la hora de participar en política.Tan solo ayer leía unas ideas que quisiera poder trasladarles en este momento ya que me parecen esclarecedoras respecto de lo que les quiero decir, abro comillas “respecto de las mujeres, cuando buscan trabajo, además de calificación se le pide presencia y no basta con que sean amables y generosas, sino que deben además ser graciosas, simpáticas y coquetas, pero no mucho. Se les exige estar presentables y cuando juzgan que se ha pasado un milímetro, se les critica por presuntuosas. Se les elogia por ser madres y se les excluye por tener hijos.
De la mujer se sospecha cuando es joven porque desestabiliza a la manada y se le rechaza cuando los años pasan porque ha perdido competitividad. Es excomulgada por fea y también cuando es bella. En el primer caso se dice que es repulsiva, en el segundo provocadora. Cuando no es lo uno ni lo otro la tildan de mediocre”,
cierre de comillas.

Estas son las condiciones en las cuales las mujeres nos desarrollamos actualmente, estas son las condiciones que desde mi Presidencia también buscaré transformar.

defender la...


Aunque libertaria, tonta, meditabunda, marketera, dueña de las ultimas pelas norteamericas y esquiva a las almas tristes, les dejo a la señora alegría en este excelente texto de Ángeles Pérez López extraído de la también excelente pagina Letras.s5 De Benedetti se dijo mucho a raíz de su muerte. Pero ya había dado que hablar copando -como me contó una pareja de uruguayos y luego corrobore vía google- todos los géneros literarios en la pequeña Uruguay. Sus poemas son casi de la cultura popular. Te quiero y Corazón coraza ya parecen baladitas compitiendo, de lado a lado, con Sanz y otras putadas. Pero, claro, Benedetti es más y todavía.

Entre los numerosos poemas de Mario Benedetti que a menudo conforman una brújula necesaria e imprescindible para tanto territorio personal, podría encontrarse, y sin duda él lo ha escrito sin escribirlo, un poema titulado “Defensa de la poesía”. Podría haber hablado Benedetti de “defender la poesía como una bandera”, de “defenderla del óxido y de la rutina”, y podía haber concluido ese poema, también, defendiendo a la poesía “del azar/ y también de la poesía”, para que nada quedase al margen de la lucha. Pero el poema que sí escribió el poeta, convertido en un símbolo de su actitud vital y también de toda su obra, se propone a sí mismo como una defensa, incuestionable, de la alegría. Extraordinariamente conocido, sobre todo después de ser adaptado para su inclusión en el proyecto titulado “El Sur también existe”, que musica y canta Joan Manuel Serrat, sin embargo el poema merece ser recordado siempre.

“DEFENSA DE LA ALEGRÍA
.. .. .. .. .. a trini


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría” (pp. 391-392).

Pero ocurre con este poema que nos permite, sorpresivamente, que pensemos también en la poesía cuando lo leemos. Que reescribamos el texto, e imaginemos ese poema no escrito que diría, retomando cada uno de los versos que encabezan las seis estrofas: defender la poesía “como una trinchera”, “como un principio”, “como una bandera”, “como un destino”, “como una certeza”, “como un derecho”.
Porque la concepción de la poesía como trinchera parece convocar a las primeras metapoéticas benedettianas, especialmente la de “Semántica” (de Quemar las naves, 1968-1969), en la que leemos, en una alocución a la palabra:
“tu única salvación es ser nuestro instrumento
caricia bisturí metáfora fusil ganzúa interrogante
tirabuzón blasfemia buril candado etcétera
ya verás
qué lindo serrucho haremos contigo.” (p. 260)
Así que se le exige a la palabra su compromiso, su decidida vinculación con el aquí y con el ahora en tanto que puede ser un “instrumento” por el que la vida se transforme y modifique. Y ello en un escritor cuya visión de la poesía ha ido cambiando con el paso del tiempo, como la crítica se ha encargado de elucidar, pero que conserva, tal como señala Eduardo Becerra, “una fidelidad inamovible a una actitud moral frente a la literatura que engloba tanto los contenidos como las formas de su escritura”.

De ahí que se señale su concepción de la literatura como compromiso estético y vital, como construcción de la utopía, ese “motor que [todavía] mueve al hombre”. Nociones vinculadas, términos siempre recurrentes cuando se habla de su obra, sin embargo inmensa y múltiple, que ha construido a lo largo de cincuenta años y en todos los géneros -narrativa, poesía, ensayo, teatro, canción y artículo de prensa- una voz que pelea contra la rutina, el desencanto, las injusticias, el desamor y la aceptación de la barbarie, o de su olvido.

Por eso se ha dicho que su obra es una obra a ras de suelo, pero vuelta, necesariamente, “a ras de sueño”, en la frontera en que lo real no se convierte en ancilar, sino en el humus necesario y fértil para que crezca poderosa la construcción de un espacio rectificatorio de lo real, un espacio imaginario, y posible también, compartido en gran medida por los hombres que fueron sus compañeros de generación, los de la “generación de Marcha” o del 45, la llamada por Ángel Rama “generación crítica”, con los que le une precisamente el rigor crítico frente al deterioro del sistema socioeconómico, en este caso, y decididamente, “rigor vitae”.

Pero no se trata tan sólo de rigor crítico. Como nos señala el mismo Benedetti, a ese adjetivo se suma también el que acompaña al rigor “estético”, porque el trabajo sobre la lengua y sus posibilidades es central para entender su obra.

En el poema “Defensa de la alegría”, podríamos señalar los diversos modos de repetición en sus potencialidades rítmicas y de fijación de la idea central del texto: así el paralelismo sintáctico y la anáfora en las seis estrofas; las paronomasias “neutrales/neutrones”, “endemia/academia”; el oxímoron “dulces infamias”; los juegos de contrarios (“fuego/bomberos”, “suicidas/homicidas”, “vacaciones/agobio”) y la paradoja final: varios espacios en blanco marcan una pausa necesaria para defender a la alegría “también de la alegría”.

Se hace entonces verdadera aquella afirmación del poeta tantas veces repetida: “siempre traté de que la forma tuviera también su rigor, su exigencia”. Para conjurar el sortilegio que esconde la palabra “compromiso”, Benedetti insiste una y otra vez en que lo suyo es el compromiso, primeramente, con la literatura. Se trata de un aspecto que él ha subrayado a menudo, frente a cualquier tendencia simplificadora de su obra que la sitúe en el marco de la mínima exigencia formal en favor del mensaje cuando éste se convierte en un slogan. Como ha advertido agudamente Manuel Vázquez Montalbán:

“Leer a Benedetti desde la simplificación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle, y, en los tiempos que corren, de situarlo más como caso de estudio antropológico que poético: el escritor comprometido sería algo así como un recurso retórico o un estuche para arqueologías del espíritu”.

El propio Benedetti, consciente de la extrema importancia que el término “compromiso” ha adquirido a la hora de valorar negativamente ciertas obras literarias -también la suya-, reflexiona en voz alta en su trabajo “Rasgos y riesgos de la actual poesía latinoamericana”, señalando que “desde la Divina Comedia al Guernica, desde Marat-Sade a Novecento, desde España, aparta de mí este cáliz al Canto general, el ingrediente social ha servido para nutrir el arte de todos los tiempos”[13]. Así, “creer, o hacer creer, que la definición política o social de un intelectual sólo habrá de llevarle al esquematismo, al maniqueísmo, o a la pobreza formal, es hacer una torpe evaluación de los caminos y procesos del arte”. Ya en “La realidad y la palabra”, donde se aproxima a temas y autores contemporáneos de Latinoamérica, había señalado la estrecha vinculación entre literatura y realidad de la que se deriva esa definición política o social a que se refería antes, para concluir que ser realidad y ser palabra, son, entre otras, dos formas apasionantes de ser hombre . De ese modo, tal como ha subrayado Sylvia Lago, “la estructura ideológica aparece como vigoroso sostén de la estructura poética”.

En este sentido, podríamos de nuevo reescribir su “Defensa de la alegría” defendiendo a la poesía de la “retórica” o de las “academias”, pero también “del escándalo y de la rutina”.

Cuando Benedetti escribe este poema, publicado en el libro Cotidianas (1979), un libro que como ha señalado Francisca Noguerol, es “uno de los poemarios más profundos del autor”, ya ha publicado contra la “retórica” y contra la “academia”. Ya ha aparecido su ensayo El país de la cola de paja (1960), su novela en verso El cumpleaños de Juan Ángel (1971), y está a punto de ser publicada su obra de teatro Pedro y el capitán (1980).

También han aparecido poemarios decisivos: Poemas de la oficina (1956), Poemas del hoyporhoy (1961), Poemas de otros (1974), La casa y el ladrillo (1976), aquellos que ratifican los versos iniciales, los que defienden la poesía “como un principio”, “como un destino”, “como un derecho”. Quién puede dudar, después de conocer la larga producción benedettiana, de que la poesía se convierte en la forma en que cristaliza y se hace pálpito el gesto de vivir y de vivirse, la que permite enfrentarse a la “embriaguez del pesimismo” que da título a uno de sus ensayos, y también al tiempo o al olvido.

Lo que sin embargo no magnifica al escritor: defender a la poesía “también de la poesía” es “desolimpizarla”, como escribió el propio poeta. Ya en el año 1963 había dicho el chileno Nicanor Parra que “Los poetas bajaron del Olimpo”, señalando así una de las características de la llamada poesía coloquial o conversacional en la lírica hispanoamericana contemporánea, la que parte de la desmitificación tanto del acto poético como de su sujeto.

Aunque claro, el poema que sí escribió Benedetti no es el que he comentado. Sin embargo, creo que los términos alegría y poesía se unen estrechamente en su obra. No es sólo la alegría que nace del humor, de los juegos de palabras, de los retruécanos abundantes, del ingenio y la ironía, también autoironía que nos define al poeta. Es la alegría íntima y maravillosa de estar vivo, y saberlo, aquella que explica que los versos de Vallejo “hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir” encabezaran sus Poemas del hoyporhoy (1961). Y saberlo sin concesiones, sin la torpeza que da la ingenuidad, pero sin ceder en absoluto al desamparo.

Benedetti llega a la alegría desde la experiencia personal del exilio y del desexilio, pero también desde la experiencia de la especie: la del desconcierto, la muerte o la tristeza. Sin embargo, si puede defenderse a la alegría “de las ausencias transitorias / y las definitivas”, es porque la alegría no es sólo una conquista del espíritu, también se hace carne y habita entre nosotros. Se corporeiza, se hace palabra, se vuelve sonido y sentido, y entonces desembocamos en el nudo axial que nos explica: aquel en el que poesía y alegría son, en Benedetti, fuentes una de la otra. Conspiradoras ambas contra el frío, la historia o la intemperie.

En “Detrás del humo” ha escrito:
“así imperfecta
a trazos
con erratas borrones tachaduras
así de exigua y frágil
así de impura y torpe
incanjeable y hermosa
está la vida”,
o en “Salutación del optimista”, poema homónimo al de Darío en Cantos de vida y esperanza,
“por eso aprendo y dicto mi lección de optimismo
y ocupo mi lugar en la esperanza” (p. 323),

lo que nos permite ratificar las palabras de Remedios Mataix en Inventario cómplice:
“la lección que Benedetti insiste en aprender y dictar [es] la de un militante de la vida convencido de que la poesía es una de las más nutridas reservas de humanidad -humanidad como cualidad y como especie-, y seguro de que como tal hay que defenderla”.

Con él la esperanza está ilesa y sorprendentemente joven. Por eso creo que Mario Benedetti es el autor más joven que conozco. No le falta razón cuando dice que es “un caso perdido” (en Cotidianas el poema titulado “Soy un caso perdido”), lo que sin duda explica la “conspiración de entusiasmo” de que ha sido, de que es objeto. Y ello, también, porque Benedetti está próximo, para muchos de nosotros, a una forma de alegría sin concesiones que nos habita a veces y que él representa para tantos.

miércoles, agosto 03, 2011

Para tener en cuenta: beat vía facebook

Prestado del blog de Carlos Gonzales Peón

En la carretera (El rollo mecanografiado original)" de Jack Kerouac

A continuación algunas [pero no las únicas] razones por las que me gusta esta novela.

PRIMERA RAZÓN

LO BEAT -que J. F. Ferré define en su blog como “un grupo desarrapado e insatisfecho de fanáticos del jazz y sectarios perseguidores de nuevas experiencias [...]. Una banda de agitadores anárquicos, aburridos del modo de vida americano, pero carentes de un proyecto sólido de transformación social”- está lejos de la pasividad y la preocupación exclusivamente estética de su equivalente moderno: las tribus urbanas; mientras unos derivan en movimientos socioculturales -léase hippie- los otros simplemente parecen servir de medio para cubrir la necesidad de pertenecer a algún grupo de estética afín. Pero esto ya está muy dicho y no explica porque lo Beat me gusta, a mí, a título personal. Pues bien, me gusta, básicamente, porque lo beat fue un movimiento de pocos pero lo suficientemente intenso para arrastrar a media humanidad (si se hubiese dejado). Algo como esto se echa de menos aunque yo sea muy vago y ese carro me guste más verlo pasar que subirme a él. Ahora se nos habla de Generación Nocilla, de Generación Mutante y -hace algunos años- de la Next Generation (por más que esto fuera un reclamo publicitario de cierta editorial) y otras vainas cuando es más de lo mismo: del mismo modo que la evolución de los movimientos culturales de los años cincuenta obtienen su réplica estética en el presente (leer “Qué fue lo hipster?” editado por Alpha Decay este mismo año para apreciar la magnitud del despropósito) así la revolución que supuso lo beat a nivel artístico hoy no es, a mi entender, poco más que un simple lavado de cara, un pobre disfraz: donde unos se visten con vaqueros desgarrados otros escriben novelas desestructuradas pero ninguna alcanza, ni por asomo, a emular la fuerza de aquellos cuatro locos. Personajes como Kerouac, Neal Cassady (musa entre las musas), William Burroughs, o Allen Ginsberg (entre otros muchos) ya no se ven; no quedan. Ya son pocos los que se arriesgan a ir contracorriente (aunque la idea que se tuviese entonces de los beats fuera la de vagos y maleantes) y de esos muchos menos los que dedican horas, días, semanas a no hacer otra cosa que escribir, que diseñar, con mayor o menor fortuna, un artefacto capaz de provocar un verdadero seísmo dentro del mundillo de las letras y no esas falsas ondulaciones de diciembre recordando lo mejor del año (triste consuelo para la sucesión ininterrumpida de basura que acumulamos).

La mitad de las veces me deja estupefacto el adocenamiento general de las nuevas generaciones que consideran una apuesta arriesgada escribir un libro con forma de revista o una colección de relatos a la que poder llamar novela. Ahora lo que se lleva es interrumpir la lectura, la escritura (¡el proceso creativo!) para dejar balizas de posición en Facebook o twitter, contándonos cuantas veces se han limpiado los mocos, qué buena la última canción de algún grupo marginal o que asistirán a tertulias literarias, presentación de libros, blogs, webs o foros: lo que sea con tal de no escribir. Los lectores, frente a esto, nos acomodamos (me incluyo) hasta rozar la imbecilidad y luego ponemos cara de sorpresa cuando nos damos de bruces con el resultado - tenemos lo que nos merecemos, por gilipollas-: que novelas malas (en mayúsculas) como la de Albert Espinosa se consagren, feria tras feria, como los más vendido y por ende lo más leído: lo que queremos para nosotros y nuestros hijos y nuestros perros y nuestras estanterías, que no pueden defenderse y tragan (las hacemos tragar) con toda esta morralla. Claro, ¿por qué íbamos a arriesgarnos a desgastar la materia gris de nuestras lindas cabecitas pudiendo conservarla cual sardina en salmuera con novelas vulgares como puedan ser la eterna repetición del esquema de intriga medieval (que si no muere de una vez –el género- vamos a tener que matarlo)? ¿Por qué arriesgar si así se está muy bien? ¿Quién quiere revelarse pudiendo colaborar en alguna revista literaria o abrir un blog de crítica colaboracionista? Pues por eso me gusta lo beat: porque es lo opuesto a la indiferencia, porque es (fue) la lucha (la de verdad, no las festivas recreaciones de hoy) por hacer –con alegría, desenfreno, convencimiento de hacer lo correcto- las cosas más grandes y mejores y sobre todo diferentes. Es tener los santos cojones de decir basta ya a tus libros y los de tus amigos y demostrar que estás a otro rollo y que ya verás tú cuando te den la razón, aunque estés cadáver, coño. Pues por eso, lo beat.

SEGUNDA RAZÓN

EL RITMO frenético de la trama. Corrijo: no es tanto el ritmo frenético lo que me seduce –ya que esto bien pudiera encontrarlo en alguna novela de John Grisman- como la hipnótica traslación de este movimiento perpetuo al que se somete Kerouac en su viaje al papel. Leer “On the road” y más concretamente el rollo mecanografiado original equivale a viajar con el escritor por esas carreteras y esos desiertos y esos paradisíacos infiernos mexicanos en los que Burrowghs escribía “Yonki” y hacerlo en condiciones muy similares a las suyas, ciego de drogas y alcohol, aunque sea figuradamante. Es el secreto (probablemente) de la mil veces mencionada prosa espontánea o "kickwriting" (habría que verlo esto, si es del todo verdad) que hizo posible que esta novela fuese escrita en un tiempo record.

TERCERA RAZÓN

LA LEYENDA, oh, la leyenda. La leyenda es eso que trasciende el propio libro. Es eso que le hace uno preocuparse por entender las razones que pueden llevar a escribir algo como “En la carretera”; es la necesidad de conocer más y mejor a los protagonistas. La leyenda en torno a la carretera es la razón de que quiera leer (releer en según qué casos) algunos libros (“Personajes secundarios: memoria beat” de Joyce Johnson, “Kerouac en la carretera. Sobre el rollo mecanografiado original y la generación beat” de Howard Cunnell, Penny Vlagopoulos, George Mouratidis, Joshua Kupetz; “El almuerzo desnudo” y/o “Yonki” de William S. Burroughs; “Aullido” de Gingsberg, etc), ver algunas películas (“Howl” de Rob Epstein y Jeffrey Friedman, un biopic sobre Allen Gingsberg con James Franco de protagonista; el documental “William S. Burroughs: A Man Within” (ambas estrenadas el año pasado) o la propia "On the road" que debería ver la luz este mismo año) o leer algunos comics (como el reciente “The beats” de HarveyPekar). Es necesitar entenderlo y disfrutar aun sin conseguirlo. Es, al menos para mí, entusiasmarme al reconocer el entusiasmo de los demás como exactamente lo mismo. Es saberse testigo tardío de un sueño hecho realidad. Lo beat me pone, que quieren que les diga, lo comparta o no.

CONCLUYO

Mi intención era hablar, ininterrumpidamente y durante un par de semanas, de todas y cada una de las obras incluidas entre los paréntesis del párrafo anterior pero yo soy mucho de buenas intenciones y pobres resultados. Esto se traduce en lo que ven. Una entrada suelta, abandonada, sin más compañía que ella misma, al menos de momento. Prometo en el futuro hacer lo posible por dotarla -al comentar la bibliografía afín- de mayor sentido tratando de explicarme cómo y porqué y ver si de alguna manera eso me otorga el don de la clarividencia y descubro entre la miríada de novedades del presenta año algo mínimamente parecido, un asomo de genio. Me da a mí que va a ser que no.

* * * * * * * * * *

Y ahora dos regalitos. El primero es el poster de la película que se estranará el año que viene y el segundo, más abajo, la versión enriquecida para iPad de la novela que acaba de lanzar la editorial Penguin Group y que pueden conseguir en la App Store por 10 eurillos de nada.


lunes, agosto 01, 2011

Una de Varguitas


En la última columna Piedra de Toque Vargas Llosa discrepa de la capacidad que tienen las computadoras por ayudarnos, ya que, así como nos facilitan información vital, también limitan nuestra capacidad de concentrarnos y regresar a los libros. A ver que onda, lo que es yo, creo que dejaré mis catorce horas diarias de internet.



Por: Mario Vargas Llosa

Nicholas Carr estudió Literatura en Dartmouth College y en la Universidad de Harvard y todo indica que fue en su juventud un voraz lector de buenos libros. Luego, como le ocurrió a toda su generación, descubrió el ordenador, el Internet, los prodigios de la gran revolución informática de nuestro tiempo, y no sólo dedicó buena parte de su vida a valerse de todos los servicios online y a navegar mañana y tarde por la red; además, se hizo un profesional y un experto en las nuevas tecnologías de la comunicación sobre las que ha escrito extensamente en prestigiosas publicaciones de Estados Unidos e Inglaterra.

Un buen día descubrió que había dejado de ser un buen lector, y, casi casi, un lector. Su concentración se disipaba luego de una o dos páginas de un libro, y, sobre todo si aquello que leía era complejo y demandaba mucha atención y reflexión, surgía en su mente algo así como un recóndito rechazo a continuar con aquel empeño intelectual. Así lo cuenta: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

Preocupado, tomó una decisión radical. A finales de 2007, él y su esposa abandonaron sus ultramodernas instalaciones de Boston y se fueron a vivir a una cabaña de las montañas de Colorado, donde no había telefonía móvil y el Internet llegaba tarde, mal y nunca. Allí, a lo largo de dos años, escribió el polémico libro que lo ha hecho famoso. Se titula en inglés The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains y, en español: Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus, 2011). Lo acabo de leer, de un tirón, y he quedado fascinado, asustado y entristecido.

Carr no es un renegado de la informática, no se ha vuelto un ludita contemporáneo que quisiera acabar con todas las computadoras, ni mucho menos. En su libro reconoce la extraordinaria aportación que servicios como el de Google, Twitter, Facebook o Skype prestan a la información y a la comunicación, el tiempo que ahorran, la facilidad con que una inmensa cantidad de seres humanos pueden compartir experiencias, los beneficios que todo esto acarrea a las empresas, a la investigación científica y al desarrollo económico de las naciones.

Pero todo esto tiene un precio y, en última instancia, significará una transformación tan grande en nuestra vida cultural y en la manera de operar del cerebro humano como lo fue el descubrimiento de la imprenta por Johannes Gutenberg en el siglo XV que generalizó la lectura de libros, hasta entonces confinada en una minoría insignificante de clérigos, intelectuales y aristócratas. El libro de Carr es una reivindicación de las teorías del ahora olvidado Marshall McLuhan, a quien nadie hizo mucho caso cuando, hace más de medio siglo, aseguró que los medios no son nunca meros vehículos de un contenido, que ejercen una solapada influencia sobre éste, y que, a largo plazo, modifican nuestra manera de pensar y de actuar. McLuhan se refería sobre todo a la televisión, pero la argumentación del libro de Carr y los abundantes experimentos y testimonios que cita en su apoyo indican que semejante tesis alcanza una extraordinaria actualidad relacionada con el mundo del Internet.

Los defensores recalcitrantes del software alegan que se trata de una herramienta y que está al servicio de quien la usa y, desde luego, hay abundantes experimentos que parecen corroborarlo, siempre y cuando estas pruebas se efectúen en el campo de acción en el que los beneficios de aquella tecnología son indiscutibles: ¿quién podría negar que es un avance casi milagroso que, ahora, en pocos segundos, haciendo un pequeño clic con el ratón, un internauta recabe una información que hace pocos años le exigía semanas o meses de consultas en bibliotecas y a especialistas? Pero también hay pruebas concluyentes de que, cuando la memoria de una persona deja de ejercitarse porque para ello cuenta con el archivo infinito que pone a su alcance un ordenador, se entumece y debilita como los músculos que dejan de usarse.

No es verdad que el Internet sea sólo una herramienta. Es un utensilio que pasa a ser una prolongación de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio cerebro, el que, también, de una manera discreta, se va adaptando poco a poco a ese nuevo sistema de informarse y de pensar, renunciando poco a poco a las funciones que este sistema hace por él y, a veces, mejor que él. No es una metáfora poética decir que la “inteligencia artificial” que está a su servicio, soborna y sensualiza a nuestros órganos pensantes, los que se van volviendo, de manera paulatina, dependientes de aquellas herramientas, y, por fin, en sus esclavos. ¿Para qué mantener fresca y activa la memoria si toda ella está almacenada en algo que un programador de sistemas ha llamado “la mejor y más grande biblioteca del mundo”? ¿Y para qué aguzar la atención si pulsando las teclas adecuadas los recuerdos que necesito vienen a mí, resucitados por esas diligentes máquinas?

No es extraño, por eso, que algunos fanáticos de la Web, como el profesor Joe O’Shea, filósofo de la Universidad de Florida, afirme: “Sentarse y leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo, ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la Web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos”. Lo atroz de esta frase no es la afirmación final, sino que el filósofo de marras crea que uno lee libros sólo para “informarse”. Es uno de los estragos que puede causar la adicción frenética a la pantallita. De ahí, la patética confesión de la doctora Katherine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean libros enteros”.

Esos alumnos no tienen la culpa de ser ahora incapaces de leer La Guerra y la Paz o el Quijote. Acostumbrados a picotear información en sus computadoras, sin tener necesidad de hacer prolongados esfuerzos de concentración, han ido perdiendo el hábito y hasta la facultad de hacerlo, y han sido condicionados para contentarse con ese mariposeo cognitivo a que los acostumbra la red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que han quedado en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee, y que es la única manera de leer, gozando, la gran literatura. Pero no creo que sea sólo la literatura a la que el Internet vuelve superflua: toda obra de creación gratuita, no subordinada a la utilización pragmática, queda fuera del tipo de conocimiento y cultura que propicia la Web. Sin duda que ésta almacenará con facilidad a Proust, Homero, Popper y Platón, pero difícilmente sus obras tendrán muchos lectores. ¿Para qué tomarse el trabajo de leerlas si en Google puedo encontrar síntesis sencillas, claras y amenas de lo que inventaron en esos farragosos librotes que leían los lectores prehistóricos?

La revolución de la información está lejos de haber concluido. Por el contrario, en este dominio cada día surgen nuevas posibilidades, logros, y lo imposible retrocede velozmente. ¿Debemos alegrarnos? Si el género de cultura que está reemplazando a la antigua nos parece un progreso, sin duda sí. Pero debemos inquietarnos si ese progreso significa aquello que un erudito estudioso de los efectos del Internet en nuestro cerebro y en nuestras costumbres, Van Nimwegen, dedujo luego de uno de sus experimentos: que confiar a los ordenadores la solución de todos los problemas cognitivos reduce “la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimientos”. En otras palabras: cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos.

Tal vez haya exageraciones en el libro de Nicholas Carr, como ocurre siempre con los argumentos que defienden tesis controvertidas. Yo carezco de los conocimientos neurológicos y de informática para juzgar hasta qué punto son confiables las pruebas y experimentos científicos que describe en su libro. Pero éste me da la impresión de ser riguroso y sensato, un llamado de atención que –para qué engañarnos– no será escuchado. Lo que significa, si él tiene razón, que la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor.